Todos retratan a Sebastián Piñera como un estadista siniestrado. Un personaje que perdió el don de gracia. Hoy se comenta a viva voz que hemos padecido un tiempo bastardo donde las prácticas de un Presidente, sin principio de reciprocidad, ni empatía con las obscenas desigualdades, agravan los dolores del Chile millennial. Las críticas son comentario obligado en las esquinas, en hogares burgueses o populares, en universidades, colegios o café, en cantinas donde Piñera es motejado cotidianamente como un “cadáver político” desde el 18/0. Todo ello alevosamente agravado por su agenda represiva contra la protesta social, cuestión que no le daría ninguna posteridad, salvo terminar como “jefe de Estado” cumpliendo los procedimientos administrativos del caso.
No pocos analistas de la plaza han sostenido que será expulsado desde un helicóptero. Y no faltó el eslogan de nuestro “retail cognitivo”, ¡Piñera no pasa Agosto! Por fin las encuestas que están en su propia órbita de intereses abundan en ratificar su malograda aprobación ciudadana. ¡Piñera yace muerto grita todo el coro, grita hasta el hartazgo!
Sin embargo, su despliegue empresarial, su capacidad de gestión en el campo de la especulación amerita un análisis aparte. La semana anterior para contrarrestar el proyecto protagonizado por Pamela Jiles (tele-política) tuvo momentos donde aplicó sus cualidades de Brokers adiestrado y supo leer en clave de especulación el coloso de acumulación infernal que representa el sistema de AFP y el cordón de intereses elitarios y complicidades políticas -especialmente en nuestro Senado-. Estas instituciones cuyo mentor es José Piñera, según los datos la Fundación SOL en el periodo de crisis han obtenido una utilidad diaria que ha sido calculada en un promedio de $880.000 millones. Piñera en tanto gestor descontrolado de los flujos de capital -también descontrolados- en su fase financiero-especulativa supo entender el “pool” de actores, ambiciones y dispositivos promoviendo el golpe de un “monarca presidencialista” que puso en jaque la interlocución (mediación) del parlamentarismo abriendo una contienda de poderes con inciertos resultados hacia el mes de marzo (2021).
Hay que admitirlo: Piñera, resurrecto por algunos días u horas, interpretó como pocos la geografía del capital y en esta oportunidad -aunque cadavérico y sin liturgia- no podía devenir en un político. Librado al peor de los mundos se debía negar a aquello que la “izquierda” siempre le ha reclamado: la iniciativa política. Muy por el contrario, en esta oportunidad la tumba de Piñera habría sido comportarse como político -cuestión no fácil antes, y mucho menos ahora-. Además dejó al descubierto el oprobio grosero de la sociedad chilena: aún es irreal materializar el fin del sistema de AFP, salvo las complejidades con las cuales es factible obtener el segundo retiro del 10%.
Si bien, la revuelta destituyente-derogante (18/0) fue el corolario que terminó de consumar el imaginario de la desigualdad y destapar íntegramente la racionalidad abusiva de tales instituciones, todo indica que el “tiro final” de las AFP responderá a nuestros únicos Dioses realmente existentes: elites carenciadas pero con un innegable poderío fáctico. Y sin duda, la movilización ciudadana instaló el verosímil que marca la decadencia del modelo de AFP, sin embargo su desmantelamiento, destitución legal o cualquier otra figura responderá a dispositivos de poder situados en el ámbito discrecional de redes elitarias y corporaciones. Misma hebra corre a propósito de la eventual destitución de Piñera por la vía de adelantar las elecciones. Ello aún no es parte del breve horizonte, más allá de las fundadas iniciativas para tal empresa.
Aquí existe una compleja articulación para mantener a un Jefe de Estado colgando de las cornisas, evitando los costos políticos que tendría una fractura institucional. De un lado, se encuentran las condiciones fácticas para sostenerlo so pena de tanto agravio y, de otro, los alcances y consecuencias de prolongar su estadía en el cargo. Pero todo se juega en el orden de lo fáctico. A esta épica se sumaron viejos socialistas, la cantinela del PPD, todos militantes del “Partido Neoliberal” que ante la arremetida de Alejandro Guillier, lo emplazaron, y abrieron la memoria fugitiva con sus archivos bizarros, a saber, “la salida de un Presidente implica romper las tradiciones político-institucionales”. ¡Y vaya misterio! El golpe de Estado de 1973 apareció como una “pantalla moral” donde la mayordomía transicional recordó viejos domicilios ideológicos desestimando la viabilidad real de sacar al Presidente mediante un mecanismo legal -al menos así quedo estampado.
Pero volvamos al punto. Sucede que el Presidente de turno no intentó transgredir el estado de derecho como una cuestión excepcional, sino que su concepción del modelo chileno reducido a “economía mediática” y “pacto económico” explica la eficiencia de su despliegue fáctico. Insistir en que sus acciones son inviables porque no se ajustan a las alicaídas liturgias republicanas, ethos mesocrático, o estructuras burocráticas, es no entender la osadía del personaje en materias de des-regulación. Nada nuevo: lo que hizo el fundador de Bancard fue defender la violencia originaria y constitutiva del capital desde donde se edificó el régimen neoliberal.
Piñera, lector avezado del capital de servicios, fue capaz de entender con creatividad, olfato mamífero y arrojo las dinámicas de la renta infinita y captar las correlaciones políticas desde el alineamiento tácito de los actores del progresismo. Todos, cuál más cuál menos, leyeron de entrada el guión de Piñera y gradualmente fueron haciendo gestos de sumisión a la pirámide del poder (encarnado en las AFP) invocando su incidencia en el PIB, su relevancia en el mercado externo, la posible inconstitucionalidad en el Tribunal Constitucional y las secuelas sobre el “clan de la plebe”. Y así, todo el elenco de progresistas que en algún momento de sus carreras forjó fortuna en gerencias, altos cargos directivos, inclusive participando en la composición societaria de alguna AFP, movieron posiciones en cuestión de horas.
Resultaba absolutamente innecesario que Piñera llamara a su amiga, Presidenta del Tribunal Constitucional y voto dirimente de tal institución. Y es muy poco probable que haya enviado mensajes a progresistas como Harboe, Lagos Weber, o el mismo Superintendente. De la incidencia fáctica del FA o el PC en estos oceánicos juegos de poder es mejor ni hablar. Esta vez ni siquiera sonaron los teléfonos en las sedes del Partido Neoliberal que encarna la Concertación: el Senado reducido a un resumidero de complicidades cruzadas debía ajustarse a las acciones especulativas de un empresario que hizo sus primeras armas doblegando los intereses de Ricardo Claro a la entrada de los años 80.
Hay una trayectoria del personaje Piñera, en su bicameralismo psicológico, mitad político y mitad especulador “full time”, que hace de él un sujeto fáctico especialmente elástico para destrabar problemas vinculados a la máquina de capitalización y liquidez que implica el sistema de capitalización privada. La élite murmuró, pero finalmente guardó silencio y el Senado saludo su propia monarquía neoliberal. Ahora sin 10% nos resta esperar el escenario de insurgencia que probablemente abrirá un marzo de tributos, donde Piñera no necesariamente tendrá los poderes que ayudaron a Lázaro a salir de su tumba.
Mauro Salazar J.
Académico y ensayista. Analista político.
Investigador en temas de subjetividad y mercado laboral (FIEL/ACHS)
mauroivansalazar@gmail.com