"Más del 50% de los municipios en Chile están siendo investigados por corrupción”, sostuvo el fiscal de la Región de O’Higgins, Emiliano Arias, hace pocos días en una entrevista en televisión.
En simple, una de cada dos de estas instituciones tiene causas abiertas con la justicia por problemas de probidad. Un dato por lo menos alarmante.
Todas las semanas nos informamos de nuevos escándalos y de formalizaciones a alcaldes, lo que instala la idea de que la corrupción dentro de las municipalidades es uno de los principales flancos de nuestra institucionalidad.
¿Por qué llegamos a este nivel?
Explicaciones hay varias. Falta de control y escasa fiscalización puede ser una de ellas. Pero estos casos ponen en evidencia la importancia de comprender otros factores que pueden llevar a comportamientos éticamente cuestionables.
Pues bien, Daniel Kahneman – quien murió hace unos días atrás -, el único sicólogo en obtener el premio Nobel de economía, y quien revolucionó nuestra comprensión sobre cómo tomamos decisiones, nos puede dar luces de aquello.
La obra de Kahneman nos invita a reflexionar sobre cómo los sesgos cognitivos y la percepción de riesgos y recompensas pueden influir en la toma de decisiones en entornos de corrupción. Sus investigaciones ofrecen herramientas que promueven una cultura de transparencia, integridad y rendición de cuentas en la gestión pública.
El postulaba que era fundamental reconocer la imperfección de nuestra cognición (el cómo conocemos). En esa línea, ¿qué aportes nos puede entregar el trabajo de Kahneman a la lucha contra la corrupción? Su análisis sobre los sesgos cognitivos proporciona aspectos valiosos para comprender las desviaciones de los comportamientos éticos y transparentes.
El peso de los sesgos
Con su investigación sobre la toma de decisiones, nos ha mostrado que la mente humana no siempre actúa de manera racional. Sus estudios revelan que estamos influenciados por sesgos que pueden llevarnos a cometer errores en nuestras elecciones, incluso pudiendo constituir actos de corrupción.
Estos sesgos son verdaderos “filtros previos” inherentes a las personas, que influyen en el análisis de información que fundamenta nuestra toma de decisiones y que “acortan” el camino de decidir en entornos en que la información no es completa.
Entre estos sesgos, Kahneman identificó, por ejemplo, el “efecto de anclaje” y la “aversión a la pérdida”.
El primero de ellos dice relación con que comúnmente las personas dan una importancia mayor en la toma de decisiones a la primera información que obtienen sobre la materia respecto de la cual están decidiendo, por sobre a la que adquieren después, sin hacer una correcta ponderación.
Esta primera información “ancla” a la persona en una zona del mar (información parcial), impidiéndole mirar todo el océano (evaluar toda la información disponible).
Por su parte, la aversión a la pérdida es experimentar las pérdidas con mayor intensidad que las ganancias de magnitud comparable, lo cual tiene implicaciones directas en cómo los individuos y las organizaciones evalúan riesgos, recompensas y actúan en consecuencia.
Los sesgos adulteran nuestra percepción de los riesgos y las recompensas, dado que guían a las personas a decidir según su “parecer relativo” sobre las ganancias o las pérdidas, alejándose de la racionalidad económica clásica, que asume la necesidad de tener toda la información disponible.
Por lo tanto, ofrecen una explicación a la pregunta de por qué individuos y organizaciones pueden llevar a cabo actos de corrupción o resistirse a adoptar políticas de integridad y transparencia.
Funcionarios públicos y discrecionalidad
Pensemos, por ejemplo, en un funcionario público que toma decisiones con altos niveles de discrecionalidad y bajos niveles de revisión o control interno o externo de dichas decisiones.
Es lógico sostener que se verá influido por un exceso de confianza y una sensación de impunidad, que lo conducirá a una valoración asimétrica de las ganancias personales frente al bienestar colectivo, lo que le llevará a tomar decisiones en beneficio propio.
Así, mientras más seguro se sienta un funcionario ante la impunidad, más probable es que actúe de forma no íntegra.
La contribución de Daniel Kahneman, junto con su compañero Amos Tversky, a la comprensión de la psicología humana transformó profundamente nuestra percepción sobre la toma de decisiones, particularmente en contextos caracterizados por incertidumbre y riesgo.
Y es que su producción académica fue profusa: según los datos de Google Académico, contaba con más de 800 documentos, libros, artículos, seminarios, entre otros, con más de 500.000 citaciones.
Así, la obra de Kahneman nos permite entender desde una perspectiva sicológica por qué la corrupción se enquista en nuestras instituciones.
Vale la pena tenerlo presente.