Esa tarde Moisés Orellana estaba cansado luego de una ardua jornada en la frutería de Cañete, donde trabajaba desde hacía algunos años. Llamó a su mamá para avisar que llegaría tarde porque se iba a juntar con amigos. Trágicamente, esa fue la última vez que escuchó a su hijo.
Moisés compartía a eso de la medianoche con otros dos jóvenes al interior de su vehículo a la altura del puente colgante, a la orilla de un desolado camino rural, cuando dos vehículos pasaron raudos por ahí.
Sin embargo, al ver el solitario Peugeot estacionado, unos encapuchados se bajaron apuntándoles con armas de fuego, gritándoles para que se fueran de allí. En medio de los gritos, sonó el disparo de una escopeta.
Casi instintivamente sus dos amigos se agacharon y escuchan a uno de los agresores decir “te lo pitiaste”. Acto seguido, los sujetos volvieron rápidamente a sus vehículos y arrancaron en la oscuridad de la noche.
A eso de la una y media de la madrugada, personal de Carabineros llegó con el joven agonizante hasta el hospital de Cañete donde fue ingresado de urgencia a un pabellón para ser intervenido. Pero no resistió, apenas unos veinte minutos de haber entrado al recinto asistencial, Moisés dejó de existir.
Un joven trabajador
El joven de 21 años en junio pasado se había comprado ese Peugeot azul, juntando peso a peso por su trabajo en la frutería donde trabajaba durante toda la semana, a lo que sumaba los domingos cuando iba al campo a vender sus productos entre los vecinos.
Si bien era el segundo de tres hermanos, como su hermana mayor se había casado y vivía en Tranaquepe, a unos 22 kilómetros al norte de Tirúa, Moisés prácticamente se convirtió en el dueño de casa, y gran parte de su sueldo se lo pasaba a su madre, con quien vivía junto a su hermano de 13 años.
Incluso, desde antes de terminar su cuarto medio, ya había aprovechado las temporadas para trabajar en las labores propias en el campo, como por ejemplo las vendimias y las “sacadas” de papa.
Un tiempo incluso trabajó como brigadista de la Conaf, pero al final decidió quedarse en la frutería de los familiares de su polola. Al fin y al cabo, era un trabajo más estable y seguro.
Hincha de Colo Colo y amante de las tuercas, tenía muchos amigos en el campo y todos lo reconocían como un chico tranquilo y trabajador, aunque un poco reservado.
De niño acompañaba a su mamá a una iglesia evangélica de corte pentecostal del sector, sin embargo con el paso del tiempo dejaron de asistir.
Y así, con los años se convirtió en más que un hijo, en un compañero para su madre, lo que explicaría en parte el tremendo dolor que ha causado su trágica partida.
Familia pide Justicia
Su hermana Viviana contesta el único teléfono con el que es posible contactar a la familia. Entre los preparativos del velorio, se da un tiempo para conversar con nosotros porque quiere que se sepa que ellos quieren justicia y que no haya impunidad en su caso.
No es el primer crimen de estas características en la zona de Arauco. Hace casi dos años Jorge Maulén, un trabajador que viajaba rumbo a Tirúa con su esposa, fue emboscado en la carretera. Tras varias semanas luchando por su vida, finalmente murió producto de las complicaciones del disparo artero de un encapuchado.
Con la voz resignada y suspiros entrecortados de alguien que ha llorado mucho, Viviana nos describe a su hermano Moisés, quien según lamenta, tenía planes que ahora no podrá concretar.
“Era un niño muy trabajador preocupado de su madre, era el que traía el sustento a la casa, trabajaba toda la semana corrida, el día domingo igual. A veces llegaba a la casa en la semana, se venía para acompañar a mi mamá y el día domingo traía fruta para aprovechar de vender aquí en el campo”, nos cuenta.
“Él era muy mamón, cada sábado venía en su auto para estar siquiera en las noches y aprovechaba de ver a sus amigos y a su mamá también. Todo lo que trabajaba, era para su mamá para que no le faltara nada. Él era como el hombre de la casa, tenía que ver para comprar las cosas, mercadería, todo”, agrega.
“Nosotros como familia queremos justicia, nosotros no queremos que esto quede así, que no le toque a ni un niño más”, exige de manera tajante Viviana.
“Que hubiera sido un mapuche, qué no habrían hecho, pero como es un chileno, no se toma en cuenta eso. Nosotros queremos justicia como familia, porque la familia está muy dolida. Por favor, coloque eso, que la familia queremos justicia y que esto no se quede así”, insiste.
“Tenía 21 años, el tenía planes, quería hacer su casa, juntar plata, tener algo propio”, asegura con resignación.
Nos despedimos, mientras en el fondo se escuchan niños que juegan, ajenos al dolor y la rabia que se respira entre los familiares, cuyo mayor temor es ser olvidados y que el asesinato de Moisés quede en la total impunidad.