La primera novela de Patricia Cerda no sólo corrobora su condición de experta en la historia colonial chilena, sino también aporta sensibilidad, piel y emoción a una época hasta ahora embalsamada por la “Historia oficial”.
Por Marcel Socías Montofré
Hubo un tiempo –por suerte lejano- en que la historia de Chile se escribía con una formalidad y rigidez que hacía sospechar cierto deliberado interés en que pocos la leyeran. Bien lo saben aquellos que en su época escolar “sufrieron” los embates de un relato metálico como los sables de la época, con personajes lejanos, casi inhumanos, que pasaron por el texto sólo para dejar constancia de un momento más simbólico que preciso, saltando de una corbeta blanca, posando en batalla con un brazo vendado o perdiendo la cabeza en la conquista de Arauco.
Por suerte el final de ese tiempo es un final feliz. Porque el corsé de los ortodoxos aflojó a fuerza de escritores que han humanizado la historia de Chile con el beneficio y buen oficio de la historia novelada, permitiéndose ciertas licencias literarias que generan proximidad, interés y hasta identificación con un tiempo pasado que viene a explicar, profundizar y contextualizar el presente desde la mejor de las perspectivas: una historia que gracias al adjetivo y del personaje compuesto pasa del blanco y negro al color.
Es esa exquisita gama de colores la que se agradece de Patricia Cerda en Mestiza y su protagonista Animallén, una hija de mapuche y cautiva española que a través de setenta años y no poca astucia es capaz de sortear la brutalidad conquistadora con que se fue moldeando el Reino de Chile… al menos los harapos de un asentamiento al fin del mundo en el eterno cautiverio de la guerra.
Precisamente es la razón por la que Animallén se define a sí misma como una cautiva y así se yergue como alegoría de su tiempo, desde que es raptada a orilla del lago Lanalhue hasta que termina escribiendo en Sevilla sus confesiones en el “Informe de Marina Buenaventura sobre el estado de las artes y la guerra en el Reino de Chile”.
Sin duda un relato inteligentemente estructurado, donde el rigor histórico es afortunadamente mezclado –como buen mestizo- con las licenciadas literarias de la autora, sin abusos ni excesos de fantasías, con verosímil desarrollo y personajes que aportan a comprender por qué hoy, después de tantos siglos, somos lo que somos en el “Reino de Chile”.
Así también un relato con sensibilidad y pasión, donde la historia se siente a flor de piel y acaricia en 315 páginas que no se sienten, porque no hay respiro y el azar es también vértigo y curiosidad, esa hermosa condición de las novelas que atrapan con brazos y piernas, seducen y convierten al lector en un personaje más, embriagado de aventuras y una lealtad inquebrantable hasta la última línea del libro.
“Fui cautiva, panadera, encomendera, monja, cantora y últimamente samaritana y cronista de mi propia vida. Todos estos roles me cayeron del cielo. No fui yo quien los eligió”, comenta Animallén al principio de su relato. Y es cierto, ello no eligió, pero por suerte nosotros –los de ahora- podemos elegir leerla a través de Mestiza. A todas luces, una excelente elección.
Mestiza
Patricia Cerda
Ediciones B Chile.
Santiago, 2016.