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En 2013, un grupo de científicos descubrieron en el sur de África el fósil de un anfibio herido y un precursor de los mamíferos que compartieron refugio en medio de la extinción.

Hace miles de millones de años, mucho antes de los dinosaurios, cuando todo se resumía a un súpercontinente, se cree que se concretó el “abrazo más largo de la historia”.

En medio de uno de los eventos de extinción que podría ser de los más grandes del planeta, fue que un anfibio herido y en busca de refugio, llegó a la madriguera de un mamífero.

Lo llamativo de esta historia, es que el mamífero no atacó al anfibio, sino que lo dejó quedarse junto a él a esperar que pasara el peligro, sin embargo, vivieron sus últimos momentos acurrucados y haciéndose compañía.

El descubrimiento del abrazo fosilizado

Según el informe de los investigadores que encontraron el fósil publicado en PLoS ONE, una de muchas inundaciones hizo que ambos animales prehistóricos se quedaran atrapados bajo el lodo, dejando lo que sería un “abrazo” fosilizado hasta nuestros días.

Según el diario ABC, este evento sucedió cuando todo lo que existía era Pangea, lo que hoy conocemos como Sudáfrica.

Esta área fue el escenario de condiciones climáticas muy hostiles. Lo que provocó que los animales comenzaran a hacer madrigueras para refugiarse.

Este acto, posiblemente, les permitió sobrevivir a la extinción a los que hoy en día conocemos como mamíferos.

En Sincrotrón de Grenoble (Francia), fue donde los científicos encontraron la madriguera, este hallazgo reveló que estaban frente al refugio de un antecesor de los mamíferos, un Thrinaxodon.

Fue ahí donde se llevaron la sorpresa, habían encontrado un segundo conjunto de dientes completamente distinto. Se trataba del anfibio Broomistega.

Cómo surge el hecho

El Broomistega estaba dormido y tenía fracturas en las costillas, indicando que se metió en la madriguera de su “colega” en busca de refugio.

Se pensó que se trataba de una interacción depredador-presa, era lo que sonaba más lógico dadas las circunstancias. Sin embargo, y por más curioso que pueda parecer, no se encontraron rastros de que una especie haya querido alimentarse de la otra.

Fue por estar en un estado de estivación, una respuesta a las condiciones extremas donde en anfibio entraría en un estado de sueño temporal.

Esta sería la razón de que el animal no fuera expulsado o atacado por el dueño del refugio. Este acto del mamífero provocaría que sus fósiles permanecieran acurrucados durante unos 250 millones de años.

El tiempo sepultó sus cuerpos bajo el lodo, pero no pudo borrar la historia de aquel encuentro improbable. No fueron enemigos, no fueron cazador y presa, solo dos criaturas enfrentando juntas el fin del mundo.

El Thrinaxodon y el Broomistega descansarán juntos en su último refugio por siempre, recordándonos que, incluso en la extinción, la vida encuentra formas de compartir un último aliento.