Esta es la circunstancia que encontrará el próximo embajador norteamericano en Santiago. Queda por verse qué definiciones traerá desde Washington.
El equipo diplomático liderado por el senador Marco Rubio -que a partir de enero acompañará a Donald Trump como Secretario de Estado-, ya comenzó a definir lineamientos, prioridades y acentos para la política exterior norteamericana del periodo 2026-2030.
Esto ocurre en el contexto de un opaco fin de período de la administración Biden, caracterizado por, primero, la aplastante derrota demócrata de noviembre y, segundo, por la sorpresa causada por el vacío de poder resultante de la caída fulminante del régimen prorruso de Bashar el Assad.
No obstante que durante años Estados Unidas apoyó a diversas milicias árabes y kurdas en Siria, queda la impresión de que el cálculo norteamericano no esperó un fin tan abrupto para la autocracia de Assad.
Más allá de la coyuntura, y junto con definiciones preliminares sobre grandes temas de la agenda mundial (guerra en Ucrania y relaciones con Rusia, “conflicto del Medio Oriente” y relación geoestratégica con China), el equipo del Senador Rubio también adelantó nombramientos en Iberoamérica, incluidos embajadores en Chile y Argentina.
Falta de sintonía política asegurada
En éstos es posible observar acentos que, por una parte, reflejan las percepciones que -en tanto Presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado- asisten al señor Rubio y, por otra, resultan de preferencias personales del presidente electo.
En el caso de Chile, el nombramiento de Brandon Judd como embajador en Santiago pareciera explicarse no solo en su militancia en el sector del Partido Republicano más cercano al señor Trump, sino que -quizás más importante- en definiciones político-diplomáticas de fondo.
Además de que el Senador Rubio ha repetidamente expresado su intranquilidad por una suerte de “vocación antisemita” del actual gobierno chileno, en diversas ocasiones manifestó su preocupación por las actividades de organizaciones yihadistas en Chile (que él conoce se enmarcan en la confusa situación migratoria que aqueja a nuestro país).
El origen de esa preocupación proviene del análisis de organismos de seguridad norteamericanos, por lo cual el nombramiento del señor Judd, líder de la “Patrulla Fronteriza”, resulta, en contexto, coherente con tal inquietud.
También sabemos que ha sido designado Secretario Adjunto para América Latina el abogado Christopher Landau, hasta hace poco embajador en México. El señor Landau es hijo del ex embajador en Chile, George Landau, quien, entre 1977 y 1982, sirvió en Santiago como representante de las administraciones Carter y Reagan. El embajador Landau había nacido en Viena en el seno de una familia judía, que durante la ocupación nazi debió exiliarse en Estados Unidos. El que el nuevo Subsecretario para América Latina tenga raíces hebreas es, sin duda, “un dato”.
Respecto del señor Judd, ya sabemos que su conocimiento de Chile proviene de su experiencia como cooperante vinculado a la iglesia mormona. Se puede entonces suponer que ese funcionario está en plena sintonía con la doctrina conservadora que inspira al “movimiento” que devolvió al poder al señor Trump. Como es ampliamente sabido, esa doctrina es frontalmente contraria a las “agendas progresistas” esgrimidas por gobiernos como el chileno. “Otro dato”.
Israel, migración y seguridad
Los señores Rubio, Landau y Judd están informados que en 2023 el propio Presidente de la República inicialmente se negó a recibir las Cartas Credenciales del embajador de Israel. También que nuestro gobierno participó de la acusación en contra de dicho país (aliado estratégico de Estados Unidos) ante la Corte Internacional de Justicia, y que diversos sectores del oficialismo han exigido el cierre de nuestra embajada en Tel Aviv.
Toda vez que, sin duda, la diplomacia de la próxima administración Trump reforzará su apoyo político, económico y militar a Israel, queda por verse si, en protesta, el Presidente chileno se abstendrá de recibir las Cartas Credenciales del señor Judd.
Más allá de eso, no es aventurado suponer que la “cuestión Hezbolà en Chile” será prioridad de la agenda norteamericana. En junio último esas actividades fueron desestimadas por el gobierno chileno, el cual, incluso, transformó el asunto en un impasse con Argentina (después que su Ministra de Seguridad hiciera pública información al respecto). Si bien más recientemente algunas fuentes aportaron más antecedentes, el gobierno chileno aun parece querer restar importancia al problema.
Asimismo, todo indica que a la próxima administración norteamericana preocupará que Chile haya sido instrumentalizado por migrantes de diversos países, que luego se instalaron ilegalmente en Estados Unidos. Esto, además de la preocupación que en sectores cada vez amplios de dicho país despierta el “turismo delictual criollo”, responsable de un daño evidente a nuestra imagen país. En este plano, la discusión sobre la mantención de la “Visa Waiver” no será solo unos de los temas de una agenda de seguridad más amplia.
La cuestión china
Si en los ámbitos de las migraciones no reguladas, la seguridad interior y las relaciones con Israel (tres asuntos estratégicos para Estados Unidos) ya se constatan importantes diferencias entre Chile y Estados Unidos (falta de sintonía asegurada), queda por verse qué ocurrirá en el marco de lo que se adivina un nuevo enfrentamiento estratégico entre la próxima administración Trump y China.
En sectores norteamericanos que superan los límites del Partido Republicano, China y su “proyecto global” constituyen una amenaza de incalculables proporciones geoestratégicas.
Mucho más allá del programa militar chino y las amenazas que su comercio subsidiado representan para la economía norteamericana, para un corpus de influyentes empresarios-innovadores encabezado por los renombrados Elon Musk (ahora “Asesor para la Eficiencia Gubernamental”) y Mark Zuckerberg, el espionaje industrial chino es un factor esencial de la relación política, que hasta ahora no fue eficazmente enfrentado. Por ahora, un acuerdo efectivo en materia de propiedad intelectual y propiedad industrial se ve muy lejano.
Desde todos estos (y muchos otros) puntos de vista, atendido que China es percibida como un enemigo esencial para la seguridad nacional de Estados Unidos, la confrontación estratégic parece asegurada.
Asumido esto, queda por verse la evaluación que la nueva administración norteamericana otorgará al carácter de“primer socio comercial y primer inversionista extranjero alcanzado por China en, prácticamente, toda la región Iberoamericana. Esto, porque esa condición garantiza a Beijing lobbies nacionales compuestos de influyentes políticos y organizaciones de productores, exportadores e importadores, que en el mercado chino tienen socios fundamentales para sus propios intereses.
En el caso chileno, China es efectivamente nuestro principal socio e inversionista. También hay que recordar que, además del histórico antimperialismo de un sector de la izquierda, en sectores de la derecha (que no perdonan ni “la Enmienda Kennedy”, ni el episodio de “las uvas envenenadas” de 1989), no existen “grandes simpatías” por Estados Unidos.
En el caso del gobierno, ya se observa inquietud y disgusto respecto de la persona del presidente electo, además de una evidente animadversión a los “los valores” que éste representa, incluida su frontal oposición a la “agenda de Naciones Unidas” (que para el gobierno chileno constituye un eje rector).
Periferias y periferias
Durante 2026 la relación bilateral será sometida a un “test de estrés” que, probablemente, comenzará con la permanencia en Washington del actual embajador chileno (hasta noviembre entusiasta partidario de la candidata Harris).
No obstante, desde una óptica más amplia, la permanencia de dicho funcionario político es irrelevante, pues, lo más probable, es que las prioridades de la relación bilateral sean impuestas por la Parte norteamericana. Entre estas -más que seguro- no estarán ni las cuestiones de género, ni los derechos de las minorías. Tampoco el fortalecimiento de la burocracia de Naciones Unidas.
Comparativamente, el escenario para nuestro vínculo con la “diplomacia Trump 3.0” se observa distinto a la que se ofrece a Argentina, cuyo Presidente ha establecido una relación ideológica con el señor Trump, que motivó una invitación personal para asistir al “cambio de mando” en Washington.
Coincidentemente, el embajador designado en Buenos Aires es un empresario de Florida cercano a grupos “anticastristas” y “anti-Maduro”. Se puede entonces avizorar una “alianza estratégica” y de sustancia entre Estados Unidos y Argentina que, seguramente, resultará instrumental para sustentar el comercio bilateral, las inversiones y la cooperación en el campo de la defensa.
Esto dará pie a la coordinación entre los respectivos objetivos en la agenda global, que podrían potenciarán la participación argentina en materias verdaderamente relevantes (i.e. el fin de la guerra en Ucrania y un nuevo acuerdo ‘árabe-israelí).
El panorama en Chile
En cambio, el año y meses que le quedan a la diplomacia del actual gobierno (para algunos “diplomacia woke”) se presenta sin objetivos trascendentes. De esto, la incomprensible irresoluta reacción frente a los repetidos agravios recibidos desde el régimen venezolano es un ejemplo paradigmático. Para no afectar “la unidad del oficialismo”, el gobierno prefirió ignorar la bochornosa agresión del régimen de Maduro, sacrificando principios esenciales de nuestra política exterior. Los señores Rubia, Landau y Judd están al tanto de esto.
Lo mismo ocurre con la ausencia de aporte material sustantivo para morigerar el sufrimiento de la población de Gaza (Chile no pasó de la acusación verbal en La Haya), y la delgadez de la agenda bilateral con Argentina (vis à vis el reciente “acuerdo de género” con la Colombia de Gustavo Petro).
Estas y otras situaciones reflejan no solo la levedad de nuestra “diplomacia exterior turquesa”, sino que ilustran cómo ésta, después de casi tres años, nos condujo a la periferia de la periferia de la política mundial.
Esta es la circunstancia que encontrará el próximo embajador norteamericano en Santiago. Queda por verse qué definiciones traerá desde Washington.