En mi historia personal, la primera vez que tomé conciencia de lo que hoy conocemos como “posverdad”, ocurrió en los días anteriores a la primera guerra del Golfo, en 1990.
Esta guerra, como es conocida, fue a nivel táctico una guerra mediática en la que la intoxicación de las noticias fue notoria.
El hecho no era nuevo en sí. Mi abuelo que militaba en la Resistencia anti nazista durante la II GM, contaba las numerosas falsas noticias que circulaban en los campos de batalla. Pero estas falsedades eran secretas: no circulaban en la población civil. Lo novedoso, creo, de la Guerra del Golfo fue la difusión de la mentira a nivel planetario.
En efecto, George Bush y los Estados Unidos debían convencer a la población mundial y a sus 34 países aliados de la obligación moral para intervenir ofensivamente en el Kuwait, con tecnología militar nunca vista, garantía de perpetrar la primera guerra limpia de la Historia. Una guerra de videojuego.
Dos posverdades podrían ser destacadas:
La primera remite al montaje imaginado por una empresa de mercadotecnia prestigiosa que inventó el cuento de los recién nacidos abandonados sin atención médica en sus incubadoras durante la invasión de Kuwait por la tropas de Sadam Hussein. Se podía ver la propia hija de un alto diplomático kuwaití disfrazada de enfermera, derrumbada en llantos, trastornada por tanta crueldad.
Semanas después un equipo de periodistas canadienses de investigación revelaron los detalles de la comedia que justificó la primera guerra petrolera, las pruebas reales de un armamiento sofisticado responsable de la segunda posverdad: la falsedad de una guerra limpia responsable de atrocidades entre numerosas víctimas colaterales en el patio iraquí.
Un artículo del Monde Diplomatique, en 1992, titulaba: “Manipular y controlar los corazones y las mentes” (Herbert Miller, febrero 1992, 18-21). Este título destapaba un hecho por cierto aterrador: la humanidad franqueaba un paso decisivo en la manipulación de sus emociones para que postores competiendo en cualquier arena pudiesen llegar a acometer y embestir nuestras conciencias con el objetivo de ponerlas a merced de sus caprichos y voluntades.
Sin poder eludir la aprobación ciudadana, es decir, democrática, se volvía imprescindible emplear las emociones y la indiferencia de las muchedumbres.
La democracia iba a recibir cada vez más golpes categóricos de los que no sabemos, a la hora de hoy, si podrá levantarse victoriosa. El Brexit, la elección de Donald Trump y su curiosa gestión de la Casa Blanca, son quizá los ejemplos más paradigmáticos de eso que llamamos posverdad.
Otros ejemplos serían: ¿qué idea precisa podemos hacernos hoy de la Guerra en Siria? ¿O del conflicto israelí-palestino?
Sin embargo, más cercano a nuestro Chile, ¿dónde ubicar las manipulaciones del pueblo boliviano por Evo Morales? ¿Dónde ubicar el atentado fallido contra Nicolás Maduro? ¿Dónde ubicar el comando antiterrorista Jungla en un país donde no hay terroristas ni jungla?
Son tantas y otras cuestiones que no podemos realmente resolver con certidumbre que nos relegan en la opinión (la siniestra doxa de los griegos concurrente de la verdad aletheia), la somnolencia y el interés ciudadano para las cosas que afectan la sociedad de nuestra región, de nuestro país y la sociedad del mundo en el que vivimos.
¿Cómo funciona una noticia posverdad?
De entrada, digamos que, como es el caso con todos los “pos”, hay algo de lo anterior en el “después”. En una posverdad, hay necesariamente algo verdadero aunque a un nivel infinitamente reducido y sumamente reductor y distorsionado, en una dosis sabiamente estudiada para dar paso a la mentira. Parece seguir la trama de las leyendas urbanas.
A partir de esta constatación básica, destacaría 3 pasos simples: Crear/inventar/imaginar una noticia atractiva e impactante, generalmente exagerada y siempre manipulada, insistir en la aseveración falsa.
Difundirla en las redes sociales sabiendo que las masas prescinden de los intermedios tradicionales de garantías (¿será cierto que Putin amenazó a Chile en caso de que Bolivia perdiera en La Haya?) y esperar la reacción y difusión de los canales tradicionales de comunicación.
Descalificar a todo quien la contradiga. La noticia falsa siembra la duda y se desmiente difícilmente para convertirse en una verdad manipulada.
El resultado genera la más completa confusión para las personas que quieren lograr una comprensión objetiva a tal punto que la información manipulada resulta ser una verdad manipulada y/o una mentira perfecta y completamente construida. La posverdad se convierte en una mera mentira llanamente actual y presente. Así se conforma la era de la posverdad y de la posmentira.
La manipulación de informaciones y la difusión de mentiras constituyen uno de los más graves atentados a la ética, a la ciudadanía y a la democracia, por cierto muy averiada. Los gobiernos, en su caso cómplices de estos preocupantes tropiezos, han perdido su poder de censura.
De hecho, son grupos de decenas de miles de personas que rechazan las ideas diferentes de lo que no es más que la doxa. Con la posverdad asistimos al advenimiento de una inquisición popular de la que unos tiburones mal intencionados sacan un provecho que podría poner en jaque los avances más brillantes de nuestra civilización.
Michel Duquesnoy
Investigador EPOCAL – UBO