¿Sabrán en la Moneda la existencia de la Ruta 160? ¿Le importa a alguien realmente lo que se vive a diario en este camino?

Esta es una historia de terror. Cada mañana la región del Biobío despierta con el movimiento habitual de una ciudad. El ajetreo normal del movimiento que pone en marcha a cada una de las personas que abrazan la realidad y salen a por el pan de cada día.

El colegio, la locomoción, encontrar un estacionamiento, un maratónico café, bocinas de conductores alterados… todo muy normal y propio de una urbe.

Sin embargo, existe una larga faja de cemento, donde la premura habitual diaria se ha transformado en una pesadilla cotidiana: la ruta 160.

“Nos tienen convencidos que la culpa es nuestra”

Esta arteria, que alguna vez estuvo rodeada de un lejano bosque de pinos cuyo destino era la Provincia de Arauco, conecta el territorio con el resto de la región. Si la recorremos de sur a norte, desde sus kilómetros se puede apreciar la cordillera de Nahuelbuta, el mar, la densa neblina, vegetación autóctona, el desarrollo industrial y habitacional.

Pero en algún punto de su recorrido, cuando nos acercamos a San Pedro de la Paz y al río Biobío, el panorama cambia.

Miles de vehículos, familias, personas intentan tomar su lugar en un camino que ya no resiste mayor presión. Toda la belleza de su paisaje desaparece y la vida se vuelve gris. Las bocinas inconsolables se apoderan del ambiente y la paz es una quimera.

El cortisol de los involucrados se dispara a niveles épicos, y el estrés elimina cualquier atisbo de empatía y solidaridad. “Hay que llegar”, “no puedo perder mi trabajo”, “tengo un examen en la universidad”, “voy a perder la hora al médico”, “¿por qué esto no avanza?”.

Comenzamos, pues, a buscar culpables entre nosotros mismos: “son los camiones, esos no permiten que se pueda avanzar”. “¡No!, son los buses, que tienen una vía exclusiva que ni se ocupa!”. “Es la gente que se vino a vivir a San Pedro y trabajan en Conce”. Y nos tienen convencidos que la culpa es nuestra. Pero no es así.

Los culpables han sido aquellos que teniendo la capacidad técnica y la injerencia política y social, fueron y han sido incapaces de gestionar a tiempo las decisiones y acciones que pudieron haber evitado este dolor de cabeza constante.

Todos se lamentan, todos “entienden el sentir” de los habitantes (víctimas a esta altura). Pienso que si pudieran presentar “una querella” contra la pobre ruta, lo harían.

No hay reglas en la ruta 160

Accidentes han habido varios. Algunos de ellos han involucrado a la compañera de esta ruta: la línea férrea. Otros, a los buses que viajan por esta zona a la velocidad de la luz y que nunca han podido ser controlados ni fiscalizados. A las motos y automovilistas que, desprovistos de toda paciencia, se abanderan con la irresponsabilidad y ocupan bermas y ciclovías para avanzar. Porque no hay reglas en la ruta, y el terror puede durar todo el día.

Proyectos hay varios. Se supone que un puente en plena construcción va a descomprimir, en parte, la ruta 160: El llamado Puente Industrial. También un nuevo puente ferroviario debería facilitar los traslados por sobre el Biobío, cuyos 3 puentes vehiculares existentes, y último tramo del terror, no dan a basto.

Pero nada es suficiente y todo llega tarde. Esa es la verdad. Aunque duela.

La falta de visión cuando comenzaba a crecer la población alrededor de la ruta, fue abrumante. ¡Lo es todavía! Es impresionante la indolencia con la que se reacciona frente al tema. Lugares comunes, frases hechas, pero nada, nada de real gestión.

¿Sabrán en la Moneda la existencia de la Ruta 160? ¿Le importa a alguien realmente lo que se vive a diario en este camino?

Porque estimado lector, que vives en otra zona, te cuento que esta ruta no colapsa cuando hay fin de semana largo, o en horas de alto tráfico. Esta ruta está colapsada prácticamente SIEMPRE. De lunes a sábado.

La pesadilla de los que tienen que madrugar, salir a pelear, llegar de mal humor al trabajo, volver estresados al hogar, no poder compartir tiempo con la familia, insultar constantemente al otro… y así, vivir a diario este verdadero horror.