Una sociedad comienza a ser frívola cuando no asume los problemas de fondo que la aqueja. Lo hace, muchas veces, distrayendo la atención sobre asuntos menos importantes, pero que suscitan interés público. La frivolidad consiste en, ex profeso, no querer ver las cosas como son, pero dar la impresión que sí.

Por ejemplo, junto con los festejos de año nuevo y todo lo que ello significa, un tema que adquiere especial relevancia es cuántos fines de semana largos habrá este año. Esta banalidad se da en medio de cientos de personas que han muerto baleadas en las calles, miles de personas sumidas en la pobreza y una sensación de indefensión generalizada que tiene a la sociedad entera en ascuas.

La distracción de lo trivial mientras el crimen organizado avanza

El gran tema en Chile no son ni los próximos fines de semana largos ni cuándo comienzan las nuevas ofertas, ni los días de…, las cuales, con sofisticadas técnicas de marketing inducen a comprar lo que no se necesita, pero que ayuda a experimentar por breves instantes el placer que genera alguna novedad en nuestras vidas.

El gran tema en Chile es el crimen organizado que hace de las suyas en vastos sectores de la población bajo la forma de extorsión, usura, tráfico de drogas y de personas y de tantos males que dañan a muchas personas inocentes y el tejido social.

El segundo drama es que el Estado no ha sido capaz de ver con claridad esta situación que, según los datos que están a la vista, va de mal en peor. Y pareciera ser que solo se conforman con uno que otro logro policial que suele aparecer con gran aparataje publicitario en los noticiarios.

El tema de fondo es que estamos frente a una emergencia nacional que requiere de otros métodos para abordarlos. A la luz de la realidad que nos aqueja, las actuales políticas públicas para enfrentar el crimen organizado, y todo lo que ello implica, son insuficientes.

Ello genera en la población una sensación de indefensión que paraliza la vida de los chilenos y los cientos de miles de migrantes honestos y trabajadores. Esta situación requiere métodos de diagnósticos más eficaces y métodos de acción a la altura del enemigo que se está enfrentando. Y ello debe ser ahora porque esta es una batalla que el país está perdiendo. De hecho, los crímenes alevosos que vemos día a día, a estas alturas, pareciera ser que son una noticia más.

La inmensa mayoría de los chilenos y migrantes no se acostumbran a este nivel de violencia y de alevosía de los crímenes que vemos a diario.

Este hecho, además de provocar muertes, dolor, sufrimiento, trae de la mano varios problemas. El primero es que en la población comienza a darse una sensación de orfandad muy grande, dado que quienes tienen el deber de cuidarlos no lo hacen. Quienes poseen recursos económicos buscarán medios para protegerse, pero los más pobres serán los más perjudicados porque no cuentan con dichos recursos.

Lo que es peor, comenzarán las personas y las comunidades a defenderse y a hacer justicia por ellos mismos: estamos viendo ya la autotutela y las consecuencias serán desastrosas.

Además, la democracia se comienza a debilitar porque, como se ha visto en otros países, la corrupción comienza a entrar en la sociedad y a carcomer todas las instancias que tienen por tarea atacarlas. Eso sería muy lamentable porque allí sí, el futuro se ve sombrío. Desconfiar de las instituciones que tienen por mandato constitucional defendernos, sería un gran menoscabo al Estado de Derecho que nos rige y que nos permite cumplir con nuestros deberes, pero también hace valer nuestros derechos.

La emergencia nacional que necesita una respuesta efectiva

Sería deseable, sino un imperativo, que todas las fuerzas del país se unan con claridad y sin ambigüedades para terminar con el crimen organizado. Es un deber moral porque lo que está en juego es el futuro del país. Ello implica mucho coraje y decisiones complejas, pero hay que llevarlas adelante.

No es el tiempo de generalizaciones, de vaguedades, de discursos autocomplacientes, sino que poner en la agenda de todos, sin excepción, el devolver la tranquilidad a la población. No vaya a ser cosa que en las próximas elecciones se le entregue el mando a alguien que logre el objetivo, pero violando sistemáticamente los derechos humanos. Ese remedio no es el mejor ni el que espera una sociedad democrática.

Ello implica que llegó la hora de fortalecer las instituciones que tenemos en Chile con recursos adecuados y apoyo de la ciudadanía. Así podremos lograr lo que todos queremos: vivir tranquilos.

Esta desazón generalizada, además, trae efectos colaterales que dañarán profundamente al país y que acrecentará el crimen y sus organizaciones. El primero es una economía anémica que no es capaz de generar trabajos decentes que permitan que las personas puedan vivir honestamente.

En segundo lugar, frente al temor que infunden las noticias de tanta maldad, nadie querrá embarcarse en un proyecto a largo plazo como puede ser formar una familia y procrear. Es un drama de proporciones que los jóvenes cambien sus sueños (y que los tienen) por temor frente al futuro. Nos encontraremos con unas generaciones escépticas de todo y de todos que intentarán como puedan sencillamente sobrevivir.

El tema del crimen organizado, de la violencia sin límite, debe ser tomado con la máxima seriedad y con premura y la responsabilidad cae en el Estado y en quien lo administra. Por eso, dejemos de lado las frivolidades que entretienen (fines de semana largos, el día de esto y de lo otro) y aboquémonos a terminar con este cáncer que corroe a la sociedad y que crece a pasos agigantados. Es cosa de ver cuántos muertos ha habido en estos últimos años.

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El papel de la Iglesia y la responsabilidad moral frente al crimen organizado

Alguien se preguntará por qué en mi calidad de arzobispo hablo de estas cosas cuando en Chile existe separación de la Iglesia y el Estado. Las razones son varias.

La primera porque como ciudadano me preocupa el curso de la historia de mi país, que amo entrañablemente.

La segunda, porque en las parroquias y comunidades que suelo visitar, este es el tema principal de conversación -los trabajadores tienen miedo de salir temprano de sus casas y de llegar tarde, de ir a reuniones en la noche, etc. etc.-

La tercera porque a la Iglesia le interesa y le importa todo lo que le acontezca al hombre y a la mujer y que ofusque su dignidad. Con el crimen organizado, la dignidad se ve ofuscada porque peligra la vida, la posibilidad de desarrollarse como persona y un sano tejido social.

Lo cuarto, porque muchas personas, creyentes y no creyentes, me han pedido que alce la voz, puesto que confían en que puedo ser escuchado.

Lo quinto, porque la defensa de los derechos humanos es la consecuencia lógica de querer vivir el Evangelio, y con el crimen organizado, se ve conculcado el derecho a que se respete la vida, condición fundamental para ejercer todos los demás derechos. El Papa nos pidió a los nuevos cardenales que anduviésemos descalzos para sentir en primera persona el dolor de la gente. Dicho de otra manera, no hay nada más espiritual que sentir y vivir en carne propia lo que otros padecen y, junto con rezar, acompañar y aliviar el dolor en lo posible, alzar la voz y, si es posible, generar las instancias que permita un diálogo sereno pero eficaz de todos los actores sociales. Y cuál lejos estamos de aquello con tanta fragmentación, odiosidad y recriminaciones mutuas.

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Un llamado a fortalecer las instituciones y eliminar el crimen organizado

Termino agradeciendo la labor que realizan todas las instancias con la que cuenta el país para derrotar el crimen organizado. Es cosa de ir a las comisarías, a las cárceles, a los tribunales, al ministerio público para darse cuenta que los recursos humanos y materiales con que cuentan son insuficientes.

Una política de seguridad pública implica en primer lugar un claro y decidido apoyo para que puedan realizar la labor que el pueblo de Chile, a través del Estado y el gobierno que lidera, les ha encomendado. Ese apoyo debe ser oportuno, rápido y en constante evaluación.

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La seguridad de un país no puede ser bajo ningún aspecto tratado como cualquier política pública, porque sin ella todas las demás decisiones que se tomen en los más amplios campos de la vida social quedan limitados y terminarán desesperanzando más a un pueblo noble como lo es el chileno.
- Fernando Chomalí