El programa FIU podría convertirse en otro programa de fomento científico que, como otros que han sido propuestos en años recientes, posiblemente fracasará en resolver las graves deficiencias estructurales de nuestra ciencia.

Pablo Astudillo Besnier
Científico y profesor asistente en la Universidad Autónoma de Chile

El financiamiento público de la investigación científica es, en la mayoría de los casos, de carácter competitivo. Es decir, los investigadores deben competir entre sí para obtener fondos públicos (siempre escasos), por lo general mediante la presentación de proyectos de investigación que son evaluados por pares.

Los problemas del sistema competitivo para financiamiento

Este sistema posee una gran ventaja, al reducir —al menos en teoría— las posibilidades de sesgos y favoritismos, generando además la ilusión de basarse en el mérito. Sin embargo, es de público conocimiento que el actual sistema competitivo y basado en proyectos conlleva una serie de problemas.

Los dos más graves son, por una parte, la inestabilidad del financiamiento (que a su vez se traduce en la imposibilidad de dar continuidad a las líneas de investigación) y la consiguiente precariedad para el personal de I+D asociado. Y, por otro lado, la aparición de una serie de “incentivos perversos” —como se les denomina en la literatura— que reducen la calidad de la ciencia.

En consecuencia, no solo es necesario madurar hacia nuevos sistemas de financiamiento de la investigación, sino que es incluso urgente.

En este sentido, el objetivo del gobierno del presidente Boric de avanzar hacia un sistema de tipo “basal” o “estructural” es una buena noticia. Sin embargo, y como ha sido lo usual con las decisiones relativas al fomento científico durante la actual administración, un buen propósito podría verse arruinado, por una implementación deficiente y caprichos ideológicos.

Fondo de Investigación para Universidades (FIU)

En días recientes se conocieron detalles del llamado “Programa de Financiamiento Estructural I+D+i Universitario (FIU)”, cuyo objetivo declarado es “asegura(r) fondos estructurales para investigaciones relevantes a nivel regional y mundial, complementando el modelo de financiamiento por proyecto y orientando los recursos a necesidades territoriales, impulsando la creación de conocimientos y tecnologías aplicadas en todo Chile”.

Para que un programa de tipo estructural contribuya a reducir los impactos negativos del actual modelo competitivo, deben observarse dos requisitos o condiciones imprescindibles. Primero, este debe ser accesible para todas las universidades que desarrollen investigación, sean públicas o privadas, incluso independiente de su grado de madurez institucional.

Segundo, un programa de este tipo debería apuntar a todas las áreas del conocimiento, y en especial a todos los tipos de investigación, en particular para la ciencia básica y la investigación motivada por curiosidad, ya que otros tipos de investigación (como la investigación orientada por “misiones” o “desafíos” y, sobre todo, la ciencia aplicada) pueden contar con otras fuentes de financiamiento.

Las primeras informaciones que se conocieron sobre el programa Fondo de investigación para universidades, sugerían errores en ambos requisitos.

Por ejemplo, declaraciones preliminares de algunas autoridades insinuaban que el programa aplicaría solo a las universidades del CRUCH. Sin embargo, en la información dada a conocer en estos días se señala que el programa también estará abierto a universidades privadas (con una pequeña “letra chica”, detallada más adelante).

Respecto a la segunda condición que debe cumplir un programa de tipo estructural, el programa FIU comete una discriminación incomprensible, al excluir explícitamente la investigación básica y motivada por curiosidad, en especial en su línea denominada “FIU Frontera”, la cual solo financiará “capacidades de I+D+i que logren dar respuestas a misiones complejas con enfoque estratégico nacional, inter y transdisciplinario, en temas pertinentes a los desafíos país”.

Es decir, los investigadores e investigadoras que no trabajen en los temas que la autoridad —a través de procesos siempre de escasa participación y aún peor diálogo público— haya definido como “misiones” (y además, en “temas pertinentes”), no podrán participar del programa. De este modo, no solo seguirán sometidos al asfixiante ambiente del sistema competitivo, sino que, además, perderán terreno frente a sus pares que sí desarrollen líneas de investigación “misionales” (como se les denomina en la jerga). Estos últimos, por supuesto, podrán seguir participando en las postulaciones a fondos competitivos, generándose así una “élite misional” bien financiada, en contraste con el todavía subfinanciado “resto de la comunidad científica”.

Es decir, el programa Fondo de Investigación para Universidades, más que corregir vicios del sistema competitivo, seguramente terminará acentuándolos.

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“La élite misional” y la ciencia básica motivada por curiosidad

El concepto de “misión” aplicado a la ciencia presenta una serie de problemas. No solo fracasa en explicar el proceso real por el cual el conocimiento científico se transforma en soluciones a los problemas que enfrenta nuestra sociedad. Además, genera —pese a todos los disclaimers y aclaraciones de sus defensores— una élite de “ganadores” a expensas de áreas y disciplinas “perdedoras”. Estas son vistas por algunos como ciencia inútil, indeseable o de menor rango, impidiendo su desarrollo a un nivel de excelencia acorde con el potencial de nuestra comunidad científica, reconocido internacionalmente.

Pero, incluso si se creara una tercera línea del programa Fondo de Investigación para Universidades, destinada a la ciencia básica y motivada por la curiosidad, aún quedaría otro problema por resolver. El programa “FIU Frontera” (una de las dos líneas que tendrá este instrumento) está abierto solo para universidades con acreditación institucional de “excelencia” (seis o siete años). Apenas una docena de instituciones califican, y algunas de ellas ya cuentan con investigadores bien financiados. En ciertas disciplinas, suelen adjudicarse una cantidad significativa de los fondos competitivos actuales.

Por ejemplo, solo las dos universidades que hoy tienen siete años de acreditación acapararon el 34% de los proyectos FONDECYT Regulares en la última convocatoria. Para apreciar el impacto de esta restricción, imaginen un “Fondo de Desarrollo Urbano” al que solo puedan postular las comunas del sector nororiente de Santiago, como Las Condes o Vitacura.

Desde luego se podrá argumentar que el propósito del programa FIU es resolver problemas, “desafíos” o “misiones”, y no solucionar los problemas asociados a la lógica competitiva basada en proyectos. Al respecto, cabe señalar dos cosas:

Primero, si lo que se quiere es resolver problemas concretos de nuestra sociedad, necesitamos más ciencia básica y motivada por curiosidad, mejor financiada, con investigadores que también reciban un apoyo diferente al actual sistema competitivo.

Segundo, vale advertir que es la misma autoridad la que ha argumentado, en diversas oportunidades, que la idea de este fondo es “complementar la lógica de la concursabilidad” y otorgar recursos “de largo plazo”, apuntando de forma indirecta a los problemas del modelo competitivo.

Cualquiera sea el caso, el programa FIU podría convertirse en otro programa de fomento científico que, como otros que han sido propuestos en años recientes, posiblemente fracasará en resolver las graves deficiencias estructurales de nuestra ciencia.

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