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La presidencial se acerca y mientras las derechas ya tienen candidaturas, las fuerzas progresistas carecen de unidad y liderazgo, generando sentimientos de nostalgia y pesimismo. Dos posturas contrastan: los nostálgicos buscan revivir la Concertación, mientras que los pesimistas apuestan por fortalecer la oposición parlamentaria. La falta de esperanza y visión a futuro preocupa, pues el desafío radica en recuperar la confianza en la transformación y progreso, enfrentando amenazas como el cambio climático y la desigualdad. La clave está en reconstruir un proyecto político atractivo, con liderazgos efectivos y soluciones concretas para superar la incertidumbre y lograr resultados tangibles en beneficio de la ciudadanía.

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La presidencial está a la vuelta de la esquina. Mientras las derechas ya se encuentran en disputa con distintas candidaturas instaladas, las fuerzas progresistas están en el descampado, no solo por falta de candidatos, sino también por la ausencia de proyecto común. En este contexto, predominan una serie de emociones que se pueden desprender de las vocerías del sector, a vuelo de pájaro: la nostalgia y el pesimismo.

El futuro, la incertidumbre y la indefinición, inquieta. Por tanto, la verdadera amenaza es quedarse paralizado ante la realidad. Por eso es que preocupa el devenir de los progresistas en este año electoral. Ante la inquietud, dos posiciones se han ido acomodando en el debate público. Por un lado, los nostálgicos anhelan “lo que fue” para enfrentar “lo que viene”. De allí es que emerge reeditar una nueva Concertación compuesta por el Socialismo Democrático más la Democracia Cristiana. Por otro lado, se encuentran los pesimistas. Aquellos que no le ven vuelta a la presidencial y ponen los énfasis en conseguir una buena negociación parlamentaria para ser oposición a un gobierno de derecha.

Ambos caminos carecen de una cuestión que es central para enfrentar el futuro y que las fuerzas progresistas han ido perdiendo con el tiempo, a saber: la esperanza (y si se quiere, épica). En este sentido, tal como indica el filósofo vasco Daniel Innerarity, el devenir para aquellos que creen en las transformaciones está en velar por lo ya conquistado, pasando así de un modelo planificador a uno preventivo. Hay desconfianza en lo que viene, dado que el porvenir está lleno de amenazas (cambio climático, populismos y la extrema derecha, tensión democrática, desigualdades consolidadas, crisis migratorias, problemas de seguridad, etc.).

Es un imperativo recuperar la esperanza y la idea tradicional de progreso, es decir: “Que lo mejor está por venir”. Solo así podremos reconstruir “lo común” por medio de un proyecto político que concite el interés ciudadano y expectativas de mejora. En tiempos de alta incertidumbre para la población, dado los problemas que enfrenta, el diferencial estará en ser capaces de ofrecer soluciones de la mano de liderazgos transversales y hacedores.

La política y la promesa democrática gozará de buena salud en la medida que sea capaz de acortar las brechas entre el decir y el hacer. En simple, de abandonar la impotencia a la cual está sometida y trasladarse a la eficacia de las políticas públicas. Las transformaciones no se llevan a cabo por decreto, sino más bien por un aprecio por la buena gestión, la transparencia, la probidad y los resultados.

Con base en lo anterior, frente al futuro, si nos dan a elegir entre la nostalgia y el pesimismo, dennos siempre la esperanza.

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