La reciente contienda electoral ha dejado al descubierto un vacío ideológico profundo y estructural en la derecha chilena, uno que no puede disimularse con la presencia de candidatos estridentes ni figuras mediáticas de turno. Este vacío se ha puesto en evidencia no solo por los resultados de las urnas, sino también por las respuestas desatinadas y los discursos grandilocuentes que parecieran evadir cualquier autocrítica.
Marcela Cubillos y la libertad
El primer caso paradigmático es lo sucedido en Las Condes. ¿Cómo es posible que una de las líderes más visibles del sector, con credenciales que hasta hace poco la proyectaban como una posible candidata presidencial, haya perdido en esa comuna?
La reacción ciudadana frente al sueldo millonario de 17 millones de pesos que la candidata recibía en la Universidad San Sebastián fue contundente. En lugar de ofrecer una explicación sensata, Cubillos optó por una postura confrontacional: destacó que pagaba altos impuestos, se enorgulleció de su trabajo y se mostró abiertamente molesta por las preguntas de la prensa. La respuesta no solo careció de empatía, sino que reveló una desconexión preocupante con las sensibilidades de una ciudadanía que exige transparencia y justicia.
Muchos en su sector salieron en su defensa apelando a un concepto fundamental para la derecha: la libertad.
Desde distintos paneles de discusión, figuras del sector invocaron la libertad de mercado para justificar tanto el modelo de las universidades privadas como el salario de la candidata, argumentando que este acuerdo entre privados era intocable. Sin embargo, esta respuesta – cargada de condescendencia – subestimó la inteligencia y el malestar de los votantes.
Chile Vamos asumió, erróneamente, que Las Condes seguiría siendo un bastión seguro, pero la derrota en esta emblemática comuna demostró que la paciencia ciudadana tiene límites. Ni el discurso más altisonante ni los malabares retóricos pueden ocultar lo evidente: un sueldo excesivo, justificado con soberbia y defendido sin asomo de autocrítica.
Francisco Orrego y la meroticracia
Luego, tras la primera vuelta de gobernadores regionales, ha emergido la figura de Francisco Orrego, quien ha capturado la atención de los medios con su estilo confrontacional. Orrego ha optado por la polarización como estrategia, reforzando otro concepto clave para la derecha: la meritocracia.
Afirma ser víctima de prejuicios simplemente por no formar parte de la élite tradicional, por no haber asistido a colegios exclusivos y, según él, por no vestirse con los códigos de la clase alta. Sin embargo, su uso del término “meritocracia” más bien parece una excusa para justificar privilegios enmascarados como logros personales.
El discurso meritocrático de la derecha, en teoría, se basa en la valoración del esfuerzo individual como un pilar de cohesión social. Sin embargo, en la práctica, se convierte en un pretexto para legitimar las desigualdades existentes y perpetuar el statu quo.
El falso mérito
Tal como señala Michael Sandel en “La tiranía del mérito”, mientras la desigualdad crece, la cultura pública ha ido potenciando la impresión de que somos los únicos responsables de nuestro destino y nos merecemos lo que tenemos, incluso si eso es la pobreza, la cesantía o el endeudamiento.
Este discurso, tantas veces invocado de forma burda para justificar privilegios y riqueza, ignora que el “mérito” no es únicamente producto del esfuerzo individual, sino que depende de múltiples factores – como el lugar de nacimiento, tu género o las oportunidades disponibles – que condicionan las trayectorias de vida. La meritocracia, lejos de democratizar el éxito, tiende a preservar los intereses de los sectores privilegiados.
Francisco Orrego, quien es promovido como una figura popular y desafiante, en realidad solo logró destacarse en comunas como Vitacura, Las Condes y Lo Barnechea. Su reacción cuando fue cuestionado por su rol como asesor en el municipio de La Florida fue elocuente: respondió con la misma altivez que Cubillos, afirmando con orgullo que sus altos ingresos -haciendo minutas sobre contingencia política- estaban justificados y despreciando las críticas de los medios. Sin embargo, fue la propia Contraloría quien refutó sus declaraciones, declarando improcedente su contratación.
La ciudadanía, harta de retóricas vacías y privilegios encubiertos, está llamada a juzgar si estos trasnochados discursos sobre el (falso) mérito aún tienen eco en algún sector de la sociedad que no sea de “las tres comunas” o si son simplemente un mero espejismo que oculta la profunda desconexión con la mayoría de chilenas y chilenos y el vacío ideológico de una derecha que, incapaz de reinventarse, amenaza con autodestruirse en su propia complacencia.