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En 1971, en un vuelo de Northwest Orient, D. B. Cooper exigió un millonario rescate y un paracaídas, amenazando con una bomba. Tras cumplir sus demandas, se lanzó en paracaídas y nunca más se supo de él, convirtiéndose en el único secuestro de avión sin resolver por el FBI. A pesar de una intensa búsqueda, solo se recuperaron 5.880 dólares, generando controversia sobre su destino tras el salto. En 2016, el FBI cerró la investigación, redirigiendo recursos a otras prioridades.

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En pleno vuelo, un pasajero le dejó una nota a una de las azafatas. El mensaje era claro: exigía un millonario pago o de lo contrario haría estallar una bomba. Tras una serie de eventos, finalmente el sujeto se hizo del botín. Una vez cumplido con esto, se lanzó en paracaídas.

Si bien puede parecer el guión de una película, esto efectivamente ocurrió. Pero lo más insólito es que pese a que han transcurrido 53 años, nunca más se supo del individuo.

Un caso sin resolver

Dentro de los innumerables casos que el FBI ha debido investigar hay uno que resalta no sólo por el insólito modus operandi del implicado sino que también porque se convirtió en el único secuestro de un avión comercial que no pudo ser resuelto por el Buró Federal de Investigaciones.

Se trata del caso protagonizado por D. B. Cooper, nombre que la prensa de la época le atribuyó erróneamente a un hombre que compró su pasaje con el nombre de Dan Cooper.

Era el 24 de noviembre de 1971 cuando un pasajero del vuelo 305 de Northwest Orient, que había despegado desde Portland con destino a Seattle, le entregó una nota a la asistente de vuelo Florence Schaffner.

Como en un principio la mujer creyó que le estaba dando su número de teléfono, dobló el papel y lo guardó sin leerlo. Al notar esto, el hombre la volvió a llamar y escuetamente le susurró: “Señorita, mejor lea lo que hay en esa nota. Tengo una bomba”.

Fue así como la trabajadora, haciendo caso al pasajero, sacó el mensaje y lo leyó: “Tengo una bomba en mi maletín. La usaré si es necesario. Quiero que se siente junto a mí”, decía. Además, exigía 200 mil dólares en efectivo y dos sets de paracaídas.

Retrato hablado de D. B. Cooper
Retrato hablado de D. B. Cooper | FBI

El misterioso sujeto le advirtió cómo quería que se le entregara su pedido una vez que la aeronave aterrizara en Seattle. De lo contrario, afirmaba, haría estallar la bomba.

La azafata informó rápidamente, y de la manera más discreta posible, a la cabina. De esta manera, el piloto, William Scott, alertó al control del tráfico aéreo, quienes a su vez notificaron de la situación a la Policía y el FBI.

Tras una serie de comunicaciones, el propio presidente de la aerolínea le pidió al piloto que cooperara con las instrucciones del secuestrador. Durante esos tensos momentos, la azafata volvió hacia Cooper, quien abrió un maletín para mostrarle varios cilindros rojos con cables y una batería.

Convencida de que la bomba era real, la sobrecargo regresó a la cabina, por orden del sospechoso pasajero, para que informara al capitán que no aterrizara hasta que el dinero y los paracaídas estuvieran listos en el aeropuerto.

A las 17:39 horas el avión aterrizó en Seattle luego que se confirmara que lo requerido por Cooper estaba listo. En el terminal aéreo ordenó la liberación de todos los pasajeros además de Schaffner, pero retuvo al piloto Scott, a la azafata Tina Mucklow, al primer oficial Bob Rataczak y al ingeniero de vuelo H. E. Anderson.

Después de revisar los billetes y los paracaídas que la policía le entregó, Cooper ordenó el despegue de la aeronave, lo que ocurrió a las 19:40. La idea del sujeto era llegar hasta Reno, Nevada, en donde se reabastecerían nuevamente. Sin embargo, durante esta ruta ocurrió lo más sorprendente.

Los informes detallan que Cooper ordenó a Scott que dejara la cabina despresurizada. Esto, para evitar una salida violenta de aire y además facilitar la apertura de alguna de las puertas de la nave.

Luego de pedirle a Mucklow que se fuera a la cabina, Cooper abrió una puerta y se lanzó al vacío en pleno vuelo con un paracaídas. De acuerdo al FBI, esto ocurrió a las 20:13.

Una vez que aterrizó en Reno, el avión fue revisado por agentes de la policía y el FBI para encontrar pistas sobre el misterioso hombre. Pero no había rastros del secuestrador, del maletín ni del dinero.

De hecho, por increíble que parezca, los investigadores nunca pudieron encontrar al sospechoso. Recién nueve años después, por casualidad, un niño encontró una muy pequeña parte del botín mientras paseaba en un camping con su familia a orillas del río Columbia en Vancouver, Washington. El resto del dinero jamás se pudo ubicar.

La velocidad a la que iba el avión al momento del salto, la diferencia de altitud así como la incertidumbre sobre el momento exacto en que se lanzó, impidieron determinar el punto exacto de aterrizaje de Cooper.

Tras varias semanas de intensa búsqueda, en la que incluso colaboró el Ejército estadounidense, no se pudo encontrar mayores pistas sobre el paradero del sujeto, por lo que hasta hoy existe controversia sobre la zona en la que habría tocado tierra, y si es que realmente sobrevivió al salto.

Pese a que sólo se pudieron recuperar 5.880 dólares, de un total de 200.000, este hallazgo hizo pensar al FBI de que Cooper no salió con vida del salto, ya que indicaron que era poco probable que un criminal dejara parte de su botín tras haber arriesgado su vida de manera tan notable.

FBI cierra el caso

En 2016, las autoridades cerraron oficialmente la investigación para así centrarse en otras más urgentes, siendo así el primer caso de un secuestro de un avión comercial que el FBI no pudo resolver.

“Tras desarrollar una de las investigaciones más largas de la historia, este 8 de julio, el FBI redireccionará los recursos dedicados al caso D.B. Cooper para enfocarse en otras prioridades de investigación”, indicó un comunicado de la agencia federal en aquella oportunidad.

“Durante los 45 años de pericias, el FBI revisó exhaustivamente las pistas creíbles, recogió toda la evidencia disponible y entrevistó a todos los testigos identificados“, añadió.