En los últimos días, tanto los venezolanos que han abandonado su país como los que permanecen en él sólo han visto empeorar su de por sí calamitosa situación. El viernes, el presidente Nicolás Maduro anunció un aumento sin precedentes del precio de la gasolina y oficializó un proceso de reconversión monetaria con ínfulas antiinflacionarias cuyas secuelas apenas están por verse.
24 horas más tarde, Ecuador comenzó a exigirles pasaportes a los refugiados como condición para permitirles la entrada a su territorio, a sabiendas de que el Estado venezolano no está en capacidad de dotar a sus ciudadanos con ese documento.
El domingo, Perú siguió el ejemplo de Ecuador y aumentó así la presión sobre Colombia, donde más y más venezolanos se quedan “buscándose la vida” al no poder tomar rumbo hacia el Sur. Ese mismo día, en Brasil, habitantes de Pacaraima –una localidad de apenas 12.000 almas– destruyeron un campamento de migrantes, obligando a más de un millar a huir de regreso a Venezuela.
El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) señaló que sucesos como ese se registraban también en otros países de la región y advirtió que la crisis humanitaria venezolana podría generar tensiones a escala sudamericana.
La ONU calcula que 2,3 millones de mujeres y hombres asfixiados por estrecheces de todo tipo le han dado la espalda a su tierra natal. Unos 50.000 venezolanos se han asentado en Roraima desde principios de 2017, informó la gobernación de ese estado brasileño. Entre 547.000 y 560.000 han pasado por Ecuador en lo que va de año con miras a llegar a Perú y a Chile; sólo el 20 por ciento de ellos se ha radicado en territorio ecuatoriano, según las cifras manejadas por la Organización Internacional paras las Migraciones (OIM), que no son exactas.
Perú es la nación latinoamericana que más refugiados venezolanos ha acogido después de Colombia, que ya le ha abierto sus puertas a un millón y medio; aproximadamente 35.000 cruzan su frontera diariamente. De ahí que sea el Estado colombiano el que más ayuda humanitaria recibe.
EE. UU. y China, al rescate
USAID, la agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, aportará 6 millones de dólares para que el nuevo gobernante de Bogotá, Iván Duque, asista a los venezolanos que llegan a Colombia escapando de condiciones de vida precarias. Hasta ahora, 32 de los 56 millones de dólares desembolsados por USAID con esos fines en América Latina han ido a parar a Colombia.
El auxilio no llega directamente a Venezuela porque la élite chavista se niega a admitir la gravedad de sus problemas y percibe las ofertas de socorro humanitario como fachadas para la intervención militar extranjera que algunos de sus opositores piden a gritos.
De hecho, este lunes, cuando el Pentágono confirmó que su buque-hospital USNS Comfort echaría anclas frente a las costas colombianas para atender a refugiados venezolanos en el futuro cercano, algunos analistas comentaron con inquietud las posibles implicaciones de que esa nave coincidiera en el Caribe con el buque-hospital chino He Ping Fang Zhou, que surcará las mismas aguas con destino a Venezuela dentro de poco.
“Es problemático que potencias en discordia y con intereses tan disímiles asuman posiciones de cara a una cuestión como la venezolana sin coordinar sus acciones”, sostiene el historiador Sebastian Huhn, del Instituto para la Investigación de la Migración y los Estudios Interculturales (IMIS), adscrito a la Universidad de Osnabrück en Alemania.
“Aunque los buques-hospitales no cumplen una función bélica, ellos pueden erigirse en la vanguardia de maniobras militares si llegan a registrarse incidentes. Basta que un barco-hospital se acerque demasiado a las aguas territoriales de un país determinado, por ejemplo, para que suenen las alarmas. Lo ideal sería que esa ayuda humanitaria fuera proveída por las Naciones Unidas o que Estados Unidos y China la ofrecieran a través de la ONU y no unilateralmente”, explica Thomas Fischer en entrevista con Deutsche Welle. Fischer es profesor de Historia Latinoamericana en la Universidad Católica de Eichstätt-Ingolstadt y presidente de la Asociación Alemana de Investigación sobre América Latina (ADLAF).
La salida: esfuerzos concertados
Günther Maihold, subdirector de la Fundación Ciencia y Política (SWP), de Berlín, no divisa riesgo alguno de confrontación entre las flotas humanitarias enviadas por Washington y Pekín a Colombia y Venezuela, respectivamente.
“No creo que la presencia simultánea de esos barcos en el Caribe cree fricciones diplomáticas. Esos son gestos de buena voluntad de Estados Unidos y China hacia sus aliados en América Latina. Nada más. El auxilio que pueden prestar es muy limitado, casi simbólico, dadas las dimensiones del fenómeno migratorio en cuestión y los factores estructurales que lo propician”, dice el investigador.
A sus ojos, lo que el buque-hospital de Estados Unidos busca es evitar que un mayor número de venezolanos vuele a Miami buscando refugio. Para Fischer, el propósito del galeón-hospital chino al zarpar hacia las Antillas es dejar evidencia de lo importantes que son para Pekín sus intereses geopolíticos en el norte de Sudamérica. Los tres especialistas coinciden en que sólo esfuerzos concertados pueden frenar la actual sangría de Venezuela.
“La pregunta de rigor para los países latinoamericanos y para los organismos multilaterales de la región es cómo conseguir, juntos, que los venezolanos dejen de emigrar tan profusamente, sabiendo que no contarán con la colaboración del Gobierno de Nicolás Maduro, quien se rehúsa a reconocer que su proyecto de país hizo aguas. Ecuador y Perú pueden optar por cerrar sus fronteras, pero eso no detendrá los flujos de migrantes venezolanos; ellos seguirán viéndose forzados a huir de su país porque la vida allí es simplemente insoportable”, arguye Huhn, de la Universidad de Osnabrück.
“El endurecimiento de los controles fronterizos en Ecuador y Perú va a crear una constelación espinosa para Colombia; ese es el país donde va a quedar represado un buen número de migrantes venezolanos. Pero, al final, todo el vecindario latinoamericano va a sentir los estragos del éxodo venezolano si sus países siguen mostrándose incapaces de diseñar una política humanitaria conjunta”, esgrime Maihold.