A sus 28 años, José Muñoz Aguilera tenía una larga trayectoria como voluntario, por lo que a nadie le extraño cuando en 2011 el joven coronelino viajó hasta Haití con el objetivo de ayudar a quienes lo necesitaban.
José o simplemente el “Cote”, como le llamaban todos, había aplicado como voluntario para América Solidaria, organización que busca superar la pobreza infantil en Latinoamérica y el Caribe.
Desde 2002, la fundación impulsa proyectos de salud, educación y desarrollo económico familiar en países como Colombia, Haití, Guatemala, El Salvador, entre otros.
El “Cote”, oriundo de Coronel en la región del Bío Bío, estaba inquieto con su postulación. Desde pequeño había mostrado interés por las causas benéficas.
Un día, la ansiada respuesta llegó.
—¡Mamá!, tuve una entrevista y me dieron a elegir: República Dominicana o Haití —contó emocionado—.
—¡No me digas nada! —respondió su mamá, quien ya sabía que su elección más obvia sería Haití—.
Haití iba a ser un gran desafío. Se trata del país más pobre de América y del mundo, marcado por revueltas, golpes de Estado y dictaduras, como la de François “Papa Doc” Duvalier en 1957, que durante 28 años se caracterizó por la corrupción y la represión.
Hasta el día de hoy, sus 10 millones de habitantes sufren con la corrupción, deuda, deforestación, desempleo, inestabilidad política, violencia y los desastres naturales (el país está ubicado entre las placas tectónicas de Norteamérica y el Caribe, en la ruta principal de huracanes de la región).
Pero si bien el escenario era complejo, el “Cote” nunca flaqueó.
Un mal augurio
Los voluntarios de América Solidaria recibían una asignación mensual de 50 dólares para pequeños gastos (34 mil pesos chilenos aproximadamente). El transporte también estaba incluido. La fundación cubrió los pasajes aéreos, gracias a aportes del sector privado.
El “Cote” tuvo inconvenientes con la aerolínea y no pudo embarcarse en dos ocasiones. A la tercera oportunidad, por fin, emprendió el viaje que lo tendría en Haití por un año.
La partida del joven voluntario en abril de 2011, dejó intranquila a Patricia Aguilera Manríquez, su madre.
“Le dije que no se fuera, que si no resultaba a la primera no era bueno… Yo juro por Dios que tuve un mal presentimiento… En mi mente, pensaba que le podía pasar algo”, se lamenta.
A la generación del “Cote” le tocó asumir un especial reto. El 12 de enero de 2010, un terremoto de 7.3 grados Richter sacudió Haití. Los efectos del sismo dejaron 316,000 fallecidos, cerca de un millón y medio de damnificados y pérdidas materiales por 7.900 millones de dólares.
Arturo Celedón de Andraca, director de Cooperación Internacional de América Solidaria, durante la época, recuerda aquella generación de voluntarios como atípica: “La situación allá estaba muy crítica, entonces este grupo tuvo mucho compromiso al momento de ir a apoyar”.
“Estoy donde tengo que estar”
Al llegar a Puerto Príncipe, el calor era insoportable. Los 38 grados de temperatura de la capital de Haití recibieron a los cerca de 10 voluntarios que se hospedaron al interior de las instalaciones de Aldeas SOS, fundación con la que trabajaron en conjunto.
En las calles aún permanecían los escombros de las casas y edificios derrumbados por el terremoto. La reconstrucción se dificultaba ante la falta de maquinaria. Había que actuar con rapidez.
Para eso, los voluntarios se especializaron en áreas de acuerdo a su profesión u oficio. En el caso de “Cote”, como asistente social del Instituto Inacap Talcahuano, debería emprender un proyecto para que niños de aldeas, escuelas y centros comunitarias pudiesen valerse por sí mismos al cumplir la mayoría de edad.
Durante el mes y medio de estadía, el voluntario se dedicó a recorrer Puerto Príncipe y sus alrededores; quería conocer mejor a sus habitantes y formar lazos. Para eso, el joven también tomó clases de creole, la lengua oficial de Haití, que es una mezcla de francés con dialectos africanos.
La cultura y el ambiente fraternal del país asombraron al “Cote”, quien alguna vez aseguró a un cercano: “estoy donde tengo que estar”.
En tanto, a su hermana le escribió vía correo electrónico lo siguiente:
“Es extraño ver cómo en la locomoción se arman conversaciones entre todos. Al comienzo, con mis compañeros, pensábamos que todos se conocían, pero no es así, sólo conversan y participan… impensado en Chile”.
“Como un misil”
El miércoles 19 de mayo de 2011 iba a ser un día especial. El “Cote”, visitaría un centro comunitario junto a una comisión a cargo de la dirección de Aldeas SOS, para conocer el desarrollo de los proyectos sociales a cargo de los voluntarios. La autoridad, no obstante, notificó a último momento que no podía asistir, por lo que José debería ocuparse de la comitiva.
El joven, que aceptó con entusiasmo el desafío, vestía ese día pantalones cortos, algo inadecuado para la ocasión de acuerdo a su juicio. Por eso, tomó la decisión de correr rápidamente hasta su habitación para cambiarse de ropa.
Cuando se devolvió a las oficinas, corriendo y casi sin aliento, se desmayó.
“Evaluamos a Cote y vimos que la situación era grave (…) Teníamos que ir de inmediato a un hospital, así que de camino le hicimos maniobras de reanimación, mientras el chofer tocaba la bocina y gritaba, tratando de ir lo más rápido posible entre los autos”, recuerda Belén Irarrázaval Bustos, voluntaria de América Solidaria, quien en esos años ejercía la medicina en la isla.
Pese a todos los esfuerzos, ya era demasiado tarde. El voluntario sufrió tres paros cardiorrespiratorios y su cuerpo no soportó más, falleciendo en el hospital.
A los voluntarios se les exige un certificado médico antes de realizar cualquier viaje. En este caso, el documento fue presentado por el voluntario, indicando que estaba en perfectas condiciones de salud.
“Lo que pasó se llama muerte súbita y, muchas veces, son problemas cardíacos que están presentes desde el nacimiento, pero no dan síntomas por lo que no se diagnostican”, explica Belén Irarrázaval.
En Santiago, Arturo Celedón, dio a conocer la noticia, casi de inmediato, al equipo y a la familia de “Cote”.
“Partí a Haití para apoyar el proceso de todo lo que se venía (…) Esto fue como un misil para mucha gente”, relata el entonces Director de Cooperación Internacional de América Solidaria.
El viaje más largo
Patricia Aguilera se encontraba en Temuco, cuidando de un familiar enfermo, cuando recibió la llamada con la trágica noticia. “En ese momento, lo único que quería era irme. Nunca había encontrado tan largo el viaje hasta Coronel”, cuenta.
Patricia volvió rápidamente a su casa, donde se encontró con José Muñoz Carrasco, padre del “Cote”. Ambos viajaron a Santiago para agilizar los trámites de repatriación, pero a la madre le esperaba otro viaje más largo.
En Haití, Arturo Celedón, recuerda con emoción la llegada de la madre del voluntario: “Acababa de perder un hijo…pudo haber pedido que la dejaran sola con su dolor, lo cual hubiera sido legítimo, pero les dio un abrazo a todos los amigos del Cote y los consoló. Es algo que de verdad encuentro inspirador”.
Patricia, recorrió los barrios y aldeas haitianas que visitó “Cote”; se dio el tiempo de conocer a todos aquellos que tuvieron contacto con él, que de paso, destacaron su carismática personalidad. “Después del recorrido, fuimos a la morgue… Creo que ahí me di cuenta de que mi hijo realmente estaba muerto”, afirma.
El rincón del Cote
La partida del joven voluntario no sólo impactó a su familia, sino que a toda la fundación América Solidaria.
“Todos habíamos recibido una capacitación de tres semanas, donde nos conocimos y unimos. En ese sentido, fue algo que nos dolió y marcó profundamente”, asegura la voluntaria Belén Irarrázaval
Hasta hoy, existe una relación cercana entre América Solidaria y la familia de José Muñoz. En Puerto Príncipe, en la oficina de la organización, se inauguró el denominado “Rincón del Cote”, un espacio de reflexión, donde destaca una pintura con la imagen del joven.
Arturo Celedón recuerda al “Cote” como el voluntario ideal, ya que era cuestionador: “Tuve varias discusiones fuertes con él, porque no estaba de acuerdo, y eso está bien. No necesitamos gente que te diga que sí a todo. Aquí hay que rebelarse, pensar que las cosas deben ser distintas en todo nivel. Esa rebeldía lo caracterizaba y era algo súper valioso”.
En 2013, la familia Muñoz-Aguilera recibió una carta con un mensaje conmovedor. En Haití, un grupo de voluntarios había asistido en un parto a una joven haitiana. En honor al “Cote”, al recién nacido varón lo llamaron José.