El 18 de agosto pasado, en su casa de Douchy-Montcorbon, falleció el renombrado actor Alain Delon. Su muerte fue motivo de duelo para los franceses, quienes deseaban funerales ceremoniales, pero prevaleció su voluntad de un acto íntimo y familiar.

Nada extraño en un personaje lleno de contradicciones: de mal carácter, con papeles cinematográficos equívocos y a veces crueles, pero también con el aura de un héroe y defensor de ideas políticas de derecha. Aun así, los franceses y el mundo reconocieron su larga carrera, siendo uno de los actores más admirados, carismáticos y de presencia física excepcional. No por nada se le llamaba “el hombre más bello del cine”.

Affaire Marcovic

En los años 60 y 70 era prácticamente imposible acercarse a Delon, quien rechazaba sistemáticamente todo acto social o mediático. Así fue como creó su imagen de un solitario celoso de su privacidad.

Hasta que se vio envuelto en el llamado “Affaire Marcovic”. Stevan Marcovic, un yugoslavo que había sido empleado de Delon como guardaespaldas, fue encontrado asesinado, envuelto en una frazada, en octubre de 1968. Delon lo había despedido meses antes. Marcovic fue identificado por sus huellas dactilares, pues su cabeza había sido destrozada a golpes.

El hermano de la víctima entregó una carta escrita en serbio, confusa, en la que Stevan mencionaba sus problemas y añadía que recurriría a Alain Delon y a Marc Antony, un conocido corso relacionado con mafiosos. El caso fue un escándalo, acaparando titulares en televisión y diarios.

La investigación, que se extendió por años, involucró a políticos como Georges Pompidou (quien luego sería Presidente de la República), a los servicios secretos e incluyó denuncias de fiestas salvajes y todo tipo de escándalos. En julio de 1972, tras haber sido indagado, Alain Delon, tuvo que comparecer formalmente ante los tribunales.

“Habrá sorpresas”

Ese mismo día por la tarde, mi buen amigo Julio de Allende, funcionario de la Embajada Argentina en Francia, me invitó a su departamento. Julio, con conexiones en todos los sectores, años después sería Jefe de Ceremonial de Carlos Menem. Al invitarme, me comentó sin revelar nada:

– No dejes de asistir, habrá sorpresas.

El departamento, amplio y elegante, estaba ubicado frente al Sena, en el Quai d’Orsay, cerca de la Torre Eiffel. Los invitados llegaban uno tras otro, muchos rostros conocidos, pero sin sorpresas aún. De repente, como salida de una revista de espectáculos, envuelta en pieles y espléndida, apareció Susana Giménez, la famosa actriz y vedette argentina, acompañada de su novio de entonces, Carlos Monzón, el boxeador y campeón mundial de los medianos.

Monzón, quien años después sería acusado de asesinar a su esposa, murió en un accidente de auto durante un permiso de salida. Ambos habían filmado “La Mary”, donde comenzó una relación que la prensa siguió con detalle.

Cuando todos observábamos ese ingreso triunfal, llegó la verdadera sorpresa: momentos más tarde, Alain Delon hizo su entrada, captando toda la atención. Era el manager que había contratado a Monzón para una exhibición de boxeo. Monzón no viajaba sin Susana, y ellos sin Delon. Un trío que aseguraba público y buenas ganancias.

Delon parecía tenso, un tanto abrumado por las miradas que lo seguían con curiosidad. El anfitrión se encargó de las presentaciones, y tras intercambiar unas palabras, Delon, con un gesto casual, tocó la chaqueta que yo llevaba y comentó:

– Me gusta

Fue solo un gesto de cortesía, pero lo recuerdo claramente ahora, con más peso, sabiendo que Alain Delon ya no está.