Tienen 37 años, habla perfecto español y es de nacionalidad rumana.

La vida de Amelia Tiganius es un tobogán de emociones, expresadas en su libro “La revuelta de las putas”. Lo denominó de esa forma, porque sabe que el título engloba todo lo que ese mundo da y quita a las féminas que son prácticamente abducidas por un submundo lleno de engaños, hasta volverlas inquilinas de una “prisión de barrotes invisibles”.

El periódico español El País publicó una entrevista con una mujer que habla sin tapujos de lo que significa vender placer en los clubes de España y de su natal Rumania, países donde el sistema castiga socialmente a las sexo servidoras, pero no a quienes pagan por estar con ellas.

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Amelia: la niña y joven abusada, con una madre distante

Hablar de una prostituta, es tener en cuenta una posible historia de abusos infantiles y adolescentes. El origen para tocar fondo, como en todos los aspectos negativos en la vida.

Precisamente es lo que describe Amelia, cuando le preguntan qué la llevó a su primer club o prostíbulo español: el maltrato a manos de su madre.

“Sí, ella vive y yo me debato en esta lucha entre querer perdonar a mi madre y que ella me perdone a mí.Tengo ahí una dualidad evidente. No quería culpar a mi madre de todo pero tampoco eximirla. Yo no quiero ser madre, tengo miedo a cagarla”, reconoce.

Escapar de las llamas es, a veces, caer en el bracero. Es una máxima que se aplica a la aún joven Amelia quien, aún siendo prácticamente una niña, y tratando de huir de un mundo en el que no le faltaba techo o comida, cayó en las peores manos: mafias rumanas que la vendieron a un proxeneta español por 300 euros (279 mil pesos chilenos).

“Sí, 300 euros. Ese dinero fue a la persona que me presentó a otro como un favor para que me arreglara la vida en dos años, que era mentira, claro. Yo ya sabía en qué me metía. Lo conoces desde el origen. Pero a muchas mujeres les cuesta reconocerlo. Después contraje una deuda, según ellos de 3.000 euros”, afirmó.

Esa deuda debía incluir el alojamiento en los prostíbulos, además de maquillaje, ropa, las multas, pero también las adicciones. La cocaína y el alcohol no podían faltar en esta especie de inframundo. Ahí es cuando Amelia supo que no iba zafarse tan fácilmente de este.

“Te engañas a ti misma. Era un círculo que se cerraba sobre sí mismo. Una prisión con barrotes invisibles. Aparentemente tú podías irte, pero no lo hacías”.

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“Estuve 5 años en más de 40 prostíbulos”

A Amelia le hacen falta 3 años para cumplir 40. Una edad directamente proporcional al número de clubes o prostíbulos españoles en los que estuvo vendiendo placer, en casi todas las localidades autónomas de la madre patria, irónicamente donde una joven se sentía más huérfana y sola que nunca. Desechable, además, porque debía migrar a otro club, de tanto en tanto, como si se tratase de mercadería de cambio.

“No sé, yo creo que en todas las comunidades autónomas. Me es más fácil decirte dónde no he estado. Estuve 5 años en más de 40 prostíbulos no diría que trabajando porque eso no es trabajar, yo digo pasando…. Cada cuanto te cambiaban porque hay que variar la mercancía. Tú debes esforzarte en ser la mejor pieza a elegir. Las que más trabajan se convierten en favoritas. Tienen sus privilegios, claro. Todas acabamos queriendo ser las preferidas”.

Un día, porque siempre hay un fondo que tocar, Amelia buscó la forma de cruzar la invisibilidad de los barrotes. Usó su experiencia de servicio para poder dejar atrás su prisión y le llamó a uno de sus clientes a quien le confesó sus planes y le ofreció un acuerdo de mutuo beneficio.

“No podía seguir haciendo el poder de la puta feliz. Le dije que me iba a su casa y si me admitía follaba gratis. Me dijo: ‘¡Ah, sí, claro!"”.

Por supuesto, el contrato de palabra no duró mucho y la joven se lanzó a la calle, en esta ocasión, era el sol el que estaba sobre su cuerpo y la inexperiencia laboral, en su hoja de vida. Tuvo que hacer el cuero duro y aparentar una coraza en medio de un horario que no era el suyo para trabajar, pero que le ofrecía ser una nueva Amelia.

“Luego empecé a trabajar como camarera. Pude resistir, aunque fue duro. Si durante años te dicen que no vales para otra cosa. A mí me daba miedo todo: la luz del día, la gente. Pero no se notaba. A ojos de la gente era una tía borde, cortante. Me veían súper poderosa cuando en realidad sentía puro miedo”.

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“No puedes pagar para penetrar a una mujer…”

¿Es legal la prostitución en España? Es la duda que surge ante relatos como este. Medios como Europa Press se han dado a la tarea de responder la interrogante que se hacen propios y extraños ante este cuestionado y legendario oficio.

Se encuentra en una situación de alegalidad. Ni legal, ni ilegal, asegura el artículo que establece que 1 de cada 5 españoles admite haber contratado los servicios de una sexo servidora en las calles de esta nación europea, citando un estudio de la Universidad Pontificia de Comillas (Madrid).

La sanción para quien solicite sus servicios, tiene lugar cuando ocurre “en zonas de tránsito público, cerca de lugares destinados a su uso por menores (colegios, parques…) o en zonas que pueda generar un riesgo para la seguridad vial”. Los vacíos legales son tan grandes como el abismo en el que caen las mujeres que han sido esclavizadas en este mundo.

Por cierto, salir de la prostitución, del alcance de los proxenetas, de los barrotes invisibles de una prisión, es una hazaña que ahora comparte Amelia en su libro “La revuelta de las putas”, en el que pretende revelar un andar complicado entre la infancia, adolescencia y vida de una mujer que vivió encerrada durante muchos años en una prisión invisible y muy juzgada desde la sociedad, pero para las mujeres que ejercen la prostitución.

Para Tiganius, acabar con la prostitución es todo un compromiso del Estado (extensivo a todos los países que la viven). Uno que debe ser tan integral y con pasos lentos, pero seguros, para llegar al fin de una situación que persigue a las mujeres hasta envolverlas en una vorágine de la cual no es fácil salir.

“Con la abolición, que no es prohibirla ni erradicarla. Sino construir un proceso que acabe con ella. ¿Cómo? De manera integral: primero persiguiendo todas las formas de proxenetismo. Es un problema de Estado. Tiene que incluir ayudas a quien sale, no solo económicas, también terapias, acompañamientos psicosociales, trabajo”.

La otra parte tiene que ver con el hecho de ser sociedades menos misóginas y dejar de culpar a las mujeres de ejercer la prostitución, siendo que hay una demanda allá afuera que va por cuenta del público masculino. Amelia, lo sabe. Lo vivió. Es por ello que pone el dedo en la llaga del machismo y su demanda que permite la esclavitud de las mujeres en este submundo.

“Y finalmente desactivar la demanda. Por medio de la educación y penalizando la demanda. Hacen falta normas para convivir y una de ellas es admitir que quien explota a una mujer o la utiliza atenta contra su salud: simplemente, no puedes pagar por penetrar a una mujer porque eso acarrea consecuencias nefastas para ella. Punto“.

Inma Flores / El País