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Un 14 de febrero, hace 35 años, la sonda espacial de la NASA, Voyager 1, captó por primera vez el planeta Tierra a la distancia, la foto recibió el nombre de “Un punto azul pálido” (Pale blue dot, en inglés).

Esta ha sido una de las imágenes más icónicas de la exploración espacial, no solo porque muestra el pequeño espacio que ocupamos en el cosmos, sino porque también inspiró algunas de las palabras más célebres del famoso astrofísico Carl Sagan.

Sagan, de hecho, participó en algunos aspectos del lanzamiento de las sondas Voyager 1 y 2 en los años 70. Fue quien dirigió el proyecto del Disco de Oro que transportan y también sugirió tomar una imagen de la Tierra en lo que la Voyager 1 se alejaba del Sistema Solar.

“Miren de nuevo ese punto. Eso es aquí. Eso es nuestro hogar. Esos somos nosotros”, escribió unos años después en su libro Punto azul pálido: una visión del futuro humano en el espacio (1994).

“En él vivieron todas las personas a las que amas, todas las personas a las que conoces, todas las personas de las que has oído hablar, todos los seres humanos que han existido“, agregó.

El astrofísico reflexionó sobre la Tierra como el único mundo conocido que sabemos contiene vida e hizo un llamado a cuidarnos y cuidar de igual forma el planeta.

“Nuestro planeta es una mota solitaria en la gran oscuridad cósmica en desarrollo”, dijo. “En toda esta inmensidad no hay ningún indicio de que la ayuda vendrá de otra parte para salvarnos de nosotros mismos“, advirtió.

Un punto azul pálido
*A la izquierda Un punto azul pálido 1990 y la derecha la misma imagen mejorada en 2020 | NASA

Un punto azul pálido de Carl Sagan

Acá puedes leer el fragmento completo:

“Mira de nuevo ese punto. Eso es aquí. Eso es nuestro hogar. Eso somos nosotros. En él vivieron todas las personas a las que amas, todas las personas a las que conoces, todas las personas de las que has oído hablar, todos los seres humanos que han existido. El conjunto de nuestra alegría y sufrimiento, miles de religiones, ideologías y doctrinas económicas seguras de sí mismas, cada cazador y recolector, cada héroe y cobarde, cada creador y destructor de civilizaciones, cada rey y campesino, cada joven pareja enamorada, cada madre y padre, cada niño esperanzado, cada inventor y explorador, cada maestro de moral, cada político corrupto, cada “superestrella”, cada “líder supremo”, cada santo y pecador de la historia de nuestra especie, vivió allí, en una mota de polvo suspendida en un rayo de sol.

La Tierra es un escenario muy pequeño en una vasta arena cósmica. Pensemos en los ríos de sangre derramados por todos esos generales y emperadores para que, en la gloria y el triunfo, pudieran convertirse en los amos momentáneos de una fracción de un punto. Pensemos en las infinitas crueldades que los habitantes de un rincón de este píxel infligieron a los habitantes apenas distinguibles de algún otro rincón, cuán frecuentes son sus malentendidos, cuán ansiosos están de matarse unos a otros, cuán fervientes son sus odios.

Este punto de luz pálida pone en entredicho nuestras posturas, nuestra supuesta importancia personal, la ilusión de que ocupamos una posición privilegiada en el Universo. Nuestro planeta es una mota solitaria en la gran oscuridad cósmica que nos envuelve. En nuestra oscuridad, en toda esta inmensidad, no hay ningún indicio de que vaya a llegar ayuda de otro lugar para salvarnos de nosotros mismos.

La Tierra es el único mundo conocido hasta ahora que alberga vida. No hay ningún otro lugar, al menos en el futuro cercano, al que nuestra especie pueda migrar. Visitarlo, sí. Establecerse, todavía no. Nos guste o no, por el momento la Tierra es nuestro lugar de residencia.

Se ha dicho que la astronomía es una experiencia que nos hace humildes y que nos ayuda a forjar el carácter. Tal vez no haya mejor demostración de la locura de las presunciones humanas que esta imagen distante de nuestro diminuto mundo. Para mí, subraya nuestra responsabilidad de tratarnos con más amabilidad unos a otros y de preservar y valorar ese punto azul pálido, el único hogar que hemos conocido”.

Carl Sagan, 1994.