Este domingo 28 de julio Venezuela enfrenta un evento eleccionario crucial. Nicolás Maduro se mide por tercera vez en las urnas.
En 2013, tras la muerte de Hugo Chávez, ganó estrechamente a Henrique Capriles. Luego, en 2018, se impuso con un cómodo 68%, pese a denuncias de falta de transparencia y de garantías electorales. En esta ocasión, la principal fuerza opositora, Plataforma Unitaria Democrática, representada por Edmundo González, se presenta con 30 puntos de ventaja.
La situación ha llevado a Maduro a implementar una serie de acciones para fortalecer su posición: la inhabilitación política de María Corina Machado, arremetidas contra la prensa internacional, trabas al voto de 4 millones de venezolanos en el extranjero, prohibición del ingreso de observadores internacionales independientes, bloqueo de opositores e impedimentos para la realización de campañas, más lo anecdótico que resulta ver su rostro remozado trece veces en la papeleta.
Además, declaró que su derrota desencadenaría un “baño de sangre”, afirmando contar con la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, describiendo una “unión cívico-militar-policial perfecta”.
Así, resulta sintomático que el presidente brasileño Lula da Silva, quien en mayo de 2023 consideró el debilitamiento democrático venezolano como un problema “narrativo”, haya declarado que “Maduro necesita aprender que cuando ganas, te quedas. Cuando pierdes, te vas”.
Se vislumbran cuatro posibles escenarios:
Primero, Maduro podría revertir los 30 puntos en contra y ganar de manera apabullante como en 2013, con el presidente del Consejo Nacional Electoral, Elvis Amoroso, anunciando la victoria.
Segundo, que Maduro sea derrotado y se le permita negociar una “transición pactada” que asegure una “justicia transaccional” y la salida del país de varios dirigentes.
Tercero, ante una derrota Maduro podría emprender un autogolpe blando hasta el 10 de enero de 2025, apoyado por la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, especialmente por su creación: la “Milicia Nacional Bolivariana”.
Cuarto, perder e intentar un autogolpe, pero enfrentarse a una fragmentación de las fuerzas armadas, con un movimiento contrario de “oficiales jóvenes” y mandos medios, resultando en una guerra civil.
Cada uno de estos escenarios tiene implicaciones para Chile
Un Maduro triunfante agravaría la crisis humanitaria y aumentaría la presión migratoria.
Mientras que, una transición democrática podría facilitar la repatriación de connacionales que han infringido la ley en Chile y permitir reunificaciones familiares. Todo con repercusiones en la enmarañada política interna.
La evolución de estos escenarios deberá ser seguida de cerca por los actores políticos y sociales chilenos, que deberán prepararse para responder a los diversos desafíos y oportunidades que surjan en el panorama postelectoral venezolano.