La situación ocurrida en el Liceo Bicentenario de Trehuaco, requiere de una mirada integral para su comprensión.

En primer lugar, es necesario rechazar todo tipo de violencia en las escuelas, eso no está en duda. Al mismo tiempo, demuestra lo que varios autores en Chile han mencionado sobre las tensiones y resistencias a la inclusión educativa de varios actores, en un contexto poco permeable a la inclusión como paradigma educativo.

Segundo, la falta de comprensión de la condición autista, que genera dolor en las familias, además de tensión y desmotivación en el profesorado, lo que lleva a un círculo vicioso de mal abordaje del autismo, un desborde de estudiantes autistas, y un desborde emocional en el profesorado, estancando la mirada inclusiva y perpetuando opiniones que indican que simplemente, no se puede “con estos niños del PIE” (Programa de Integración Escolar).

Si un estudiante con autismo tuvo una desregulación sensorial y emocional que se expresa en una conducta agresiva, debemos preguntarnos sobre las circunstancias que la provocaron, asumiendo que el estudiantado autista no es agresivo por naturaleza (no podríamos hacer nada con eso), sino las circunstancias que la provocan, sean estas, materiales, del ambiente e incluso actitudinales de pares y del profesorado. Si la familia había entregado los antecedentes a la escuela, deberían entonces existir los protocolos que el MINEDUC ha desarrollado al respecto. Pero no solo eso, estos deben ser utilizados apropiadamente para evitar la desregulación autista y dejar de ser letra muerta.

Me preocupa que se eleve el tono de la discusión sobre la pertinencia de la inclusión educativa, todavía en pañales en Chile. Esto puede llevar a un acalorado debate político que ponga en duda lo que la academia ya ha ratificado como único paradigma viable de realización del derecho a una educación de calidad para todas y todos.

Debemos ponderar la situación desde una visión ecológica del tema, no desviando la discusión a causas políticas que proponen eliminar la inclusión; mejor formación inicial docente, desarrollo de un enfoque inclusivo, mejorar la formación continua, liderazgos educativos que actúen por la inclusión y reglamentación ajustada a la realidad chilena, piso mínimo para lograr una ética del cuidado de todas y todos.

Como profesor y padre autista, el empoderamiento familiar del diagnóstico, el acceso a tratamientos médicos y la actitud de la comunidad educativa que acoge y no discrimina, son elementos esenciales de una inclusión real. No es necesariamente el problema ser o no autista, sino la falta de comprensión de la condición de serlo. De otro modo, serán los y las personas autistas quienes paguen los platos rotos por ser quienes son, y seguirán siendo apuntados con el dedo sin mirar la viga en el propio.

Juan José Lecaros Calderón
Académico de la Facultad de Educación, Universidad Central

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