Según datos del FBI, anualmente se reportan cerca de 400 mil desapariciones de menores de edad en Estados Unidos. No obstante, de esta abrumadora cifra, un número importante de niños nunca regresa a su hogar… o se demora años en hacerlo.
Ese fue el lamentable caso de Jaycee Dugard, cuya desaparición a los 11 años en 1991 dejó en vilo a toda la nación norteamericana, que durante años la buscó incansablemente.
18 años después de su secuestro a manos de un matrimonio de pedófilos, la joven vio la luz y salvó de milagro.
Esta es su conmovedora historia.
Una infancia tranquila
Jaycee Lee Dugard nació el 3 de mayo de 1980 en California producto del matrimonio entre Terry y Ken Slayton, de quien la mujer se separó en 1979 después de una brevísima relación. Debido a que la pareja se separó en malos términos, Terry nunca le dijo a Ken que estaba embarazada.
Al poco tiempo, la madre volvió a encontrar el amor de la mano de Carl Probyn, con quien dos años después del nacimiento de Jaycee tuvo a su segunda hija, Shayna.
Con la llegada de su segunda retoña, la familia anhelaba entregarle una vida más tranquila a las niñas, con menos exposición a la violencia y más seguridad en las calles. Fue así como en septiembre de 1990 dejaron la ciudad de Arcadia, cercana a Los Ángeles, y se mudaron a un tranquilo pueblo rural llamado Meyer, al sur de Lake Tahoe.
La pareja estaba feliz con su decisión, ya que llegarían a un entorno más apacible y, además, su hija mayor -de entonces diez años- partiría el quinto grado en una nueva ciudad.
Sin embargo, la felicidad sólo les duró nueve meses.
El secuestro
El lunes 10 de junio de 1991 la madre de Jaycee, quien trabajaba en una imprenta, salió temprano con destino a su oficina. Minutos después, su hija mayor salió del hogar rumbo al paradero, ubicado unos metros más allá, donde tomaría el autobús que la llevaría a su escuela.
Desde una ventana la miraba su padrastro, Carl, con el objetivo de asegurarse de que la pequeña se dirigiera al recinto educacional sin inconvenientes. Pero todo cambiaría en cuestión de segundos.
Una vez en el paradero, donde se encontraba con más niños esperando el autobús, Jaycee vio acercarse un auto gris. Pensó que buscaban indicaciones, por lo que se acercó para hablar con el hombre y la mujer a bordo del vehículo.
No obstante, una vez que agachó su cabeza para hablarle a la pareja, el hombre rápidamente la paralizó con una pistola eléctrica. Acto seguido, subió a la menor al auto, dio la vuelta en “U” y escapó rápidamente del lugar.
Atónitos, tanto su padrastro como los otros menores miraban la escena en shock. Inmediatamente después, Carl tomó su bicicleta e intentó seguir el rastro del vehículo que había raptado a Jaycee, pero sus intentos fueron en vano.
Un pedófilo suelto
Quien iba al volante era Phillip Greg Garrido, un hombre de entonces 41 años que en 1972, a sus 21 años, abusó de una chica de 14 que tuvo miedo de sindicarlo como el culpable en medio del juicio en su contra, lo que hizo que terminara absuelto.
Pocos años después, en 1976, el hombre sería detenido por el secuestro y violación de Katherine Callaway, una joven de 25 años que paró a recogerlo cuando él hacía dedo en la ruta. Phillip obligó a la mujer a dirigirse a un depósito en Reno, Nevada, donde la violó durante ocho horas. Sólo se detuvo cuando un oficial de la policía notó el auto estacionado y el candado de la puerta roto, lo que llamó su atención. Los gritos desesperados de Katherine terminaron por alertar al uniformado.
Garrido fue detenido y posteriormente diagnosticado con una “conducta sexual desviada y adicción a las drogas”. En la corte, el hombre reconoció que solía ir a las escuelas a masturbarse en su auto mientras miraba a las niñas llegar o salir de los establecimientos.
En 1977 fue declarado culpable y enviado a la cárcel de Leavenworth, en Kansas. Si bien fue sentenciado a 50 años, cumpliría menos de un cuarto de la condena.
En la cárcel conocería a Nancy Bocanegra, sobrina de otro convicto, con quien se casó el 5 de octubre de 1981 en la misma prisión. La mujer, quien estaba obsesionada con Phillip, estaba convencida de que debía cumplir con cada uno de sus desviados deseos.
Siete años después, el 22 de enero de 1988, Garrido obtuvo la libertad provisional y se le permitió vivir en Antioch (San Francisco) en la casa de su madre, quien padecía demencia senil. Supuestamente era monitoreado con una tobillera con GPS y los oficiales tenían que pasar a verlo periódicamente, pero esto no ocurriría con la precisión que se requería.
Los primeros años de cautiverio
Tras el secuestro, el pedófilo y su mujer anduvieron los cerca de 240 kilómetros que separan al pueblo de Meyer de Antioch, el hogar de los Garrido.
Una vez allí, desnudaron a Jaycee y la esposaron en una de las habitaciones durante más de una semana. La menor estaba en absoluta indefensión, sometida a los vejámenes de un hombre que la trataba como una esclava sexual.
A sus cortos 11 años, la menor comenzó a ser abusada sexualmente por el hombre que, para satisfacer sus deseos, la obligaba a vestirse como prostituta, usar maquillaje en exceso y estar a su merced.
El único “refugio” de la menor era una tele que emitía sólo un canal, el cual no daba noticias. Fue entonces que se enamoró de las series “Dr(a). Quinn, la mujer que cura” y “¿Quién manda a quién?”. De esta última obtuvo el nuevo apodo que la acompañaría por largos 18 años, Alyssa -en honor a la actriz Alyssa Milano-, ya que sus captores le prohibieron usar su verdadero nombre por el riesgo de que fuera descubierta.
Para ese entonces, la niñez de Jaycee había sido robada de forma terrible y su vida estaba anulada por completo.
Una luz de esperanza
El 18 de agosto de 1994, a sus 14 años, Jaycee daría a luz a su primera hija, a quien llamó Ángel, fruto de los abusos cometidos por Phillip. El parto fue dirigido por Nancy y duró horas, en las cuales la menor no contó con ningún tipo de apoyo médico.
“Era mía (…) Sentí que, a partir de entonces, no volvería a estar sola nunca más”, declaró llorando la joven en 2011, en conversación con la famosa periodista Diane Sawyer para la cadena ABC, consignó el medio Infobae. Precisamente, la obligación de cuidar de otra persona fue lo que la mantuvo emocionalmente estable. Además, según confesó la propia Jaycee, Garrido le juró que no le haría daño a la bebé, promesa que cumplió.
Tres años después, el 13 de noviembre de 1977, nacería la segunda hija de Jaycee y su agresor, Starlet. “En ocasiones pensaba que mientras estuviera yo allí, otras niñas estarían a salvo de los abusos de Garrido”, comentó a Sawyer.
Con el nacimiento de las menores, Phillip adquiriría una falsa sensación de confianza que beneficiaría a Jaycee. Ella comenzó a tener más libertades y a disfrutar de espacios que antes le eran negados, como caminar descalza por el jardín y tomar sol a la intemperie.
Garrido comenzó a disminuir los abusos, techó el patio trasero y construyó cercos más altos para que ella y sus hijas pudieran estar al aire libre, sin ser descubiertas por los vecinos. En paralelo, la joven empezó a enseñarles a sus hijas a leer y escribir como podía, considerando sus pocos conocimientos.
Phillip también empezó a organizar paseos familiares fuera de casa, convencido de que Jaycee había crecido y lucía tan distinta a cuando era una niña que nadie la reconocería. Por su parte, la joven mantenía en absoluto secreto su identidad, luego de vivir años bajo el “régimen de miedo” instaurado por Garrido, en el que le afirmaba que su familia la había abandonado, que el mundo era cruel y estaba repleto de personas malignas, y que sólo él podía proveerle seguridad y contención.
Al poco tiempo, el agresor abrió una pequeña imprenta y decidió que Jaycee se encargara del diseño gráfico de las tarjetas e invitaciones. Le dio una línea telefónica, Internet e incluso un computador para atender a sus clientes. Si bien admitiría después que estuvo a un clic de ubicar a su madre, el “régimen de miedo” la mantuvo absolutamente aterrorizada ante la idea de hacer algo.
La actividad que lo cambió todo
El lunes 24 de agosto de 2009, Phillip y sus hijas Ángel y Starlet acudieron al campus de la Universidad de California, en Berkeley, para repartir folletos con mensajes bíblicos.
Garrido tenía delirios religiosos, se consideraba un “enviado de Dios” y cada cierto tiempo afirmaba a Jaycee que ella era la elegida para ayudarlo con sus desviaciones sexuales. Que gracias a ella otras niñas estaban a salvo de sus perversiones, algo que con el tiempo, tras su liberación, la joven tomó por cierto.
En esa visita al campus, Garrido se reunió con la gerente de eventos especiales de la universidad, Lisa Campbell, con el fin de realizar una actividad que llevaría por título “El deseo de Dios”. La mujer notó el comportamiento errático de Phillip y, sobre todo, la actitud sumisa y arisca de las menores que lo acompañaban. Sintió que algo no estaba bien. Para descartar sus sospechas, fingió que lo escuchaba con atención y lo citó al día siguiente a las dos de la tarde, para “seguir conversando” en torno al evento.
Cuando se fueron, se puso de inmediato en contacto con Ally Jacobs, la policía del campus, quien averiguó todo sobre Garrido: se trataba de un abusador infantil que estaba en libertad provisional.
Los tres llegaron a la cita al día siguiente, pero Jacobs también notó que las cosas no estaban bien. “La niña de 15 años se paró de una manera muy peculiar, con sus manos al frente y mirando hacia arriba. La menor, de 11 años, me miraba fijo con sus ojos azules, parecía estar indagando mi alma. Era perturbador”, declararía posteriormente Ally.
Un nombre en un papel
Al terminar la reunión, Jacobs llamó al encargado de la libertad condicional de Garrido y le contó que andaba con dos menores de edad, quienes aseguraba eran sus hijas. Pero el oficial le afirmó que el hombre no tenía hijos.
Las alarmas se encendieron y la policía se movió con rapidez. Citaron a Phillip a la comisaría al día siguiente. Como permanecía en un estado confiado, el agresor llegó acompañado de todo el clan: Nancy, Jaycee y sus dos hijas. Afirmó que Jayce era una amiga de ambos que había dejado a su marido y era acompañada por sus dos retoñas, pero a los policías no les calzó el relato por la poca diferencia de edad entre las tres.
Los agentes preguntaron sus nombres a los presentes. Cuando fue el turno de Jaycee, se atrevió a decir en voz baja su verdadero nombre. Confundidos, los policías le volvieron a preguntar, pero ella fue incapaz de repetirlo. Pidió un lápiz y un papel y escribió: Jaycee Lee Dugard.
A lo largo de esos 18 años, la policía había visitado a Phillip al menos unas sesenta veces, con el objetivo de ver el cumplimiento de su libertad condicional. Pero jamás cruzaron los datos de este pedófilo con la desaparición de Jaycee, ni tampoco revisaron de forma exhaustiva su hogar cuando vecinos los alertaron en 2006 de que habían visto unas niñas en su patio trasero. Un sinfín de negligencias que ennegrecieron el destino de la joven secuestrada.
La llamada más esperada
Desde la desaparición de su hija, Terry nunca perdió la esperanza de encontrarla con vida. Juntó dinero, imprimió cientos de miles de afiches con su foto y datos, fue rostro de diversos medios contando su secuestro e increpó en innumerables ocasiones a la policía por su ineficiencia.
Finalmente, el miércoles 26 de agosto de 2009 recibió una llamada telefónica que cambiaría su vida por completo. Al otro lado de la línea, una voz irreconocible le decía: “Mamá, soy yo, Jaycee. Estoy bien”.
Terry, su hermana y su hija menor se reunieron con Jaycee, Ángel y Starlet en un hotel, donde lloraron, se abrazaron e intentaron recuperar algo de esos 18 años perdidos. Jaycee tenía 29 años, una templanza de hierro, dos hijas y toda una vida por sanar y vivir.
La nueva vida de Jaycee
Tras un mediático juicio, el jueves 2 de junio de 2011 Phillip fue condenado a 431 años de cadena perpetua y su esposa Nancy a 36 años. Finalmente, Jaycee comenzaba a respirar.
Inició un largo y arduo proceso de sanación junto a Ángel y Starlet. Una de sus primeras acciones, en 2010, fue demandar al estado de California por el mal desempeño de las autoridades en su caso, lo que le valió una compensación de 20 millones de dólares.
Posteriormente, comenzó a disfrutar de las cosas simples de la vida que les habían sido arrebatadas, incluyendo conocer las pirámides de Belice, volar en globo, nadar con delfines, aprender a navegar un velero, andar a caballo y dar una vuelta en tren.
Además, asistió a conciertos de Lady Gaga y Beyoncé y su hermana, Shayna, le enseñó a manejar.
También creó la organización JAYC Foundation, la cual se enfoca en ayudar a otros chicos a superar traumas severos.
En paralelo, publicó dos libros que tuvieron gran acogida. El primero de ellos fue “Una Vida Robada” (2011), el cual relata crudos pasajes de su cautiverio. El segundo fue “Libertad: Mi Libro de Primeras Experiencias” (2016), en el que cuenta cómo ha sido su reintegración a la sociedad.
“No creo en el odio. Para mí, es una pérdida de tiempo. Las personas que odian desperdician tanto de su vida odiando que se pierden todas las otras cosas que existen”, declaró Jaycee en su primer libro. “Ahora disfruto mucho más de la vida y me esfuerzo por apreciar todos los días, pero en el fondo todavía tengo miedo de que me lo quiten”, concluyó.