Señor director:

La sensación es innegable: Chile ya no es el país tranquilo y seguro que alguna vez conocimos. Hoy, la delincuencia, el crimen organizado y la violencia han dejado de ser una excepción para convertirse en parte del día a día. Cada semana, nuevos titulares nos confirman algo que millones de chilenos ya saben: el Estado ha perdido el control de las calles.

Pero, ¿cómo llegamos hasta aquí? La respuesta es clara. Durante años, hemos visto cómo nuestras instituciones encargadas de garantizar el orden público han sido debilitadas, cuestionadas y deslegitimadas. El discurso garantista ha cedido terreno a quienes delinquen, dejando al ciudadano honesto a la deriva. Y cuando a esto sumamos una migración mal gestionada, sin filtros ni integración efectiva, el cóctel es explosivo.

Como chileno, que ha tenido la oportunidad de formarse en Europa y observar cómo otros países enfrentan desafíos similares, puedo decirlo con certeza: sin seguridad no hay libertad. La paz social no es negociable, ni debe estar sujeta a cálculos políticos.

Chile necesita con urgencia líderes dispuestos a hablar sin eufemismos. Necesitamos leyes firmes, una policía respaldada por el Estado, y políticas migratorias responsables. No podemos seguir normalizando que la violencia y delincuencia sea el precio de la modernidad.

Recuperar la seguridad no es autoritarismo. Es sentido común. Es el deber de un país que quiere garantizar el bienestar y la libertad de sus ciudadanos.

La pregunta es simple: ¿Seguiremos cediendo terreno al caos, o tendremos el coraje de actuar antes de que sea demasiado tarde?

Por Jacob Álvarez
Chileno en Suecia. Estudiante de European Studies – Politics, Societies and Cultures

Nuestra sección de OPINIÓN es un espacio abierto, por lo que el contenido vertido en esta columna es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial de BioBioChile