Las secuelas de nuestras intervenciones quirúrgicas y hormonales tampoco son atendidas. Muchos detransicionadores siguen o seguimos formando parte del ámbito de aquello que se entiende ampliamente por “diversidad sexual”, pero no buscamos ser parte de una sigla, a estas alturas, algo vacía.

El reportaje “Nuestros niños trans” de Informe Especial dio a conocer más ampliamente a la sociedad el deficiente programa de salud pública “Crece con Orgullo” para niños y adolescentes identificados trans.

El programa ofrece intervención psicosocial a menores de edad sin considerar relevante el parecer de los padres, quienes en caso de estar en desacuerdo pueden ser judicializados. Da paso a transiciones sociales aceleradas y prematuras: cambio de rol de género (esto es nombre, pronombre y vestimenta desde los primeros años de vida), y, desde los 9 o 10 años, derivación a tratamientos hormonales con efectos secundarios severos y sin respaldo científico de calidad.

Siempre es posible complementar un reportaje televisivo con columnas, artículos e investigación escrita. Informe Especial pudo ahondar en las historias presentadas. Quedó una sensación algo fragmentaria, pero lo cierto es que una hora de televisión se hace poco para tanta catástrofe en políticas públicas.

La detransición

Una realidad esbozada en el reportaje fue la detransición. Se ha venido designando detransicionadores y desistidores a quienes abandonan una identificación trans a cualquier edad. Los primeros pondrían término a la transición médica y social, mientras los segundos serían aquellos que revierten la transición social sin haber alcanzado a iniciar procesos quirúrgicos u hormonales.

Las consecuencias de los bloqueadores de la pubertad, terapias hormonales e intervenciones quirúrgicas son permanentes y sus secuelas afectan particularmente a niños y adolescentes. En ocasiones se insiste en la idea de “arrepentimiento” frente a una transición apurada y poco reflexiva, usualmente en un marco de corta edad, acompañamiento psicoterapéutico superficial e incluso de autodiagnóstico.

Pero la “detransición”, a falta de otro concepto que haga justicia a toda una historia de vida, no siempre apunta a “volver atrás” o “deshacer”. Procesos de investigación, reflexión y/o acompañamiento de salud mental eficaz pueden develar vías de resolución distintas a la transición.

Informe Especial incluyó dos breves referencias sobre detransición: una adolescente cuya familia fue entrevistada para el reportaje, pero que a última hora se bajó por temor a posibles represalias, y un adulto que detransicionó: este último, mi propio testimonio.

El periodista Santiago Pavolovic comenta en off que recibí amenazas, por lo que cabe preguntarse, ¿quiénes amenazan, organizan posibles represalias o pretenden silenciar a quienes detransicionamos?

Conozco bien la respuesta: no solo es el activismo que a la hora de ser valiente y eficaz de verdad, o sea, generar emprendimiento laboral, intervención consistente en espacios marginales dentro de su propia comunidad, respetar la divergencia de ideas y tantos otros pendientes, se hace el desentendido y elige operar del modo más fácil y deshonroso. También quienes, desde el espacio académico o de salud, firman cartas y columnas que pretenden censurar tanto a quienes detransicionamos como a quienes buscan alternativas.

Pero hay algo más: de paso y sin querer, probablemente, sus firmas y referencias institucionales revelan la red de poder y jugosos dividendos que subyacen al ámbito de lo que dicen defender bajo el eufemismo de las “niñeces trans”. Esta es una red que todavía debe ser investigada. Por ejemplo, ¿cuál es el recorrido exacto de los tratamientos hormonales desde que salen de CENABAST y laboratorios privados, hasta que llegan a manos de menores de edad identificados trans? ¿Qué vínculos políticos y económicos existen entre la salud afirmativa pública y privada, activistas trans, seminarios y becas universitarias, fondos internacionales y de gobierno?

¿Quién escucha a los detransicionadores?

Mientras tanto, ¿quién escucha a los detransicionadores? Si hasta Elisa Loncón firmó una de esas cartas, condenando los cuestionamientos de Informe Especial sobre “Crece con Orgullo”, y eso que jamás se la vio colaborando en ámbito trans alguno… ¿No se supone que a la izquierda le importan las historias silenciadas?

Quienes transicionan y detransicionan en la actualidad son mayormente adolescentes y jóvenes de sexo femenino. A su vez, muchas de las firmantes de esas cartas y anatemas también son mujeres. ¿Cómo se están posicionando estas últimas, académicas y con voz privilegiada, dentro del debate por el resguardo de la intimidad, seguridad y dignidad de mujeres y niñas?

Numerosos casos de transición infantojuvenil se ven inducidos por criterios culturales e ideológicos, las comorbilidades se han visto incrementadas y las alternativas han sido suprimidas por parte del activismo que se beneficia del modelo.

Pero volvamos a la pregunta: ¿qué se sabe en Chile acerca de los detransicionadores o quienes dejamos de identificarnos trans? No somos pocos, aunque el Proyecto T (Trans) de la Universidad Diego Portales diga lo contrario basándose en cifras desactualizadas: 9, 9% entre menores de edad, según el principal psiquiátrico de Chile, el Horwitz. ¿Y esos números crecientes que corren de boca en boca dentro de las propias organizaciones trans y escuelas de Chile? “Este año se devolvieron siete”, comentaba una activista y madre de adolescente trans, “pero tengo temor de hablar en público”. O bien: “La mitad de mis compañeras de curso ahora dicen que son trans”.

Un estudio internacional reciente (Boyd, I., Hackett, T., & Bewley, S. (2022) señala un número superior al 12% de detransicionadores documentados entre quienes iniciaron terapia hormonal, así como uno de cada cinco pacientes que interrumpieron el tratamiento por una gama más amplia de razones.

Los detransicionadores no solemos regresar a las clínicas de género, y mi impresión es que la cifra real de detransición debe rondar el 30 por ciento o más, y que con la afirmación desde edad temprana el número va en alza. Porcentajes del 80% de desistencia se reconocen en contextos donde los prepúberes disponen de libertad para explorar sin que se les afirme a priori.

La deuda de la salud pública con quienes detransicionan

Por otro lado, un estudio en curso del Manhattan Institute ha llegado a la conclusión de que tras siete años de diagnóstico de disforia de género, solo persiste un 40 a 50% de los adolescentes.

Mientras una comisión de la cámara de Diputados investiga “Crece con Orgullo”, el gobierno insiste en instalarlo a la fuerza y no hacerse cargo de los cuestionamientos. También la comisión de Familia de la Cámara Alta ha sido escenario de críticas transversales al modelo de salud local. Finalmente, “Crece con Orgullo” es un capítulo más de la crisis institucional de nuestro país. Es mucho más que un programa de “salud trans”: se trata de una muestra de la cultura, educación y cuidado que están recibiendo niños y adolescentes.

Un prejuicio del activismo afirmativo es que quienes detransicionamos somos personas conflictuadas emocionalmente. Por una parte, invalidan nuestros procesos al desconocer sus pormenores. Por otra parte, al recurrir al estigma del posible trastorno, se revelan incapaces de apreciar la fotografía de todo un país y de una comunidad (trans, nacional, humana) con bajas posibilidades de acceso a atención de calidad en salud mental.

Pese a que la subsecretaria de Salud Andrea Albagli reconoce nuestra existencia y la deuda por parte de la salud pública (lo señaló en una primera reunión con parlamentarios que expresaron sus dudas frente a “Crece con Orgullo”), los detransicionadores seguimos siendo una realidad pasada por alto.

Las secuelas de nuestras intervenciones quirúrgicas y hormonales tampoco son atendidas. Muchos detransicionadores siguen o seguimos formando parte del ámbito de aquello que se entiende ampliamente por “diversidad sexual”, pero no buscamos ser parte de una sigla, a estas alturas, algo vacía.

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