—¿Si pudieras viajar en el tiempo, a qué científico visitarías y qué le dirías? —me preguntó una amiga artista. Lo que ella no sabía es que hace poco recibimos un mensaje de hace miles de años de un científico, y su mensaje amerita una respuesta. Así que este artículo es para responder la pregunta de ella.
El mensaje que recibimos tiene que ver con una interrogante inocente y profunda a la vez: ¿se mueven las estrellas? Es una pregunta natural para quienes tienen la fortuna de vivir lejos de las ciudades, y pueden apreciar el cielo estrellado acostados al aire libre durante horas en las noches cálidas de verano.
Quienes hayan tenido ese privilegio se percatan de algo curioso: los patrones que forman las estrellas en el cielo no cambian. El cielo crea una ilusión óptica maravillosa: parece ser una enorme esfera que nos rodea, una bóveda, pintada con puntitos de luz y que gira majestuosamente alrededor de nosotros. Las estrellas salen por el este y se ponen por el oeste. Dado que la Tierra es un mundo esférico, quienes están en el hemisferio norte ven todo el cielo girando en el sentido contrario de las manecillas del reloj en torno a un punto sobre el norte. Quienes están en el hemisferio sur ven toda la bóveda celeste girando en torno a un punto en el cielo que se encuentra sobre el sur, en el sentido de las manecillas del reloj.
Trayectorias aparentes de las estrellas en el cielo.
Por eso durante miles de años los humanos se imaginaron que la Tierra estaba en el centro de una bóveda real, un poco como la cúpula de una iglesia cósmica: las estrellas parecen ser inmutables, perfectas, eternas.
Esa era la situación cuando Hiparco, un astrónomo griego de hace 2.200 años, estaba estudiando el cielo. Su carácter era metódico, cuidadoso, geométrico. Por eso, le sorprendió mucho cuando mientras observaba vio surgir de la nada una nueva estrella en el cielo. Eso lo llenó de dudas, como ¿será posible que las estrellas cambien, nazcan y mueran? Y más aún, ¿será posible que las estrellas se muevan?
Al ver el cielo noche tras noche, uno podría concluir que no, que las estrellas son estáticas. Pero Hiparco se preguntó: ¿y si las estrellas cambian, evolucionan y se mueven por el cielo en escalas de tiempo mucho mayores que una vida humana? Tal vez las estrellas podrían no ser inmutables, perfectas y eternas. Quizás es sólo que los humanos vivimos durante un breve pestañeo, y en nuestra pequeñez nos cuesta percibir los cambios del universo.
Hiparco se propuso romper con los límites de su humanidad y descubrirlo. Esto era casi sacrílego; incluso dos siglos después el romano Plinio el Viejo diría que los propósitos de Hiparco serían considerados presuntuosos incluso para los dioses. Pero Hiparco estaba empeñado en hacer real lo imposible, y empezó a realizar su plan.
Primero se puso a crear instrumentos para medir el cielo. Se fijaba en los detalles, y pese a no tener telescopio, la precisión de sus mediciones meticulosas no sería superada durante mil años.
También creó un sistema para describir el brillo de las estrellas, y un sistema matemático de coordenadas sobre el cielo. Hoy, más de dos milenios después, seguimos utilizando su sistema para cuantificar el brillo y la posición de las estrellas.
Luego midió con cuidado el brillo y la posición de todas las estrellas del cielo que podía ver a ojo desnudo, y creó un mapa del cielo. Su mente se percató de que dado que el cielo se ve como una bóveda esférica, debía crear un mapa esférico. Ese fue el primer globo celeste de la historia.
No contento con eso, se puso a ejecutar la última parte de su plan: escribir un mensaje. Este mensaje era un catálogo de las posiciones y los brillos de cada estrella del cielo, medida con la dedicación y minuciosidad únicas de Hiparco.
Esto parecía extraño: él estaba viejo, y sabía que iba a morir sin nunca saber si las estrellas se movían. Pero su mensaje era para otros humanos, miles de años después de él. Ellos leerían su mensaje, lo compararían con las estrellas que verían en cielos futuros, y por fin descubrirían si las estrellas se mueven. El plan de Hiparco era increíble: arrojó un mensaje en una botella a un océano de tiempo, para que juntos rompiéramos los límites de nuestra humanidad.
El problema es que su maravilloso globo celeste se extravió, nadie lo preservó. Las últimas copias de su meticuloso catálogo, su mensaje para el futuro, se perdieron. La humanidad le falló a Hiparco; de su osadía apenas si quedó el recuerdo.
Sin embargo, a veces ocurre lo increíble.
A los pies del monte Sinaí en Egipto, se encuentra el monasterio cristiano más antiguo del mundo, el Monasterio de Santa Catalina. Tiene 1500 años de funcionamiento interrumpido, y contiene la colección más grande de manuscritos antiguos del mundo después del Vaticano.
Entre esos manuscritos está el Codex Climaci Rescriptus, un libro en pergamino de hace mil años que contiene textos del antiguo y del nuevo testamento en un dialecto del arameo. Ya por su antigüedad es increíble; pero lo más misterioso en este libro es su texto secreto, lo que está escondido a la vista.
El pergamino en esa época era escaso y costoso, pues es cuero animal curtido al extremo necesario para transformarlo en un material flexible y delicado para la escritura. Por ello, no fue raro cuando uno de los monjes a quienes se le encomendó escribir este códice se encontró sin pergamino para escribir. Así que hace mil años este monje echó mano a varios libros viejos que ya tenían entre doscientos y cuatrocientos años en su época, y raspó y lavó sus páginas para borrarlas y tener algo sobre lo cual escribir. Por eso este códice es llamado un palimpsesto, del griego para “raspado otra vez”.
El año 2012 un experto en textos religiosos antiguos asignó como proyecto a sus estudiantes de postgrado estudiar algunas de las páginas de este códice y tratar de descubrir qué texto era el que fue borrado. La sorpresa fue mayúscula cuando uno de ellos descubrió pasajes borrosos de un texto griego de carácter astronómico. El 2017 las páginas se sometieron a análisis multiespectral de alta tecnología y fueron estudiadas durante años. Hace un año, en octubre de 2022, pudimos por fin reconstruir el texto borrado hace mil años por un monje sin material de escritura. Entre las páginas de varios libros borrados, había fragmentos del catálogo estelar perdido de Hiparco de hace 2.200 años.
Estos fragmentos son maravillosos. Las medidas de Hiparco eran tan precisas que podemos usar la precesión del eje de rotación de la Tierra para saber que escribió el catálogo el año 129 a.C., cuando él ya tenía más de 60 años. Él no lo sabía en ese momento, pero sólo viviría unos pocos años más.
Así que, ¿qué haría si tuviera una máquina del tiempo? Iría donde Hiparco, le daría un abrazo, y le daría las gracias por inspirarnos y usar la ciencia para hacer real lo que parece imposible. Le diría que su sueño se cumplió, y que fragmentos de su mensaje nos llegaron por fin a través de abismos de tiempo. Le diría que ahora sabemos que las estrellas son otros soles tan lejanos que los vemos como puntitos de luz, y que las mismas leyes rigen el comportamiento del polvo en la Tierra y estos soles en el cielo. Le diría que hemos descubierto que en el universo nada es inmutable y nada es para siempre; que incluso las estrellas nacen y mueren. O quizás sólo le diría en griego «Ἵππαρχος, τα αστέρια κινούνται!», o sea: Hiparco, las estrellas ¡se mueven!