En estos días y por razones más subalternas que superiores, como suele ocurrir en los tiempos que vivimos, se ha abierto un debate político respecto a la necesidad, según algunos, de reducir el aparato de Estado, eliminando ministerios o fundiendo otros.

Algunos, con inocultables rasgos “mileistas”, lo plantean por razones de área chica, por ganar algunos puntos en la simpatía popular, dada la inmensa insatisfacción ciudadana con todo lo que provenga de lo público, con un Estado que no nos cumple. Comoquiera que sea, en buena hora se ha abierto debate sobre un tema fundamental larguísimamente demorado.

Reforma del Estado

Como consecuencia de mi larga experiencia de gestión pública en diversas esferas y niveles, desde hace varios años vengo predicando, en los espacios en que me muevo, acerca de la necesidad de llevar adelante una profunda reforma del Estado.

Tuve incluso la ocasión de planteárselo al expresidente Sebastián Piñera, algunos meses antes de que declarara su candidatura a su segundo mandato, con ocasión de una reunión que le solicité a él, como también a los expresidentes Frei y Lagos, para hablar sobre el desarrollo de Metro Valparaíso, a cuya cabeza me encontraba por entonces.

Le planteé el tema por su experiencia de gobierno previa, porque era probable que volviera a ser presidente y porque, dada su trayectoria, consideraba que tenía la audacia y el empuje necesarios para abordar un asunto al que los gobernantes suelen rehuir debido a los riesgos que implica.

Conversamos largo acerca de las múltiples dificultades que enfrenta la gestión pública porque tenemos una organización del Estado anquilosada, llena de resabios de otros modelos de organización y gestión ya obsoletos, en que cuesta un mundo lograr pasar las múltiples barreras que nos hemos ido creando, que hacen que todo se demore, que casi nada pueda hacerse bien y a tiempo. En fin, lo que todos sufrimos todos los días cuando tenemos que recurrir al Estado por alguna cosa o para hacer algo.

Una reforma del Estado no es una modernización del Estado. La modernización generalmente se refiere a la mejora de aspectos organizacionales, procedimientos y trámites, algo que ya se ha implementado en diversas áreas, aunque todavía queda mucho por avanzar en ese sentido.

Una reforma del Estado se requiere cuando hay cambios funcionales sustantivos en las labores del Estado. O bien cuando el Estado tiene que prepararse para asumir nuevas funciones para poder estar a la altura de los grandes desafíos que el mundo actual plantea a países pequeños como el nuestro.

Crear más ministerios no es la solución

No cabe duda que en los tiempos actuales, el Estado que tenemos no sirve para lo que tenemos que hacer respecto al desarrollo del país. Tampoco para promover la gran causa de la equidad social, la igualdad real de oportunidades, o para impulsar una profunda reforma del sistema educativo nacional y del área de la seguridad pública.

Crear más y más ministerios y organismos no es la solución. Lo que hay que cambiar es la matriz misma con que se elaboran y ejecutan las políticas públicas.

En Chile no se ha llevado a cabo una reforma del Estado desde los inicios de la dictadura, cuando se constituyó la Comisión Nacional de la Reforma Administrativa (CONARA). Esta comisión no solo tenía el propósito de eliminar todo vestigio de lo que rechazaba el régimen oligárquico-militar que se instauraba, tras las terroríficas (para ellos) experiencias de los gobiernos de Frei Montalva y Allende, sino también porque entendían que la tarea de refundar el país no podría ser asumida con el Estado existente.

Además, veían la necesidad de adecuar la organización territorial del Estado a la estructura territorial de las Fuerzas Armadas que habían asumido el poder. No emito juicio de valor respecto a lo que hicieron, solo señalo que, metodológicamente, hicieron lo que corresponde cuando se enfrenta una labor que el Estado vigente no está en condiciones de llevar a cabo eficazmente.

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Chile corre el riesgo de perder grandes oportunidades

Hoy vivimos una coyuntura mundial y también nacional que hacen urgente que repensemos nuestra estrategia nacional de desarrollo, los grandes y aparentemente insolubles problemas que enfrentamos, y el Estado que tenemos. Esto como tarea verdaderamente nacional, que atraviesa fronteras ideológicas y políticas. Con el tipo de desafíos que tenemos que enfrentar y con el Estado que tenemos, nadie puede gobernar bien.

Chile corre el serio riesgo de perder grandes oportunidades que se vislumbran, y quedar atrás por décadas. Y eso nos perjudicará a todos, a moros y cristianos, a ricos y pobres, a derechas y a izquierdas. Seguramente a unos más que a otros, en especial a los que siempre pierden, pero en definitiva a todos.

Las angustias que hoy vivimos, con un país estancado y que no logra enfrentar sus problemas de fondo, que están a la raíz de tal estancamiento, se prolongarán inevitablemente en el tiempo, cualquiera sea el signo político del gobierno que le toque asumir.

Ni más grande ni más pequeño: Chile necesita una reforma del Estado

Un proceso de reforma del Estado tiene costos, sin duda. Costos económicos, costos políticos, costos de gestión, al menos durante un tiempo. Y por eso mismo que solo puede asumirse como tarea nacional, tarea de país. Y ojalá al inicio de un gobierno, sin entrar en debates estériles como tener un Estado más grande o más reducido, cuando lo que necesitamos es un Estado más eficaz y su tamaño derivará de esa necesidad, y es a la definición de las razones y características de esa necesidad a las que tenemos que abocarnos.

En el marco de tal reforma habrá que construir los consensos políticos imprescindibles para acometer de conjunto los problemas más acuciantes y riesgosos que enfrentamos, sentando así las bases políticas imprescindibles para que esa reforma del Estado pueda rendir los frutos que todos necesitamos.

Las recientes elecciones de gobernadores demostraron que quienes asumen un discurso y una práctica política de estas características tienen éxito. Tenemos la oportunidad de seguir ese camino en un tema tan trascendental como reformar profundamente nuestro anquilosado Estado.