VER RESUMEN

Resumen automático generado con Inteligencia Artificial

En el fascinante mundo de la arqueología y las antigüedades, se destaca la presencia de estatuas romanas con partes faltantes, como narices rotas, manos mutiladas y cabezas ausentes, fenómeno explicado por el desgaste natural debido al tiempo y diversos incidentes. Además, se revela que muchas mutilaciones fueron intencionales, como en la creencia egipcia de desactivar el espíritu dañando la nariz de la estatua, o en la práctica romana de "damnatio memoriae" que implicaba la decapitación de estatuas para borrar el legado de un emperador impopular. Incluso algunas estatuas romanas tenían cabezas intercambiables, permitiendo actualizarlas según la popularidad de la figura.

Desarrollado por BioBioChile

En el fascinante mundo de la arqueología y las antigüedades, es casi imposible no notar una peculiaridad en las galerías de arte clásico: la abundancia de estatuas romanas con detalles faltantes; narices rotas, manos mutiladas y, sobre todo, cabezas ausentes.

La explicación más sencilla, aunque quizás menos emocionante, es el simple paso del tiempo. Como señala Rachel Kousser, profesora de clásicas e historia del arte en el Brooklyn College, el cuello es un punto débil natural en la anatomía de una estatua. Siglos de exposición a los elementos, caídas accidentales y el transporte a través de continentes han cobrado su precio en estas antiguas obras de arte.

Sin embargo, no todas las mutilaciones son producto del azar. Mark Bradley, catedrático de clásicas de la Universidad de Nottingham, sugiere que muchas de estas estatuas fueron objeto de ataques deliberados. En algunas culturas antiguas, como la egipcia, se creía que dañar la nariz de una estatua era una forma de “matar” el espíritu que habitaba en ella, privándola de su capacidad para respirar.

Decapitaciones: la causa de las estatuas romanas sin cabeza

En cuanto la decapitación, la ausencia de cabezas en las estatuas tampoco era siempre accidental. En la antigua Roma, la práctica del “damnatio memoriae” permitía al Senado condenar la memoria de un emperador impopular tras su muerte. Esto incluía la desfiguración o decapitación de sus estatuas, un acto simbólico para borrar su legado. Un ejemplo famoso es el de Nerón, cuyas estatuas fueron destrozadas tras su muerte.

Curiosamente, algunas estatuas romanas fueron diseñadas intencionalmente con cabezas desmontables. Esta ingeniosa solución permitía a los escultores crear cuerpos genéricos y luego añadir o cambiar las cabezas según fuera necesario.

¿Un héroe caído en desgracia? No había problema, simplemente se reemplazaba su cabeza por la del nuevo favorito del público. Este sistema de “cabezas intercambiables” no solo evitaba el trabajo de esculpir una nueva estatua desde cero, sino que también permitía a los romanos actualizar sus monumentos de manera rápida y pragmática, reflejando los cambios en el poder o la popularidad de una figura pública.

Pero la historia no termina en la antigüedad. En tiempos modernos, algunos comerciantes de arte, en busca de ganancias, llegaron a decapitar estatuas romanas para vender las cabezas y los cuerpos por separado, generando así dos objetos valiosos en lugar de uno solo.

¿Por qué muchas estatuas romanas no tienen cabeza? El paso del tiempo no sería la única clave
DW | Imago

Este fue el caso de una estatua de una mujer drapeada, adquirida por el Museo J. Paul Getty en 1972. Aunque originalmente la estatua incluía una cabeza, los registros fotográficos mostraban que esta se perdió en algún momento del siglo XX, solo para reaparecer más tarde como un artefacto separado en una colección privada.

Aunque las cabezas y otras partes de las estatuas se pierdan, la investigación arqueológica moderna ha logrado reunir algunas piezas, devolviendo la integridad a obras que habían sido separadas por el tiempo y las circunstancias. En ciertos casos, como en el de la mencionada estatua del Getty, los conservadores pudieron unir el cuerpo con la cabeza perdida después de décadas de separación.

Sin embargo, este trabajo está lejos de ser sencillo y libre de confusiones. Un ejemplo revelador es la historia de una estatua del emperador Septimio Severo. Durante décadas, un museo danés sostuvo que su cabeza pertenecía a un torso expuesto en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. No obstante, investigaciones han sembrado dudas sobre esa conexión, demostrando lo complicado que puede ser reunir estas piezas antiguas, como si fueran fragmentos de un gigantesco rompecabezas histórico.