En el clásico de la literatura chilena Adiós al Séptimo de Línea, Leonora Latorre es una chilena joven y bella que se ve involucrada en la Guerra del Pacífico luego de que su prometido, Alberto Cobo, participara de ésta.
Así, Latorre se transforma en una espía para nuestro país, ganándose el cariño y confianza del general Juan Buendía del Ejército peruano y comandante en jefe de las fuerzas de la Alianza Perú-Boliviana.
Desde la publicación de la obra en 1955, el personaje se ganó un espacio en el corazón de los historiadores y el país. En Antofagasta, donde transcurre parte de la novela, existe incluso un condominio que tiene el nombre de la heroína creada por Jorge Inostrosa.
Si bien, la obra del autor iquiqueño maneja tanto ficción como realidad al incorporar personajes que realmente existieron, como el coronel Santiago Amengual, Alberto Solar y el propio Buendía, sus dos protagonistas, Leonora y Alberto no existieron. ¿O sí?
Las mujeres en la guerra
Al iniciar la guerra, gran parte de los chilenos decidió defender los intereses del país, comprometiéndose activamente en la batalla, eso incluyó también a las a mujeres que -en su mayoría- siguieron a sus esposos.
De acuerdo al sitio web, Memoria Chilena, la contribución femenina se manifestó tanto en los campos de batalla como en la retaguardia citadina. Aporte que fue constante, variado y reconocido tanto social, como política y militarmente.
La labor de las mujeres en campaña fue principalmente en el rol de cantineras, mujeres que en calidad de enfermeras llevaban a cabo labores domésticas, humanitarias y sanitarias en plena guerra. Estas soldados podían perfectamente lavar la ropa de los hombres y hasta dar la vida en el campo, arriesgándose al desplazarse entre las balas, incluso llegando a tomar los fusiles.
Uno de estos ejemplos es el caso de la sargento Candelaria Pérez, quien inicialmente comenzó como informante para la Armada chilena, tras ser descubierta por el bando peruano, se incorporó al Ejército como cantinera-enfermera en el Batallón de Carampangue.
Ahí, Pérez fue un aporte valioso al conocer el lugar y poder guiar a los soldados, sirviendo también como mensajera para el general Manuel Bulnes y el comandante Roberto Simpson.
Por su valentía y habilidades militares, combatió en primera fila, siendo dotada del grado de sargento por el general Bulnes.
Otras, fueron vitales para recolectar información de la inteligencia enemiga, una de ellas sería Anita, una joven chilena que habría estado ligada a un alto mando del Ejército peruano.
La verdadera Leonora
La figura de la bella Leonora Latorre nació en la mente del escritor chileno, Jorge Inostrosa, por lo que gran parte de su historia, incluido Alberto, su enamorado, son material de ficción.
Sin embargo, de acuerdo al artículo Mujeres tras la huella de los soldados de Paz Larraín Mira, el general peruano Juan Buendía tuvo una amante chilena, que en la novela de Inostrosa, sería Latorre.
“Pascual Ahumada reprodujo una información tomada de un periódico boliviano que dio a conocer este hecho cuando comentó las razones de la derrota aliada en la batalla de Dolores o del Cerro San Francisco. El periódico altiplánico enfatizó irónicamente que se sabía ‘que había un general Buendía, célebre por su constancia en hacer la corte a una chilena de 13 a 14 años, en Iquique, y de la cual se decía que al general le arrancaba hábilmente todos los secretos de la campaña’“, señala el texto.
En cambio Alberto Solar, otro personaje real de la novela, en su diario menciona a “la famosa Anita Buendía, linda chilena de 18 años de edad, llamada así en recuerdo del famoso general de ese apellido, cuya pasión por la muchacha se hizo célebre”.
En la investigación de Larraín se señala que además la misteriosa Anita era espía del Ejército chileno y que Buendía “reblandecido por su edad y por los vicios”, habría confiado secretos importantes a la joven.
De la escasa información existente de Anita, en los escritos de Solar, la joven chilena “no sólo no negaba su antigua relación con el general, sino que se enorgullecía de ella, si bien resultaba innegable también que la chica era digna de su fama. Linda, picaresca, vivaracha y provocativa, hubiera sido capaz de trastornarle los cascos al mismísimo ejército de Godofredo de Bouillón, con toda la austeridad de su destino”.