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Grover Krantz, el excéntrico profesor universitario obsesionado con probar la existencia de Pie Grande, el mítico homínido perdido en la evolución humana, falleció sin lograr su cometido. Además de su pasión por la criatura, Krantz era conocido por su amor por los perros, en especial por Clyde, un lebrel irlandés que lo acompañó en su investigación. A pesar de sus esfuerzos, Krantz no pudo aportar pruebas sólidas sobre la existencia de Pie Grande en vida. Su historia incluye un amor apasionado, una lucha académica, y un último deseo peculiar: que sus huesos fueran donados a la ciencia junto a los de sus fieles compañeros caninos.
Grover Krantz, era un profesor universitario que tenía un interés inusual, ya que este hombre excéntrico quería comprobar la existencia de Pie Grande.
Esta criatura, que sería una especie de homínido (primate) perdido en la cadena evolutiva del ser humano, ha protagonizado innumerables relatos populares, muchos de ellos, lo muestran como un simio, proveniente del Gigantopithecus, un animal que había migrado del continente asiático a América del Norte a través del estrecho de Bering.
Aunque claro, todo esto nunca pudo ser comprobado en vida por este antropólogo, porque a pesar de su enorme dedicación, murió sin aportar una prueba sólida sobre su gran pasión.
De esta forma, Krantz, que tenía un carácter extravagante, también desarrolló un amor incondicional por los perros. Incluso, él tuvo por varios años a Clyde, un perro lobero irlándes, que le hizo compañía, mientras investigaba a Pie Grande.
Lo que pocos saben, es que el antropólogo hizo una extraña donación, porque después de morir, su cuerpo sería donado a la ciencia. No obstante, el hombre no estaba solo, porque sus huesos y los de su fiel amigo, le hacen compañía.
El extraño caso de Grover Krantz: los inicios de un investigador excéntrico
Sin duda que Krantz, era una persona que no pasaba desapercibido. Ya sea por su altura y personalidad. Nacido en el estado de Utah (Estados Unidos) en 1931, sus intereses eran bastante variados, ya que solía coleccionar esqueletos de animales. Además, de sentir un amor auténtico por los perros, un afecto que veremos luego, lo marcó por siempre.
Este académico estudió antropología en la Universidad de Berkeley, medía 1,90 metros, además de que era bastante curioso. Una vez en la universidad, publicó un artículo sobre las diferencias entre los huesos de perros y coyotes.
Don Tyler, que fue su estudiante, conversó con The Washington Post sobre cómo era Grover de profesor. “Sabía muchísimo de muchas cosas: historia de la Segunda Guerra Mundial, historia militar en general, actualidad”, afirmó Tyler, al diario estadounidense.
Sin embargo, pese a su inteligencia y perspicacia, Grover Krantz, tuvo que abandonar el programa de doctorado de Berkeley, dado que discutió con un profesor, lo que dificultó su paso por la docencia universitaria durante un largo tiempo.

Así las cosas, durante varios años estuvo sumido en una rutina laboral, como técnico en un museo, una etapa en su vida que lo estaba metiendo poco a poco en una depresión. Además, que a los 32 años, se había divorciado dos veces. Pero un día, adoptó a un perro de una raza extraordinaria, un lebrel irlandés, que parado en dos patas medía dos metros.
Por otra parte, la conexión con el perro fue inmediata, porque el can, bautizado como Clyde, tenía un carácter juguetón. En una ocasión, el docente había llegado ebrio a su casa, pero como había llegado cansado, se durmió junto a su perro, que dormía en un saco de dormir al lado de su cama. En la mañana, Grover, notó divertido, que Clyde estaba plácidamente dormido en su propia cama. “Era un trato justo”, recordó el profesor.
Al mismo tiempo que el antropólogo rehacía su vida, empezó a sumirse en una investigación “seria” sobre el origen de Pie Grande. Este animal, según una estimación propia de Krantz, medía dos metros y medio, y pesaba 360 kilos.
La cruzada personal de Grover Krantz
Con el propósito claro de validar su investigación de Pie Grande, el docente movió cielo, mar y tierra, para buscar alguna pista de este legendario pero hipotético especimen.
Así, al menos, el hombre de ciencias, sabía que estaba enfrentando una tarea casi imposible de realizar, pues en la comunidad científica, el proceso para validar una teoría, no debe tener costuras por ningún lado. “No van a aceptar la existencia del Pie Grande hasta que haya pruebas definitivas”, expresó Krantz en una entrevista por televisión. “Están adoptando una actitud legítima y escéptica. Quieren ver la prueba definitiva de un cuerpo o un fragmento de él”.
En ese sentido, el antropólogo David Hunt, quien trabaja en el Museo de Historia Natural del Smithsoniano, expresó que su amigo y colega, estaba fascinado por conseguir la prueba definitiva de Pie Grande.

“Cada vez que oía a alguien hablar de [Pie Grande], se subía a un viejo Cadillac del 66”, sostuvo Hunt, “se acercaba e intentaba hacer moldes de las huellas de Pie Grande y escuchar lo que la gente tenía que decir”, dijo a la revista Smithsoniano.
A través de estos moldes, Krantz trataba de armar el puzzle en torno a este primate perdido en el tiempo. No obstante, paralelamente, el antropólogo conoció a Eve Einstein, de quien se enamoró. Junto al investigador y su perro, Eve formó parte de esta pequeña familia por un tiempo.
Juntos, formaron un proyecto de vida, y en los años 60, Grover, Eve y Clyde se mudaron a la Universidad de Minnesota, donde Krantz obtuvo su doctorado. Ya para el año 1968, Krantz comenzó a impartir formalmente clases en la Universidad Estatal de Washington, como antropólogo físico, período que aprovechó para publicar diez libros y más de 60 artículos sobre antropología humana.
Sin embargo, en la cabeza de Grover Krantz, solamente había espacio para Pie Grande.
La muerte de Clyde, el perro maravilla
Durante 30 años, Grover mantuvo varias cátedras universitarias, enseñando antropología, evolución humana y ciencia forense, al mismo tiempo, que dirigía el laboratorio de antropología de la Universidad de Washington.
Si bien era una persona que hizo aportes valiosos al debate intelectual, la cacería de Pie Grande lo relegó entre los investigadores, por defender la práctica de la criptozoología, una pseudociencia que estudia animales mitológicos.
“Tardó en ascender a catedrático, porque creían que estaba poniendo en aprietos a la universidad con lo de Pie Grande”, expresó Tyler. “Grover era extremadamente testarudo. Podría haber jugado mejor políticamente. Pero no era así. Si creía tener razón, hacía lo que quería”, acotó su exestudiante.

Mientras estaba en la búsqueda del legendario primate, sobrevino la tragedia en la vida del investigador, ya que Clyde, murió de forma repentina.
JoAllyn Archambault, directora del programa para indígenas americanos del Museo Smithsoniano, afirmó al Washington Post, que el perro Clyde era “muy dulce” y “un poco travieso”.
De hecho, el profesor le daba las gracias a su perro que le ayudó a reconstruir su vida, por lo que estaba agradecido por haber tenido de compañero a Clyde, que para él era “lo más parecido a un hijo”. Según su cuaderno de notas, el amor de Clyde, lo salvó de ser un “vago ebrio”.
El último deseo del profesor Krantz
Después de ser diagnosticado con un cáncer de páncreas en 2002, el antropólogo solicitó a sus colegas del Museo de Historia Natural del Smithsoniano, que sus huesos sean ocupados por los estudiantes de medicina forense.
El antropólogo David Hunt, dijo al The Washington Post, que accedió entusiasta a la petición de Grover.
“Me dijo: ‘He sido maestro toda mi vida y creo que también podría serlo después de morir, así que ¿por qué no te doy mi cuerpo?"”, recordó Hunt. “Le dije: ‘Es algo realmente admirable, Grover’.

Ahora bien, desde el museo debían cumplir una particular condición. “‘Sí, sí, pero hay una condición: tienes que quedarte con mis perros"”, que ha esas alturas, además de los huesos de Clyde, debían resguardar también las osamentas de Icky y Yahoo, que fueron adoptados después de su perro regalón.
“Grover quería estar con sus perros porque los amaba”, dijo Laurie Burgess, otra antropóloga del Smithsoniano.
Actualmente, el esqueleto de Grover, se encuentra guardado en cajones especialmente adaptados, aunque en varias oportunidades, han protagonizado numerosas exhibiciones en el museo.
Ambos se muestran fundidos en un tierno abrazo, que recuerda cuando Clyde saludaba cariñosamente a su tutor, después de una larga jornada laboral.