De un tiempo a esta parte hemos visto que una de las cosas que más irrita a la gente es lo caro que se ha vuelto nuestro país. $140 millones por un departamento de algunos cuantos metros cuadrados, un sistema de transportes que cuesta lo mismo que en las grandes capitales y, cómo no, una cuenta de supermercado que cada día sube más.
En mi caso, por ejemplo, cuando hace un par de años estudié en Europa, la cuenta de supermercado semanal era más barata allá que acá.
Y lo mismo ha pasado con los restaurantes, aunque nos hacemos un poco de trampa, porque Chile siempre está entre los países más baratos del mundo para comer.
En el índice Big Mac de The Economist, por ejemplo, estamos muy abajo en la lista, y este 2020, gracias a la depreciación acelerada que ha vivido nuestra moneda, estamos aún más abajo.
Esta es una buena medida de comparación, pues mide por paridad de poder de compra pero, como todo en economía, esta medida apunta a los promedios, deflactantes y la especulación. O sea, en realidad no le sirve a nadie en la vida real.
En simple, ¿se acuerda del joven que exigía su cuarto de libra con queso? Pues bien, él pedía una preparación que costaba $850 en ese momento.
Una década después este mismo Cuarto de Libra con Queso cuesta $3.200 en mi app de PedidosYa. Tres veces más. En la misma década el ingreso medio de los trabajadores chilenos ha pasado de $360.200 al mes a $574 mil mensual, según en INE.
Y claro, probablemente los tamaños y composiciones se han ajustado, por lo que estadísticamente no son comparables, pero ya tenemos una idea de lo que hablamos.
Ahora, ¿qué tiene que decir sobre esto alguien que reseña sobre comida?
Pues no mucho, solo la sorpresa que la colación más barata que haya comido en ya varios años en Chile se convierta en motivo de columna, y que esta sorpresa haya interesado a muchos de sus cercanos.
Porque por mucho que digan, comer en Chile por unos pocos dólares es extraordinariamente raro y difícil.
Y eso es lo que me encontré cuando fui a la Cocinería Mary, en pleno centro de Concepción.
El lugar es una especie de secreto a voces para los penquistas, pues casi no tiene publicidad y, lamentablemente, está en pleno epicentro de las manifestaciones en esa ciudad.
Aún así, a quien le pregunte en los alrededores del recinto, le dirá sin problemas cómo entrar a este lugar interior al que se entra a través de un ingreso de autos que está entre un edificio moderno y un local chino que vende de todo.
El lugar es amplio e iluminado, y siempre tiene a mucha gente en su interior. Entre los parroquianos y muchos trabajadores que atienden rápida y alegremente cada mesa.
Son dos pisos de un restaurant tapizado de pósters de defensa de los derechos de la mujer y algunas otras causas sociales, y con mesas diseñadas para grupos grandes.
Yo fui solo, por lo que me tocó compartir mesa con dos niñas que andaban con un pandero y que compartieron entre las dos una colación y un mote con huesillos.
El baño del lugar, y todo el edificio, está siempre muy limpio y las cosas se agotan, por lo que la recomendación es a ir temprano.
¿Qué se come acá?
Pues productos chilenos que se los canta de memoria quien los atiende y que están, además, en un letrero en la entrada del lugar.
En el mismo letrero se advierte que el almuerzo, que incluye una muy pequeña ensalada y un pan, tiene un recargo de $200 si lo pide para llevar, me imagino que por el envase.
El menú no incluye ni postre ni líquido.
Como el día que fui se les había acabado el jugo y la bebida, me ofrecieron un mote con huesillos ($500) que estaba dulce, helado y rico, y además servía de postre, por lo que solo gasté $2.000.
No podía pedir más.
En general el menú de esta cocinería es el mismo siempre, y aún así es variado.
Tienen Pollo Asado, Arvejado y en Cazuela, Guatitas a la Jardinera, Sierra al Horno, Zapallo Italiano Relleno y Porotos con Riendas.
En los platos que llevan agregado se puede elegir entre arroz, puré, papas al plato o tallarines.
Y aunque no hablamos de mantel largo (de hecho las mesas no tienen mantel), la cocina está muy bien equipada y prepara todo con recetas que me recuerdan mucho el comedor de diario de los años 80 y 90, donde el sofrito de zanahorias, el aceite vegetal, el comino, el laurel y la sal fina le daban ese toque a almuerzo a cualquier cosa que se pusiera en el plato.
Esa dignidad de un plato hecho con esmero y sabor que por estos días en Santiago se encuentra en pocos lugares y, lamentablemente, está dando paso a preparaciones caribeñas, que se han vuelto las estrellas del “lunch” oficinista.
Debo decir, eso sí, que la lógica de grandes cantidades y sistema de casino del lugar complotan contra la buena terminación de los platos.
Por ejemplo, el puré a mi me salió con una papa a medio moler y el pollo estaba rebosante en aceite, más que en jugo. Pero también hay que decir que nada de esto tuvo repercusiones posteriores. Como diría la tía abuela de mi hijo: Livianito, sanito y rico.
Muy recomendado.
Mario Riveros @mario_riverosm
Para escribir esta reseña se visitó una vez de manera anónima el local. No se recibió ni utilizó invitación por parte del establecimiento.
Cocinería Mary. O’Higgins 950 Interior, Concepción. Al frente de Tribunales.
No tiene estacionamientos, pero existen disponibles pagados en las cercanías.