En una democracia, ninguna institución pública se sustenta en el tiempo y en su función si es que llega a merecer el rechazo mayoritario de la ciudadanía. Eso es un axioma que debería preocupar mucho al sistema político chileno, puesto que todas las encuestas demuestran una bajísima aprobación de las instituciones de los tres poderes del Estado. Ello vaticina una crisis institucional inminente, que solo se podrá contener con profundas reformas oportunamente tramitadas dentro del marco constitucional.

Al iniciarse el actual gobierno de Gabriel Boric, uno de sus parlamentarios oficialistas cantó victoria diciendo que entonces podrían usar una retroexcavadora para arrasar con los cimientos del Chile neocapitalista que a él tanto le molestaba.

Era uno de esos “revolucionarios de sobremesa” que nunca aprendió que las revoluciones se hacen y no se cacarean. Por esa imprudente declaración cosechó solo censuras y mofas, de modo que volvió a hundirse en el anonimato del que nunca debió salir.

Las retroexcavadoras anónimas en el gobierno de Gabriel Boric

Sin embargo, en algo tenía razón: había retroexcavadoras anónimas que sí que iban a demoler los cimientos de sustentación de los poderes del Estado. Una de esas retroexcavadoras la manejó el ex ministro y “alter ego” del Presidente Boric llamado Giorgio Jackson, que al convertir a su partido en una máquina montada para defraudar los recursos fiscales, barrió con el prestigio ético del nuevo régimen que no fue capaz de cobrarle el costo político y tal vez penal de sus acciones.

La segunda retroexcavadora en operación está barriendo con el soporte público que debe mantener el Poder Judicial, ocasionalmente la maneja el abogado Luis Hermosilla y todavía está en plena acción y no ha terminado su tarea demoledora.

El caso de Jackson y los cómplices de la farsa

Examinemos de cerca el primero de estos casos. Debido a la denuncia de un medio privado de comunicación, la ciudadanía se enteró del evidente fraude de una improvisada fundación. Tanto esa institución como las públicas que la financiaron y que dependían del ministerio cuyo titular era Giorgio Jackson, pertenecían a su partido. A continuación, el incendio cundió y se fueron descubriendo otras fundaciones en varias regiones del país, todas ellas defraudando al estado y todas ellas bajo la dirección de miembros del mismo partido.

Como no se podía eludir la investigación sobre el origen ministerial de esos otorgamientos de recursos, la pesquisa amenazó con alcanzar a la documentación básica de ese ministerio. Y allí ocurrió el sainete:

La versión es que, una noche, un recluso de la cárcel, haciéndose pasar por el ministro e imitando su voz, llamó a los guardias del tal ministerio y les ordenó la entrega de varios computadores y de la caja de fondos del ministro porque la retirarían por sus órdenes. Aparecen unos fulanos vestidos con overoles que retiran todo esto y los computadores son recuperados rápidamente, pero de la caja de fondos nunca se volvió a saber nada.

Ese cuento es tan burdo que solo puede convencer a retrasados mentales y ni siquiera Sherezade lo admitiría en “Las mil y una noche” por estúpido e inverosímil, y eso que en su maravilloso libro hay lámparas con genios adentro y alfombras que vuelan. No obstante, en la investigación de lo ocurrido, todos los servicios policiales del Estado se declaran incapaces de avanzar y se preocupan más de que el asunto sea olvidado que de otra cosa.

Un Poder Ejecutivo retroexcavado

Obviamente, lo grotesco del asunto no habría sido posible sin la complicidad del Poder Ejecutivo que, al convertirse por su inacción en cómplice de la farsa, manchó a ese poder de tal manera que arrasó con su credibilidad y con el prestigio moral que necesariamente debe sostener como el más precioso de sus atributos.

Las consecuencias agravadas por los homenajes ofrecidos al Sr. Jackson antes de que un mínimo de decencia lo indujera a apartarse momentáneamente del escenario, han sido palpables: en los primeros meses de su gestión, un plebiscito barrió con el sustento programático del régimen y lo condenó a un periodo presidencial estéril en que, como era de esperarse, el país no ha hecho otra cosa que retroceder en todos los aspectos que miden su antes admirado avance. De esa manera, el Poder Ejecutivo fue violentamente retroexcavado.

Hermosilla y el Poder Judicial

El caso Hermosilla, por su parte, ha terminado de erosionar al ya debilitado prestigio del Poder Judicial. Hoy día abundan los brazos en alto para simular asombro ante las revelaciones que diariamente entrega la progresiva difusión de los diálogos contenidos en el teléfono personal del famoso abogado.

Pero nada de lo revelado debería asombrarnos porque desde hace mucho tiempo que los chilenos sabemos que el Poder Judicial es, actualmente, un pozo de injusticia, deficiencia, tráfico de influencias y corrupción. Estoy totalmente seguro, de que hay teléfonos celulares de otros profesionales de la justicia que dejarían al audio de Hermosilla en calidad de cuento para niños.

Lo único bueno de este asunto, que todavía no termina, es que nos permite a los chilenos mirarnos en un espejo y tomar verdadera conciencia de la degradación ética que nos afecta. En el Chile de hoy, todas las instituciones del Estado parecen corrompidas y seguramente lo están en una medida aún mayor de la que somos capaces de imaginar.

Una depuración para la Suprema

La Corte Suprema, que es la única alta instancia del Estado al que nunca le escuché un mea culpa por su responsabilidad en los excesos de la dictadura, si no quiere desaparecer deberá ponerse a trabajar de firme en una depuración completa del aparato judicial del país.

Deberá asumir, de una vez por todas, que los chilenos vemos como una máquina de impunidad el trato de la justicia a los delincuentes que están asolando a nuestra patria. No puede lucharse contra la delincuencia cuando, todos los días, los jueces dejan en libertad a delincuentes con prontuarios que desafían en volumen a las antiguas guías telefónicas y que saben que son un peligro para la sociedad.

Sus fallos garantizantes no son de absolución, sino que de condena a la sociedad, porque nadie puede dudar de que el delincuente así liberado volverá a delinquir, y a causar víctimas inocentes en la calle. Eso no puede seguir y la Corte Suprema, o asume el liderazgo de la corrección, o sucumbirá con el verdadero “tarro de basura”, que es el sistema que encabeza.

Allí están las dos retroexcavadoras que han actuado en el desdichado gobierno de Gabriel Boric, ojalá llegue un gobierno que las pase definitivamente al museo de las antigüedades ejemplarizadoras.