Pensar en un pantano evoca inmediatamente imágenes de estancamiento, de lodazal, de aguas inertes e inmóviles. De lugares donde cuesta avanzar y donde los caminantes se entierran hasta la rodilla, mientras posiblemente reclaman al viento sobre las dificultades de salir de ahí. Es más: si hablamos de un grupo, es probable que se recriminen los unos a los otros, culpándose sobre las acciones y omisiones que derivaron terminar en ese espacio de inmovilismo pantanoso.
Pues bien, me parece que esta escena es la que (lamentablemente) mejor define al Chile actual.
Al barro de la delincuencia desbordada, del narcotráfico y del crimen organizado, ha brotado con especial vehemencia el de la fragilidad institucional, de la desconfianza y de la corrupción. Enmarcados además en una crisis económica y laboral evidente, donde Chile no crece lo suficiente ni es capaz de generar empleos. Se fugan capitales, se paralizan proyectos de inversión y –como lo han reiterado expertos de distintas miradas– carecemos de una estrategia de desarrollo que nos permita aprovechar las oportunidades que nos brindan el litio, el hidrógeno verde y otras industrias emergentes.
A este gris panorama se suma la incapacidad del sistema político de dar soluciones prontas y eficaces a las urgencias sociales que aquejan a las familias chilenas. En una mezcla entre perplejidad, falta de sentido de urgencia y polarización cómoda, nos hemos acostumbrado a una dirigencia que comenta y se lamenta de la coyuntura, sin advertir que su tarea es sideralmente distinta. La política consiste en construir diagnósticos comunes y, a partir de ellos, ofrecer cursos de acción que reviertan las adversidades.
Lo más preocupante es que ha ido instalándose un clima de pesimismo, resignación y desesperanza. “Chile se jodió”, afirman algunos desde una lógica determinista, como si el destino de los países estuviera predefinido de antemano.
El primer paso para revertir una crisis, es reconocerla, precisarla, delinearla con la mayor precisión posible. Para eso no existen ni balas de plata ni respuestas únicas. Debemos recuperar la capacidad de diálogo honesto y humilde, enfrentando con decisión el clima de polarización cómoda.
Y luego es preciso desafiar la inercia con decisiones, con acciones, con pasos concretos que van encontrando el sentido en el mismo movimiento. En lo institucional, urge presentar y despachar lo antes posible reformas al sistema político y al sistema judicial. En lo económico, es decisivo presentar al país una agenda de reactivación económica, la cual se refleje en el presupuesto que discutiremos los próximos días.
En materia de seguridad, es fundamental que nos demos una nueva oportunidad de delinear una estrategia clara, conocida, medible, que sea acompañada de un comité transversal experto que contrapese las decisiones. Y en materia social, el cronograma trazado por el Senado en materia previsional será un espacio donde inevitablemente los chilenos deben ser escuchados, para encontrar soluciones que empaticen con sus anhelos.
Los países no necesitan tocar fondo para cambiar el rumbo. Siempre habrá excusas o supuestos momentos ideales para dar los pasos difíciles. Pero el pantano arriesga con petrificarse. Y Chile está a tiempo de salir de ahí.