El espectro del suicidio entre los menores de edad con cuestionamientos de género ha sido puesto al centro de un debate hostil. La magnificación de la suicidalidad promulgada por ciertos clínicos y activistas crea un efecto nocivo que exacerba el riesgo en jóvenes realmente vulnerables.
El peligroso argumento del suicidio
El argumento del suicidio convence a los padres, a los mismos niños y adolescentes y también a los terapeutas, coartando su libertad de aproximación a los casos.
La retórica ofrecida a los padres por parte de los promotores del modelo afirmativo entre “un hijo trans vivo o una hija muerta” es más que inexacta, éticamente cuestionable, dañando tanto a quienes están fuera de riesgo suicida como a quienes consideran que la transición aliviará esas ideaciones.
Incluso el documento “Suicide & LGBT Populations”, firmado entre otros por Human Rights Campaign, PFLAG, Transgender Law Center y GLAAD, promotores de la afirmatividad a edades tempranas, advierte en su punto 7 “No atribuir una muerte por suicido a un factor individual (como bullying o discriminación) ni decir que una ley o política anti-LGBT en específico podría ‘causar’ suicidio”.
El suicidio es casi siempre resultado de múltiples causas, incluyendo temas de salud mental que no fueron detectados o tratados a tiempo. Relacionar la muerte por suicidio a factores externos como el bullying, discriminación o leyes anti-LGBT puede normalizar el suicido al sugerirse que es una reacción natural frente a tales experiencias o leyes.
También puede elevar el riesgo suicida al arrastrar a individuos de alto riesgo a asimilarse con las experiencias de aquellos que “fallecieron por suicidio” (queda en suspenso aquello que constituiría “leyes anti-LGBT”: seguramente incluyen todas las alternativas a la afirmatividad).
Sin evidencia concluyente
El activista de Organizando Trans Diversidades (OTD Chile) Franco Fuica, a comienzos de 2023 mediante las redes sociales de una escuela interpela a un familiar de un menor de edad que se quitó la vida días antes: “Oye, pero paren de referirse a él en femenino, era un niño trans que no quisieron reconocer, por ende no quisieron que viviera”.
El activista de OTD Chile forma parte del actual comité de expertos.
Un año después, la acaudalada y ubicua organización activista, también firmante de PAIG, declaró en redes sociales: “Quienes nieguen el acceso a bloqueadores puberales, serán responsables del alarmante incremento en las tasas de suicidio…”. Ese es el nivel de diálogo local sobre salud.
La revisión sistemática del Informe Cass no encontró evidencia concluyente de que los bloqueadores de la pubertad sean asociables al bienestar en salud mental entre jóvenes con cuestionamientos de género.
Hasta la fecha, solo un estudio ha evaluado directamente el vínculo entre la transición de género y la muerte por suicidio en ese tramo; se examinaron todos los registros sanitarios de Finlandia sin encontrar dicho vínculo.
Amenaza suicida como excusa para políticas totalitarias
Los activistas trans que manifiestan dudas ante el modelo afirmativo han optado por el silencio.
Algunos hasta han preferido cerrar sus agrupaciones y retirarse acusando discriminación tanto “cisgénero” (no trans) como transactivista, omitiendo verdades más profundas como son los crecientes casos de detransición, los procesos judiciales viciados que se han iniciado contra padres, y las secuelas derivadas del uso de terapias hormonales dentro de sus propias organizaciones.
Lo más deplorable es que, para eludir responsabilidades, desaparecieron afirmando a los cuatro vientos que la discusión sobre modelos atencionales en salud pondría en riesgo el “derecho a existir” de niños y adolescentes. Una vez más la amenaza suicida como excusa para ejecutar políticas totalitarias que no llegaron a buen puerto.
La subsecretaria de Salud Andrea Albagli distingue dos clases de expertos convocados a elaborar nuevos lineamientos: por trayectoria científica y por experiencia de vida.
El proceder errático de la subsecretaria, activistas y profesionales de la salud desconoce que algunos entre quienes estuvimos al inicio del movimiento social en este ámbito, no aconsejamos medicalizar menores de edad.
Hace siete u ocho años, no todo derivó en “mesas de expertos” y funcionarios de turno. Ni las organizaciones activistas ni las leyes pretendían separar a las familias. Las búsquedas subjetivas tampoco solían culminar en un box de atención clínica o psicológica.
La sana rebeldía y la existencia juvenil no se apaciguaba con la superposición de chapitas con pronombres, glosarios poco inspiradores y redes sociales mutadas en arcoíris durante unos cuantos días. Estudiar, pensar, criticar. Imaginar el mundo, construir e insertarse en el devenir social: esa sí era rebeldía.