Por Marcelo Gallardo, profesor de ciencias, chileno con 20 años en Estados Unidos.

Más plata pa´ nuestros cauros y chiquillas, porque sí se puede

Fran fue mi alumna de quinto básico en una escuela pública acá en Milwaukee. Fran había llegado a los Estados Unidos hacía un par de semanas desde Puerto Rico, aunque ella era de República Dominicana.

Recuerdo que sus ojos eran enormes y curiosos. Su sonrisa amable. No hablaba mucho, su español era simple. Sus habilidades para la escritura y lectura (en español), y para las matemáticas eran pobres. Su gramática era deficiente y su redacción, sin sentido. Sus habilidades matemáticas eran semejantes a las de una alumna de primero básico. Usaba sus deditos para hacer una simple suma y/o dibujaba palitos desordenados en una hoja de papel para responderme.

Mi falta de experiencia como profe me llevó a pensar que ella era una estudiante con problemas de aprendizaje (con discapacidades para aprender y progresar como se les identifica acá). Incluso sugerí hacerla repetir, sin embargo, la administración me lo negó. No se veía bien en sus números.

Un apoyo integral

Durante ese año, Fran recibió apoyo en educación especial y psicopedagógica, algo así como tres veces a la semana. También, apoyo fonoaudiólogo para poder hablar mejor (una vez por semana). Me imagino que fue un año muy tenso para Fran, pero lleno de descubrimientos. Además, estuvo repleto de personas dispuestas a apoyarla. Hoy mirando atrás, humildemente me incluyo en ese grupo.

Ese año era mi tercer año como maestro, pero el primero con un curso a cargo. Fue un año de largas noches preparando material (para todas las materias-subjects, en inglés y también en español), de mucha ansiedad, en un estado mental fatigante. Un año de casi cero mentorías/apoyo. De escaso tiempo durante el día para planificar, reflexionar, corregir, sacar copias, o simplemente para comer o ir al baño.

Además, Fran no era la único estudiante con necesidades. Entonces, me sentía como alguien nadando en el medio de un océano, sin saber dónde ir, y no veía la orilla. Más encima, la administración, o mejor dicho su burocracia/dictadura papelística y evaluadora (algo nepotista en aquellos años), me carcomía mi voluntad y creatividad. Era un trabajo como el de un malabarista con treinta niños y niñas al que se le exigía más de lo lógico, y al que le tiraban más bolitas papelisticas (or tasks) para hacer. Y yo, no tenía ni el tiempo, ni el apoyo, ni la experiencia suficiente para hacerlas. Sin embargo, sobreviví a mi primer año.

Fran lo logró

Habían pasado ocho años desde mi primer encuentro con la Fran, y mira lo que es la vida, aquí estaba ella de nuevo, de vuelta en mi salón de Física. Esos mismos ojitos curiosos y la misma sonrisa amable se paraban frente a mí.

“Hi Mr. Gallardo, how are you?” Lo primero que hice fue abrazarla fuertemente.

La Fran lo había logrado, había superado todos sus obstáculos, sus deficiencias. Y ahora estaba en mi clase de Física. También estaba en AP Calculus y Honor English. Esa Fran, que pensé hacerla repetir, había superado todas sus falencias, todas las barreras sociales y sistémicas.

Todo ello gracias a un montón de personas que se cruzaron en su camino, desde ese quinto básico hasta su último año de secundaria. Un batallón de maestros dispuestos a luchar para cambiar lo que no estaba bien. Así como también un montón de especialistas y consejeros educacionales muy profesionales y perseverantes.

En resumen, la Fran lo logró gracias a un sistema público educativo muy cuestionado, vapuleado, a veces poco eficiente, burocrático, qué duda cabe, pero que al fin y al cabo, genera cambios, produce esperanza y pequeños brotes allí donde las condiciones no se dan o donde no deberían darse para que una niña salga adelante.

La educación como acto revolucionario

Para mí, las verdaderas revoluciones no estoy tan seguro si debiesen ser económicas o políticas. Pienso que si queremos cambiar nuestro mundo, la verdadera revolución que deberíamos emprender debería ser educacional. Allí hay que poner las lucas, allí debería darse el gran acuerdo nacional que de alguna manera propone tanto la derecha como la izquierda, y a la que hoy se suma el arzobispo.

Un acto revolucionario que prepare maestros y profesionales de apoyo para combatir el ausentismo, la drogadicción, los abusos de toda índole, la falta de cultura, las injusticias de clase, el miedo congelante, y la ignorancia que tanto daño nos hace. Y porque no, para reforzar esa falta de creatividad e innovación, o como dicen por ahí, para tener más capital humano preparado.

Una revolución que prepare niños y niñas nuevos para que interpreten la vida con más esperanza. Que sean capaces de crear cosas nuevas, y que no repitan los errores del pasado. A mi entender, las sociedades verdaderamente justas, bondadosas, tolerantes, pacíficas, fraternales, libres, más amigas de la naturaleza, capaces de pensar el futuro, sabias e innovadoras, en fin, las más felices, más saludables y desarrolladas, serán las sociedades más educadas.

Necesitamos más plata para aumentar la calidad de nuestra educación, de nuestros especialistas. Plata para promover un pensamiento propio y original en nuestros niños y niñas. Y para lograr este gran acuerdo, para crear esta revolución, se necesita de un gran acuerdo, un pacto que involucre a los grandes empresarios para que se sumen con su apoyo económico, pero que también implique un actuar responsable del aparato público para con la eficiencia de su gestión pública. Así como también, de un compromiso de probidad y honestidad transversal, porque nuestras cauras y chiquillos no pueden esperar. Hoy nos necesitan.

No sé qué pasó con la Fran, lo último que supe de ella es que había ganado algunas becas para estudiar y ser maestra de matemáticas.

    “La educación no cambia al mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo”.
    Paulo Freire.
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