“En su afán por salvar tu vida, tu Dios ha salvado a la flota romana”.
Qué frase. Lo dice Quintus Arrius, cónsul romano, mirando con asombro a Judá Ben-Hur, después de haber sobrevivido ambos a un cruento ataque en barco. La humanidad desbordada en una escena con interpretaciones que pasaron a la historia y que forman parte de lo más selecto del cine.
Estos clásicos ya no tienen espacio en la televisión abierta, excepto para Semana Santa. A la ya mencionada Ben-Hur se les suman Quo Vadis, El manto sagrado, o la archi repetida Jesús de Nazaret.
Pero ¿qué es lo que más amamos de estas cintas? ¿Esa idea de que estamos en presencia de un cine con cierta categoría? o… ¿el recuerdo de una tradición que vinculamos a nuestras familias, olores, sabores?
Pasa que estas películas, estos clásicos, están llenos de recuerdos… pero también de un elemento extra que debe ser superior a la nostalgia, y que debería ser casi normativo para su público más escurridizo, aquellos con la mente más esponjosa, crítica y rebelde: los jóvenes.
¿Qué es un clásico?
Existen varias definiciones para el término, empezando por el periodio cultural previo al romanticismo, cargado de compositores y manifestaciones culturales que serán una base importante para el desarrollo de las artes.
También, es algo típico, característico, propio de la tradición.
Y entre otras, está también la definición que establece que un clásico es un autor o una obra que se tiene por modelo digno de imitación en cualquier arte o ciencia. Entonces, vinculamos un clásico con el arte, con la cultura y la tradición. ¿Por qué son tan importantes y qué relación pueden tener con lo que nos sucede hoy en día?
Literatura y música
Mario Vargas Llosa, hace un tiempo atrás en un encuentro en Madrid, señaló que los clásicos de la literatura han perdido contacto con el lector común y se han encerrado en la academia.
Dicha afirmación evidencia un problema en general que hoy por hoy tienen los clásicos en todos los ámbitos, no sólo en la literatura: el peligro de ser olvidados y archivados en museos o bibliotecas.
Pero en este mismo encuentro, Vargas Llosa añadió la razón por la cual esto es absolutamente lo que hoy llamamos una “red flag” para las sociedades: “los clásicos muestran al ser humano desde donde procede, y hacen visibles vínculos que no son superficiales, sino profundos, relacionados con la sensibilidad, los sueños (…) nos permiten ser más creativos y enfrentarnos a la vida.”
Si buscamos en las listas de lo más escuchado en Chile en plataformas como Spotify, obviamente nos vamos a encontrar con música urbana. Eso es totalmente natural, en los noventa, probablemente eran las Spice Girls. Y ya lo decía la gran Susan Sontag en su libro “Contra la interpretación”: “la primera teoría del arte, la de los filósofos griegos, era la mímesis, es decir, una imitación de la realidad”.
Cada generación buscará expresar lo que siente y lo que piensa, porque es propio de la naturaleza humana y su sensibilidad. Es la curiosidad, la que no puede morir.
En medio del debate del universo potencialmente peligroso de la música urbana, cabe recordar un planteamiento de Aristóteles: el arte es útil, medicinalmente útil, en cuanto suscita y purga emociones peligrosas. Porque la reacción frente al arte, debería estar vinculada a esa curiosidad de que existe algo más, otra cosa aparte de lo que escucho o leo ahora.
La conciencia de que esta música que hoy suena en mi playlist arrastra siglos de entendimiento y expresión. Son entonces, esos clásicos los que servirán como un filtro que permitirán poner una simple moda en un pedestal frágil y hacer trascender lo realmente profundo.
La cultura de lo feo nos invade
Pienso que la crisis surge porque en algún momento de nuestra historia, perdimos el rumbo en esa materia. La cultura de lo feo nos invade, las calles están malas, los parques están sucios, el cine es súper caro, y las brechas en educación tampoco ayudan.
No todos tienen las mismas oportunidades para acceder a otra música, para conocer un museo, para aprender a tocar un instrumento, para expresar a través de la belleza y al mismo tiempo disfrutar de los talentos y creatividad propias de su generación.
¡Que los más jóvenes no conozcan los clásicos, es lo más normal del mundo! El tema es alimentar su curiosidad para que se acerquen y no les de lo mismo. Porque no debe dar lo mismo.
Por esto es importante que proyectos como las Orquestas Juveniles sean una prioridad, que los programas de nuevas audiencias sean realmente una tradición y que los teatros se abran a la comunidad. Si no existen estas oportunidades, que despierten la inquietud y deseo de belleza, el mundo de un joven y sus posibilidades se reduce exclusivamente a lo que el presente y la moda le ofrecen.
Para abrir la última premiación de los Goya, la incombustible Rosalía, reina de las motomamis y selfies en instagram, cantó a todo pulmón “Se nos rompió el amor”, del destacado compositor Manuel Alejandro, el hombre de las 600 canciones, y responsable de las baladas más entrañables del cancionero popular latinoamericano.
El video de su interpretación se viralizó rápidamente y permitió que una generación completa se aprendiera una canción antiguamente interpretada por Rocío Jurado. Además, Manuel Alejandro aumentó considerablemente sus seguidores en redes sociales.
En uno de sus últimos videos, el ya nonagenario compositor, contó que una de sus canciones más populares, “Es el viento”, de Nino Bravo, está basada en una variación de Brahms y que “Nada soy sin Laura”, de Raphael, es básicamente una parte de los estudios sinfónicos de Schumann. Que una joven seguidora de Rosalía haya podido ver ese video, no tiene precio.
Los clásicos son más que nostalgia.
Son nuestra historia, el progreso del ser humano, las bases de la cultura, la expresión y explosión de creatividad constante.
Si eso va anclado a una tradición familiar, o a una experiencia en la sala de clases, mucho mejor. De pronto, algún fin de semana, y sin necesidad de esperar la próxima pascua, aprovechamos para compartir en casa algunas horas viendo películas viejas, escuchando canciones del recuerdo, desempolvando libros con olor a añejo… ya saben, clásicos.