Fue el primer caso de un asesino serial documentado en Argentina, durante una época convulsionada del país trasandino, debido a un contexto político cambiante y a una serie de olas de inmigración que cambiaron a la nación sudamericana, especialmente desde Italia, donde pueblos enteros se embarcaron con rumbo a Buenos Aires.
Una de esas familias que llegó desde Italia a fines del siglo XIX fueron los Godino, compuesta por la pareja de Fiore y Lucía, quienes tendrían 9 hijos a su llegada a Buenos Aires, uno de ellos fue Cayetano Santos Godino, quien pasaría a la historia bajo su apodo: “El petiso orejudo”.
El sobrenombre fue dado debido a su apariencia física, pues tenía orejas sobresalientes, que incluso llegaron a ser analizadas como las causantes de su problema psiquiátrico o “maldad”, consignó diario La Nación de Argentina.
Criado en las calles de Buenos Aires, Godino abandonó el colegio a corta edad y dedicó gran parte de su juventud e infancia a vagar por la ciudad, hasta que fue detenido en 1912 a la edad de 15 años por el homicidio de Jesualdo Giordano, un niño de 3 años que fue hallado en una fábrica abandonada, estrangulado con un cinturón y con un clavo enterrado en la sien.
Poco después de consumado el asesinato, el cadáver fue hallado por el padre del niño, que denunció lo ocurrido a la policía, que viendo las características del crimen, fue en busca del “petiso”, quien no tuvo problemas en reconocer el asesinato.
Godino incluso había acudido al funeral del niño, la misma tarde del homicidio, asegurando que fue “para ver si tenía el clavo”, una respuesta que reflejaba la personalidad del asesino.
El joven confesó el crimen a la policía, reconociendo que vio a Jesualdo jugando con otros niños cerca de su casa y tras ganar su confianza, lo llevó a comprar dulces de chocolate a un almacén de calle Progreso, para después engañarlo y llevarlo hasta un terreno de una fábrica abandonada, donde cometió el horrible crimen.
Cayetano golpeó con fuerza al pequeño y lo azotó contra una pared, lo arrojó contra el suelo y lo inmovilizó con su rodilla presionándole el pecho, lo ahorcó con el cinturón, pero aún así seguía frustrado porque no podía matarlo.
Salió a buscar algo con que terminar su crimen, en eso se encontró con el padre de Jesualdo, quien le preguntó si había visto al pequeño, el petiso le dijo que no. Después halló un clavo y se lo enterró en la sien, matando al niño.
La noche siguiente fue detenido y desde entonces quedó detenido para el resto de su vida, no sin antes confesar una serie de crímenes similares, de los cuales sólo tres pudieron ser confirmados por la justicia, incluyendo el de Jesualdo.
Historial criminal
La detención del “petiso orejudo” permitió reconstruir su historia criminal, que inició el 28 de septiembre de 1904, cuando tenía 7 años. Esa tarde engañó a Miguel Depaoli, un bebé menor de 2 años, llevándolo a un terreno baldío, lo golpeó y después lo tiró sobre una enredadera con espinas, reconstruyó diario Clarín de Argentina.
Un año después su víctima sería un niña de un año, Ana Neri, a quien llevó a un terreno y la golpeó en reiteradas ocasiones en la cabeza con una piedra. No llegó a matar a ninguno de estos dos menores.
Su primer asesinato llegó cuando Godino tenía 9 años, se trató de María Rosa Face, a la cual el 26 de marzo de 1906 llevó a una zona abandonada de la calle Río de Janeiro en Buenos Aires, donde la estranguló -sin llegar a matarla – y la enterró viva en una zanja, cubriéndola con latas, según la confesión dada en 1912 a los policías tras su detención.
Los policías volvieron al lugar que les había dicho Godino, pero hallaron una fábrica en el lugar, aunque sí confirmaron que había una denuncia por la desaparición de María Rosa Face de seis años, pero nunca fue encontrada y sus padres – inmigrantes italianos- habían retornado a su país.
Un mes después de haber cometido ese crimen, el padre del “petiso orejudo” lo llevó ante la policía, tras sorprenderlo martirizando pájaros. Encontró un ave muerta en su zapato y una caja con pájaros muertos.
Un parte policial consignó esa detención:
“En la Ciudad de Buenos Aires, a los 5 días del mes de abril del año 1906, compareció una persona ante el infrascripto Comisario de Investigaciones, el que previo juramento que en legal forma prestó, al solo efecto de justificar su identidad personal, dijo llamarse Fiore Godino, ser italiano, de 42 años de edad, con 18 de residencia en el país, casado, farolero y domiciliado en la calle 24 de Noviembre 623. Enseguida expresó: que tenía un hijo llamado Cayetano, argentino, de 9 años y 5 meses, el cual es absolutamente rebelde a la represión paternal, resultando que molesta a todos los vecinos, arrojándoles cascotes o injuriándolos; que deseando corregirlo en alguna forma, recurre a esta Policía para que lo recluya donde crea oportuno y para el tiempo que quiera”.
Estuvo dos meses en reclusión, luego de eso no volvió a su casa ni a la escuela, sino que se dedicó a vagar por las calles.
A los meses, en septiembre, Godino atacó a Severino González Caló, de dos años. Tras engañarlo fueron a una bodega en el barrio de Almagro, lo ahogó en una pileta para caballos y trató de cubrirlo, pero fue sorprendido por el dueño del lugar, huyendo de la zona.
Posteriormente fue llevado a un internado de menores, donde estuvo hasta 1911, cuando entró a trabajar en una fábrica, donde duró tres meses, luego de ser acusado de matar a una yegua.
1912 fue el año clave para el petiso. El 25 de enero apareció muerto Arturo Laurora de 13 años al interior de una casa vacía, semidesnudo y con el cuello rodeado de una cuerda. El 7 de marzo, Reyna Bonita Vaínicoff de 5 fue internada en el Hospital de Niños de Buenos Aires con graves quemaduras luego que alguien incendiara su vestido, murió tras 16 días de agonía.
Estos dos crímenes quedaron impunes hasta diciembre de 1912, cuando Godino fue detenido y confesó estos dos asesinatos.
En medio de esa fecha, el “petiso” fue arrestado y liberado horas después, tras ser sorprendido ahorcando a Roberto Russo de dos años, al que había llevado a un lugar abandonado, tras engañarlo comprándole dulces. Un rito similar al que utilizó por el crimen de Jesualdo.
Leyenda y detención
El caso del “petiso orejudo” llamó la atención en Argentina, siendo considerado el primer asesino serial de la historia de ese país, lo que generó que varios médicos estudiaran su expediente.
Debido a su condición, primero fue enviado al Hospicio de las Mercedes, donde fue dirigido por el director del recinto, Domingo Cabred, un célebre médico de principios del siglo XX en Argentina, cuyo diálogo con el criminal fue reproducido en un reportaje de diario La Nación.
Doctor: ¿Es usted un muchacho desgraciado o feliz?
Petiso: Feliz.
D:¿No siente usted remordimientos por lo que ha hecho?
P:No entiendo.
D:¿Piensa que será castigado por sus delitos?
P:He oído que me condenarán a veinte años de cárcel y que si no fuera menor me pegarían un tiro.
D:¿Por qué incendiaba las casas?
P:Porque me gusta ver trabajar a los bomberos. Cuando ellos llegaban, yo colaboraba trayéndoles baldes de agua.
D¿Y robar?
P:He probado, no me gusta.
Luego de dos años de investigación, en 1914, fue condenado a cadena perpetua irremediable, siendo llevado a la Penitenciaría Nacional de la calle Las Heras, donde aprendió a escribir y leer, y donde estuvo hasta 1924, cuando fue llevado a la cárcel del fin del mundo en Ushuaia en la Patagonia.
Su estancia en ese lugar dio pie a una serie de historias, como que el gobierno argentino financió que le operaran las orejas, pues se consideraba que ahí acumulaba a su maldad. Fue víctima de varias palizas en su estancia, especialmente luego de matar a dos gatos que los presos tenían de mascotas.
Murió el 15 de noviembre de 1944 en la prisión. Se cuenta que su fémur fue usado como un pisapapel por la esposa del último director del centro penitenciario, mientras que el resto de su cadáver nunca fue hallado, tras el cierre de la cárcel en la década del 50.