Mientras en Chile no se empareje la cancha y desaparezcan los Hermosilla, volveremos a experimentar nuevos estallidos sociales.
La red de corrupción y de tráfico de influencias que se ha develado a través de los mensajes de WhatsApp del abogado Luis Hermosilla explican por qué la gente estalló el 18 de octubre de 2019. Los tentáculos del abogado han operado al más alto nivel empresarial, político, judicial, policial y de la persecución penal.
Hoy conocemos, por ejemplo, una serie de maniobras que involucró nada menos que a un investigador del Ministerio Público –el exfiscal Manuel Guerra- para echarle tierra al caso Penta, uno de los emblemáticos procesos judiciales de financiamiento ilegal de la política que terminó enviando a sus autores a terribles “clases de ética” y eximió de responsabilidades a dirigentes de la UDI.
Favor con favor se paga
Mueve los hilos del poder -vínculos, amistades e información confidencial- para instalar a determinadas personas en altos cargos de la judicatura, evadir impuestos, alertar diligencias y para sepultar casos en que se ve involucrado algún famoso político de derecha, como el mismo expresidente Sebastián Piñera en Dominga, Exalmar o los “Panamá Papers”. Favor con favor se paga.
Pero los “servicios” de Hermosilla han sido variados. La impunidad y desfachatez con que ha operado Hermosilla está al nivel de como históricamente se han manejado las elites políticas y empresariales para zafar de la justicia, asegurar el triunfo de sus deseos e imponer sus intereses. Hermosilla ha sido el mozo de turno de la clase dominante, pero todos sabemos que en cada época o momento han existido otros Hermosillas.
La esencia neoliberal
El estallido de hace cinco años reveló el hastío de la sociedad chilena a una interminable lista de abusos e injusticias provocadas por la imposición del modelo neoliberal: colusiones empresariales en diferentes rubros, aplicación de una justicia para ricos y una justicia para pobres, salarios y pensiones de miseria, salud y educación para quien pueda pagarla, viviendas hacinadas y barrios degradados.
Chile era un volcán que acumulaba energía y bastó solo un hecho aislado, pero interrelacionado con la serie de perjuicios al mundo popular, como el alza de 30 pesos en el pasaje del Metro de Santiago, para que entrara en erupción.
La gente, especialmente los jóvenes, salieron a las calles a protestar contra los abusos y la falta de “un futuro esplendor”. Generaciones frustradas de seguir pateando piedras se ofrendaron para enfrentar al sistema y el sistema les respondió con gases lacrimógenos, gas pimienta, perdigones directos al cuerpo –plomazos que cegó a varios manifestantes-, balas, vejámenes sexuales, torturas y todo tipo de violaciones a los derechos humanos.
Los servicios de Hermosilla y nuevo estallido social
Aunque Hermosilla hoy está preso, eso no significa que otros Hermosilla dejen de operar. Por las delicadas circunstancias extremarán sus movimientos y tratarán de dejar menos huellas. Pero en Chile las redes de tráfico de influencias nunca se detienen, porque son parte de la esencia neoliberal.
Tras dos fallidos plebiscitos constitucionales, la sociedad chilena sigue sin resolver los problemas, abusos e injusticias. La derecha que rompió vestiduras para el estallido se aleonó y ahora se resiste, por ejemplo, a subir hoy las pensiones de hambre.
El proyecto de ley que pone fin a la pesadilla del CAE y que crea un nuevo sistema de financiamiento de la educación superior es una luz de esperanza y de alivio para la mayoría de los jóvenes que ofrecieron sus vidas durante el estallido para tener una mejor vida.
Mientras en Chile no se empareje la cancha y desaparezcan los Hermosilla, volveremos a experimentar nuevos estallidos sociales.