El horror del abuso sexual genera impacto en la persona que lo experimenta y en su entorno inmediato, ¿pero esta afectación se detiene ahí? Lo cierto es que no, el daño que genera el abuso sexual se derrama y esparce en la comunidad y sociedad.

Podemos reflexionar acerca de los sentimientos de rabia o tristeza que nos generan noticias de actos salvajes que atentan contra niños y niñas, pero igualmente frente a otros hechos de esta naturaleza nos mostramos incrédulos, reticentes y suspicaces.

El daño de la negación

¿Qué características “debe” tener una víctima para que la comunidad sienta compasión y la cobije? Las víctimas al igual que los agresores, no son ideales. Las víctimas no necesariamente son cándidas e ingenuas, ni los agresores son psicópatas desalmados que victimizan a diestra y siniestra.

Precisamente esta realidad genera una gran reacción de negación por parte de la sociedad. La posibilidad de ser vulnerados por alguien de quien nunca dudamos, ya sea por el vínculo, la confianza, la imagen, el prestigio, etc, nos moviliza a rechazar esa vulnerabilidad atribuyéndole la responsabilidad a la víctima y de esta forma nos sentimos seguros, y pensamos que “eso” no nos ocurrirá a nosotros porque no nos ponemos en riesgo.

Entonces ¿de quién es la culpa de un delito sexual? ¿De la víctima que no estuvo alerta, que no desconfió, que hizo “dedo”, que coqueteó, que se tomó unos tragos demás? ¿o del agresor que se aprovechó de la confianza, del agresor que frente a un estado de vulnerabilidad no es capaz de actuar compasivamente?

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La reivindicación de la víctima como protagonista del horror de un acto deshumanizante como el abuso sexual, debe calar profundamente en las reflexiones a las que hemos sido obligados con hechos noticiosos “increíbles”. Sí, hechos que nos resultan difíciles de creer, porque nos hacen mirar dentro de una bolsa oscura, en la que existe una posibilidad horrorosa: las personas pueden no ser cómo las pensamos, y si nos dañan, será nuestra culpa ¿porque no supimos cuidarnos?

Un sistema de justicia sensible para sobrevivientes

Relativizar la responsabilidad del agresor y culpar a la víctima es peligroso, porque frente a hechos de esta naturaleza no nos permite reconocernos como víctimas, porque nuestros niños y adolescentes nos escuchan dudando de las víctimas y aprenderán también a ponerse en duda frente a una agresión; o relativizarán sus propios actos inadecuados pudiendo agredir a otros.

Ofrecer espacios que permitan oír los testimonios de los y las sobrevivientes de abuso sexual, y señalar al responsable como único culpable, atribuirle la vergüenza al agresor y no dudar en ello es un acto protector, preventivo, formativo y reparador.

Realizar una develación de abuso sexual y posteriormente una denuncia de estos hechos, son hitos transcendentales que permiten romper la dinámica abusiva. La víctima podrá derribar la estigmatización y la vergüenza solo en una comunidad que reconozca su sufrimiento y señale al agresor como responsable.

La reivindicación de la víctima requiere de actos personales y cívicos, así como de políticas judiciales que conformen apoyos colectivos en los que el respeto y el cuidado pueden revalorarse. Pero todo esto requiere de un sistema de justicia sensible y compasivo, en que el foco no se ponga en el atropello a la Ley y al Estado con un fin netamente castigador, sino que el Estado junto a la comunidad, sean garantes de un proceso de justicia que haga eco de las necesidades y expectativas de los sobrevivientes de abuso sexual.

De esta forma la justicia será más “justa” y facilitará la reparación del daño en los sobrevivientes de abuso sexual, sus familias y las comunidades a las que pertenecen.

Claudia Riquelme Arroyo
Psicóloga, magíster en Psicología Clínica
Perito Forense