Son las contradicciones de una organización como la OTAN que representa los valores de EE.UU. y la U.E., de un poder unilateral universal y que no se convence de que han emergido fuerzas paralelas que han trizado esa realidad, negándose a reconocer la nueva diversidad de poderes en el mundo.

Origen

La OTAN (Organización del Tratado del Atlántico) fundada en 1949, debe su existencia a la URSS, siendo sus objetivos iniciales, proteger a los países de Europa Occidental de la (supuesta) amenaza Soviética. Y contrarrestar la expansión del comunismo.

Cuando la URSS y el campo socialista europeo desaparecen (1989), y con ellos el Pacto de Varsovia, su contraparte, la OTAN entra en un periodo de “crisis de existencia e identidad”. Un organismo de este tipo tiene que mantener permanentemente un enemigo y presentarlo como poderoso, fuerte y capaz de todo; de esa manera fundamenta su existencia.

Recién en la segunda década del año 2000, en los eventos del golpe en Ucrania de 2014, la OTAN vuelve a poder definir a Rusia, ahora como su enemigo permanente y su razón de ser.

Mientras tanto, en estos 33 años (desde la caída del campo socialista europeo), se fortaleció, amplió sus límites de acción y duplicó el número de miembros (32 estados, 15 en programas de diálogos y 9 socios globales). Comenzó a intervenir en zonas que antes estaban fuera de sus límites, tales como Libia, Kosovo, Afganistán y otros, donde dejó miles de muertos, grandes destrucciones y profundas crisis sociales.

Actualmente, tiene desplegados más de 140.000 militares en todo el mundo, transformándose en el brazo ejecutor de un sistema para establecer y mantener el poder global unilateral de Occidente.

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Mantener la guerra

La OTAN tiene fuertes lazos con la industria de armamentos, por lo tanto, está ligada a las arcas de EE.UU. a través de esta “economía de guerra”, donde el conflicto de Ucrania y Palestina hicieron crecer su economía. Solo en ese contexto podemos entender los acuerdos de la cumbre de la OTAN en Washington (julio-2024), donde no se pronuncia la palabra “paz” en ningún momento y todas las conclusiones están encaminadas a mantener la guerra y expandirla.

En ese contexto, se estructura una instancia denominada “Asistencia de Seguridad y Entrenamiento para Ucrania” (NSATU). Su acción se plantea en tres áreas.

– Supervisar el entrenamiento de soldados ucranianos en centros de 32 países.
– Apoyo al desarrollo de las FFAA a largo plazo.
– Tomar el control directo de las donaciones de dinero y armamentos. Este punto tiene que ver con la corrupción al interior del gobierno del presidente V. Zelenski.

Pero los tres acuerdos están orientados a la posibilidad del triunfo de D. Trump, de modo que las decisiones de los aportes económicos y de equipamiento militar queden desligadas del gobierno de EE.UU.

La OTAN peligrosamente se inmiscuye cada vez más en el conflicto, siendo la intervención de Ucrania en Kursk (06-agosto 2024), planificada desde la OTAN a través de asesores de EE.UU., Reino Unido y Polonia. Con estas acciones se persigue ampliar el campo de batalla hacia zonas civiles de Rusia que no estaban involucradas, lo que abre el escenario también al presidente Putin de atacar zonas de Ucrania que no eran su objetivo hasta el momento. Esto marca una nueva etapa que lleva a alargar el conflicto, siguiendo los acuerdos de Washington, más que a un acuerdo de paz.

La OTAN y las elecciones en EE.UU.

La OTAN tiene una dependencia muy fuerte de EE.UU., en todo sentido. Por lo tanto, cualquier acontecimiento en ese país crea distintas expectativas en su interior. Las elecciones presidenciales de noviembre (2024) centran las preocupaciones en las cabezas militares de la OTAN. Estas no están puestas en K. Harris, que de vencer mantendrá las políticas de J. Biden hacia el apoyo a Ucrania y respetará los acuerdos de la cumbre de Washington, donde quedaron establecidos los pasos futuros.

Pero, si el triunfador es D. Trump, se complican en la OTAN, ya que su propuesta de campaña promete parar la guerra inmediatamente después de asumir. Además, ha planteado que “suspenderá los interminables pagos multimillonarios a Ucrania”. Su plan es detener la ayuda militar a Kiev, que Zelenski se siente a conversar con el presidente V. Putin para negociar la paz y un alto al fuego entre Moscú y Kiev.

Sería un cambio importante en las posturas actuales de EE.UU., aunque estas van en contra de los intereses de la OTAN y de casi la totalidad de sus países miembros. Pero sobre todo para el presidente V. Zelenski, quien no acepta esta propuesta y comparte los acuerdos de Washington de alargar la guerra.

Como ejemplo de las posturas del gobierno de Ucrania, quiero citar las palabras del excomandante en jefe de sus FF.AA., V. Zaluzhny (actual embajador en el Reino Unido): “…Llamo a los socios de Kiev que tengan recursos para la guerra, pero no disponen de un campo de práctica para aplicarlo, que lo hagan en Ucrania…”. Palabras fuertes que encierran un concepto donde el país (Ucrania) es el tablero y su presidente el peón del ajedrez de la OTAN.

Son las contradicciones de una organización que representa los valores de EE.UU. y la U.E., de un poder unilateral universal y que no se convence de que han emergido fuerzas paralelas que han trizado esa realidad, negándose a reconocer la nueva diversidad de poderes en el mundo.