El 18 de octubre de 2019 se produjo en Chile el llamado “Estallido Social”. Se trató de una gigantesca movilización ciudadana en que cientos de miles de pobladores llenaron las principales avenidas y calles de Santiago y de las principales ciudades del país, reclamando por muy diversas situaciones que afectaban a los manifestantes y que pensaban que el Estado podía corregir.
Los verdaderos instigadores de la manifestación, en realidad buscaban un efecto político que desatara en Chile una verdadera revolución, por lo que lo más importante era lo masiva de las manifestaciones.
Por eso es que se echó mano a cualquier motivación, sin orden ni concierto, de modo que hubo concurrentes que solo buscaban una celebración del muy democrático derecho de manifestarse.
A medida que la multitud se densificó, comenzaron a tomar su mayor protagonismo los verdaderos instigadores políticos cuya preparación se demostraba con carteles, slogans, pendones y todo tipo de instrumentos de manifestación que no podían ser improvisados.
Finalmente y en cierto punto, irrumpieron las bandas de agitadores bien entrenados a los que no tardó en unirse el lumpen que vio en esa evolución la oportunidad de asaltar, robar y dar salida plena a sus bajos instintos.
Mientras esto ocurría, los concurrentes bien intencionados se retiraban espantados ante el giro que tomaba el acto. De esa manera, y ante tan gran éxito, los instigadores dejaron de lado toda prudencia, se apoderaron del nombre “Estallido Social” y, convencidos de que habían echado a andar una revolución política irreversible, terminaron por creer ellos mismos en la farsa que habían promovido y comenzaron a actuar como si ya tuvieran un Maduro en la Moneda.
Inicialmente los hechos les dieron la razón: con el respaldo de lo ocurrido, esterilizaron al gobierno moderado de Sebastián Piñera, proyectaron una candidatura presidencial en que jamás importó la calidad si no que la docilidad, y llegaron después de 50 años a sentarse en los ceremoniosos sillones de los Presidentes de Chile.
Siguió un triunfo categórico en la elección de la Convención Constitucional llamada a crear el instrumento de la tiranía marxista y comenzaron de antemano las celebraciones de un nuevo Chile parcelado e inerme.
Pero entonces la ciudadanía despertó lentamente de su letargo y enfrentó el plebiscito de Apruebo o Rechazo del enloquecido proyecto constitucional que hasta llegó a apoyar, para vergüenza del país, una exmandataria que en dos oportunidades había gobernado con la democracia que siempre ha identificado al país.
Ni que decir tiene que el nuevo Presidente se jugó entero en la promoción del Apruebo.
Y, ¡oh! sorpresa, de manera casi mágica el referéndum se convirtió en el verdadero y único Estallido Social en el que cerca de dos tercios del padrón electoral que concurrió a las urnas prorrumpió en un “Rechazo” que transformó la euforia marxista en la peor derrota de la izquierda extrema en toda su historia.
Esta vez las consecuencias políticas fueron inmediatas y arrasadoras.
El gobierno de Gabriel Boric se quedó sin programa inmediatamente después del bautismo, un parlamento frecuentemente adverso le cortó las alas hasta a las prerrogativas administrativas del ejecutivo y, de repente, la siempre triunfante izquierda chilena se encontró ante una perspectiva electoral francamente adversa.
La nomenclatura política nacional es, con frecuencia, engañosa y sigue llamando Estallido Social al evento del 18 de Octubre de 2019, que terminó siendo la trampa donde hasta los comunistas perdieron el rumbo.
El único verdadero y objetivo Estallido Social fue el del Plebiscito del 4 de septiembre del 2022, en que no había multipropósitos si no que la simple respuesta de Apruebo o Rechazo a un proyecto constitucional que habría convertido a Chile en un mal remedo de Venezuela o de Cuba.
Ese, como verdadero Estallido Social, arrasó con la izquierda en Chile y la dejó obligada a ser el precario sostén del peor gobierno que es posible imaginar con todo lo que ello significa para el prestigio partidario. Como la política chilena es maestra de las paradojas, en su terrible derrota esa izquierda ha tratado de convertir en figuras emblemáticas a un puñado de sus próceres convencionales, como los Atria, como los Loncon, etc.
Sin embargo, esos nuevos iconos “progresistas” fueron en realidad los más eficaces despertadores de la ciudadanía moderada que caracteriza a Chile. Como gallitos que cantan cuando todavía es de noche, sus cacareos por adelantado fueron el mejor argumento del “Rechazo” masivo.
Se puede decir, sin temor a equivocarse, que fue ese segundo y verdadero Estallido Social el que le ha dado a Chile una segunda oportunidad. En los próximos dos años veremos si el verdadero país que conocemos es capaz de aprovecharla.