Las actuales circunstancias en Estados Unidos sólo se superan sostenidas por la esperanza y el sueño de volver a ser el país que fue, algo que Trump captó como nadie y lo llevó dos veces a la Casa Blanca, juicios de por medio.
Quienes asistimos, el 28 de setiembre de 2018, a la reunión del presidente Sebastián Piñera con su homólogo Donald Trump en el Despacho Oval de la Casa Blanca (cuando alguien cometió el desatino de convencer a última hora a nuestro mandatario de presentar la bandera patria inserta en una versión equivocada de la estadounidense), presenciamos una larga conversación entre dos políticos no tradicionales que venían del mundo empresarial y de un voto ciudadano “propio”, y que se escucharon con respeto. Entonces conocimos de labios de Trump su visión de Europa.
En este contexto me sorprende que Europa siga perturbada por la vehemente actitud de Trump hacia ella. Lo que nosotros escuchamos en la Casa Blanca no puede haber sido materia desconocida para los europeos, o tal vez la olvidaron o bien estimaron que Trump no volvería a la presidencia.
Ante la pregunta de Piñera sobre cómo planeaba agregar dos puntos porcentuales más al crecimiento económico estadounidense, Trump dio una respuesta que, en lo medular, se basaba en que Europa asumiera su propia defensa en el Viejo Continente. De esa forma su país ahorraría recursos y se ocuparía en otras regiones del avance de China.
Lo que Chile supo de Trump en 2018 y que Europa ignoró
Trump exigía entonces que los europeos destinaran 2% de su PIB a defensa, a lo que se habían comprometido pero incumplían. Hoy los europeos admiten que requieren 5% del PIB para suplir a mediano plazo un eventual retiro estadounidense de Europa, y hay quienes estiman que se requerirá 30% para armarse a pie forzado.
Irritaba a Trump el incumplimiento europeo. Dijo que tras la Segunda Guerra Mundial y la conquista soviética de Europa oriental, cuando el continente estaba devastado, era comprensible que Estados Unidos aportara al máximo en defensa, reconstrucción, capitales y cooperación, pero añadía que desde los setenta esos países eran los más prósperos del planeta y resultaba por ello imperdonable que ningún mandatario estadounidense hubiese ajustado las cuentas a la nueva realidad.
“Hoy son máquinas de hacer dinero y los seguimos protegiendo como en 1949, y mientras tanto decae el nivel de vida de nuestros trabajadores”, comentó Trump. El bienestar social europeo, que Estados Unidos no puede permitirse, sería imposible sin nuestra defensa, precisó el estadounidense.
Entonces Trump no terminaba de perfilar su visión geopolítica, la que maduró fuera de la Casa Blanca. De algo sí parecía completamente convencido: Estados Unidos no podía seguir haciendo más de lo mismo pues eso significaba seguir declinando y entrar debilitado al nuevo orden mundial en ciernes. Había que acabar con la política “as usual” hacia los aliados, la migración desbordada y la globalización injusta, de la cual su país emergía como el gran perdedor.
Trump fue claro: No seguiría sosteniendo militarmente a aliados que no aportaran lo que debían, y no estaba dispuesto a enviar a compatriotas a morir por países que incumplían sus promesas con Washington pero se beneficiaban del comercio con enemigos de Estados Unidos.
Quien considere que la doctrina Trump es de su exclusiva elaboración, temo que se equivoca. Supongo que su visión se nutre de escenarios geopolíticos elaborados en el Pentágono, agencias de inteligencia y grandes empresas, y en particular, de las de armento y tecnológicas. Mientras muchos países tiene como horizonte máximo la próxima elección presidencial, para varias superpotencias el horizonte no baja de los cincuenta años.
¿Perderá así Washington a Europa? Pareciera no importarle a Trump, o tal vez piensa que eso no está en riesgo ya que Europa carecería de alternativa.
El giro de Trump: menos Europa, más Estados Unidos
Creo que la causa de las fricciones se debe a que Europa dejó de entender hace decenios a Estados Unidos. No entendió el impacto que tuvieron en la América Profunda el fin de la Guerra Fría, la globalización, la migración masiva, las batallas culturales y la polarización política por las guerras culturales que sólo de rebote llegaron a Europa.
Y es comprensible: mientras el Viejo Continente habla desde la razón ofrecida por la Ilustración, desde la cohesión entre países con historia milenaria más o menos compartida, Estados Unidos habla desde sus tribulaciones particulares signadas por religiones evangélicas de nuevo cuño y el puritanismo, una migración en gran parte católica conservadora, se pronuncia desde una crisis valórica que lo agobia, un creciente malestar por la polarización nacional, la decadencia como “imperio” y además consciente de que a sus espaldas no cuenta con un aliado de envergadura.
Estados Unidos sabe que en esta hora difícil él mismo constituye la última línea defensiva, a diferencia de Europa, que ha crecido desde 1949 sabiendo que detrás de ella estaba siempre Estados Unidos. Las actuales circunstancias en Estados Unidos sólo se superan sostenidas por la esperanza y el sueño de volver a ser el país que fue, algo que Trump captó como nadie y lo llevó dos veces a la Casa Blanca, juicios de por medio.
Los europeos, resignados desde hace decenios a ser “el viejo mundo”, el sustrato nutriente, legendario e inspirador de Occidente, no comprendieron a tiempo ni las fracciones internas que herían a su gran protector, ni el camino de futuro que escogió Trump leyendo bien los temores de la sociedad, ni vieron que la narrativa de Trump se enraizaba en estos.
Se puede estar de acuerdo con MAGA o no, pero lo innegable es que la consigna porta la inagotable vitalidad y la irrebatible subjetividad de los sueños alimentados por la nostalgia, una energía que conduce a la resistencia -sea acertada o errónea-, mas no a la resignación ni a la capitulación ante una migración que culturalmente difiere de lo que contribuyó a crear a Europa, el cristianismo.
¿Qué pretende Trump con su política internacional?
Por ahora nadie sabe a ciencia cierta qué pretende Trump recurriendo al tratamiento “shock and awe” en política internacional. No hay día sin anuncios que hacen cimbrar al mundo, en especial a Europa. ¿No se estará disparando a los pies al impulsar una guerra de aranceles en la que todos perdemos?
¿Y al desacoplarse de Europa no dejará un vacío que llenarán China, Rusia, la India o Japón, unos a través del comercio y la tecnología, otros mediante el amedrentamiento militar?
La desorientación europea proviene también de que no logra armar la “whole picture” de lo que Trump pretende. Trump lanza jabs, swings, ganchos y uppercuts, fintea cuando es necesario, ¿pero llegará con la misma vehemencia al duodécimo asalto si no noquea? Un dealer no noquea, gana por puntos o porque el otro arroja la toalla, así que la batalla puede ser larga y así la situación se vuelve incierta pues desconocemos su estrategia global y nos preguntamos si triunfará antes de que suene la campana de las midterm elections, en menos de dos años.
Como Europa ha tenido dificultades para decodificar a Trump, optó por caricaturizarlo, craso error pues hace menos entendible el fenómeno. El mismo error cometieron los demócratas y fueron derrotados de modo aplastante por un hombre aparentemente inmune a campañas en su contra. Lo que en un inicio parecieron locuras, a la vuelta de la esquina parecían obedecer a un pattern estudiado y diseñado: Cuando habló de comprar Groenlandia, muchos concluyeron que no estaba en sus cabales, pero pronto el mundo constató que los inuits, los habitantes de Groenlandia, tienen diferencias serias con los daneses, a los que los independentistas consideran opresores. Y de pronto quedó claro que los 58.000 inuits bien podrían negociar con Washington condiciones que les permitieran su independencia y una mejor asociación. ¿Por qué no? Con los deshielos árticos Groenlandia se está convirtiendo en territorio crucial en una zona que operan también Estados Unidos, Canadá, Escandinavia, Rusia y a la que tiene acceso indirecto China. Ante eso los inuits, dueños de un territorio de 2.166 millones de kilómetros cuadrados (¡un quinto de la superficie estadounidense!), precisan un aliado fuerte y democrático.
¿Quién mejor que Estados Unidos?
Cuando Trump invitó a Canadá a convertirse en un estado más, ofensa, desde luego, muchos pensaron que no sabía lo que hacía. Sin embargo, Canadá, entre Alaska, el resto de Estados Unidos y Groenlandia, tiene un socio ineludible, cercano y poderoso, y pareciera que para ella lo mejor sería entrar al nuevo orden mundial junto a su vecino. Y cuando Trump amenazó a México con aranceles si no paraba la migración, algunos creyeron que era una advertencia a lo Joe Biden. Se equivocaron. México es parte de ese cinturón de defensa que Trump quiere ajustar alrededor de Estados Unidos para enfrentar con seguridad a su principal enemigo, China, que afronta por doquier problemas limítrofes, en especial en el Mar denominado de China.
Y volvieron a equivocarse quienes se burlaron de Trump cuando amenazó con recuperar el Canal de Panamá por razones de seguridad nacional. El estadounidense sabía que en manos de inversionistas chinos, vía Shanghai, se hallaban las operaciones de los puertos panameños de Balboa, en el Pacífico, y Cristóbal, en el Atlántico. Tras las amenazas, el gigante estadounidense Black Rock acordó comprar esos puertos a la firma china CK Hutchinson. Trump ejerció presión a su vez sobre el presidente Petro, de Colombia, y el dictador Maduro, de Venezuela. Cuesta imaginar que con Putin no ha hablado sobre Cuba.
El acercamiento de Trump a Rusia obedecería a un objetivo estratégico: separar a Rusia de China, aprovechando que Rusia mantiene con China una relación de país exportador de materias primas con uno exportador de tecnologías. Y desde luego a Putin le conviene mantener distancia con respecto a ambos gigantes, pero sin olvidar que es mejor depender de una superpotencia lejana que de una vecina y con la cual históricamente se ha tenido conflictivas tensiones fronterizas. Por eso Fidel Castro prefirió depender de la Unión Soviética a depender de Estados Unidos.
Lo que aun nadie sabe es si al final las cuentas geopolíticas, económicas, comerciales y de defensa le cuadrarán a Trump. En todo caso, antes de dos años será juzgado por el electorado con respecto a los efectos de su tratamiento “shock and awe” al mundo. Sí le queda claro a Europa que ya no es válida su propia ecuación de depender en defensa de Estados Unidos, en energía de Rusia y en economía del boom de China, ni mantener una sociedad benefactora con crecientes derechos y menos deberes, una migración desbordada y una división interna que paraliza las decisiones de la Unión Europea.
La posición de Chile
En este cuadro que aun no vemos en su conjunto, corresponde preguntarse por la actitud que debe adoptar Chile. Teóricamente debiéramos aprobar el examen de los asesores de Trump: la balanza comercial es favorable a Estados Unidos, parte de nuestro cobre refinado va a ese país, nuestras relaciones bilaterales han sido armónicas por decenios, y sólo el presidente Boric tiene a su haber declaraciones anti Trump de su época como diputado jacobino, que pueden ser ignoradas en alguna medida por su posterior conversión a una socialdemocracia emparentada con demócratas de Estados Unidos y Europa.
Tampoco debiera pesar demasiado su lamentable silencio ante la dictadura cubana ni que el partido comunista sea la viga maestra de su gobierno, pero quién sabe… Si Chile activa todos los contactos con el gobierno, la economía y los republicanos en Washington, y Boric opta por la prudencia en sus declaraciones sin libreto, deberíamos salir bien. Pero hay que ser prudente. No está el horno para bollos. Boric debe controlar sus momentos allendistas y enfatizar los momentos aylwinistas, y quizás hacer llegar a Washington las palabras que pronunció durante el sepelio del presidente Piñera, a quien el estadounidense trató con cordialidad y admiración.
Pero Chile ofrece más: dispone de soberanía sobre el Estrecho de Magallanes (quien se preocupa por el Canal de Panamá, piensa en nuestro estrecho) y de una armada integrada a ejercicios mayores con la de Estados Unidos. Además Chile representa la mejor alternativa en el Pacífico Sur ante la opción pro China que adoptó Perú en materia de mega puertos; cuenta con una proyección estratégica a la Antártica, y somos el único país de la región con Visa Waiver, y esto sin causar problemas migratorios (aunque sí con delincuentes allá). Si bien son evidentes las simpatías de Trump por el presidente Milei, Trump es un pragmático y sabe que Estados Unidos necesita hoy más que antes aliados confiables en ambas costas del Cono Sur.
Recuerdo que en la visita al Despacho Oval, Trump preguntó a Piñera, nada más iniciar la distendida reunión, por la longitud de la costa chilena. Cuando Piñera le respondió, la reacción fue memorable: “Sebastián: con esa costa Chile siempre va a necesitar un aliado poderoso porque nada es más apetecido hoy que disponer de miles de millas de costa soberana”.
Faltaban días para que La Haya fallara sobre la demanda de Evo Morales para que Chile se viera obligado a negociar una salida soberana al Pacífico para Bolivia.