Expectación mundial ha generado el estreno de un nuevo capítulo de la saga de ciencia ficción audiovisual creada originalmente por George Lucas durante la década de 1970. En este título, nuevamente dirigido y adaptado por el realizador estadounidense Rian Johnson, prosigue la historia sideral que en esta oportunidad enfrenta a una nueva generación de guerreros espaciales, en la sempiterna lucha sostenida entre las minoritarias fuerzas del bien (la Resistencia), y los abismantes ejércitos del lado oscuro del mal (la Primera Orden).
Por Enrique Morales Lastra
“A menudo he sido esto: / un hombre en un camino, / un hombre en un avión, / un hombre con una mujer. / Y a menudo he sido esto: / un hombre que bajo una piedra / quería esconderse / para no ver ya más luz. / Juntos recorremos / el rumor y el aire del mundo / en busca de la estatua invisible / donde los tres aparecen / en una sola imagen”.
Cees Nooteboom, en “El azar y el destino”.
Aunque parezca extraño y un hecho por llamarlo de algún modo fuera de lugar cuando se escribe de largometrajes como éste, es el argumento de un amor imposible la temática que subyace y que recorre como un río subterráneo el eje dramático articulador de “Star Wars: Episodio VIII – Los últimos Jedi” (“Star Wars: Episode VIII – The Last Jedi”, 2017): la pasión difícil y ardua de consumar surgida entre Rey (la actriz Daisy Ridley) y Kylo Ren (interpretado por Adam Driver).
La épica de una guerra en desventaja, sumada a esa melancolía esencial producida debido a ese vínculo dividido por los engaños, los malos entendidos, y las singulares lealtades que separan a los hombres cuando se habla de ideologías y de convicciones políticas, morales o religiosas.
Por más que ambos pertenezcan a la casta guerrera y mística de los Jedi, tanto Rey como Kylo Ren se encuentran separados eternamente debido a los diferentes caminos que han tomado en cuanto a cual bando apoyar, si a este o al otro, en esta batalla que por fatídicos y emocionantes pasajes, otorga la impresión de decidirse a favor de las legiones de la Primera Orden, comandadas por el supremo líder Snoke, quien dirige a sus batallones con códigos y una estética militar y combativa, que recuerda a las tropas regulares de la Alemania nacionalsocialista, derrotada durante la Segunda Guerra Mundial.
En efecto, los cánones simbólicos de la historia ideada originalmente por George Lucas, y en las dos últimas entregas, renovada y adaptada por la mente creativa del director Rian Johnson (Maryland, 1973), se vale de los tópicos escénicos y literarios de la ciencia ficción, a fin de concebir en un lenguaje audiovisual la representación metafórica de causas históricas por las que ha luchado la Civilización Occidental, a lo largo de su trayectoria, por lo menos en lo concerniente al pasado siglo XX, y a los comienzos de esta centuria que despunta.
No en vano, por ejemplo, entre las irregulares y apasionadas huestes de la Resistencia se observan en sus filas rostros de origen oriental o afroamericano, junto a los soldados y guerrilleros, de rasgos físicos anglosajones o caucásicos: las fuerzas de la rebelión, en ese sentido, vendrían a personificar una especia de ejército global, plural y diverso, que da cara a un enemigo uniforme, adicto irrestrictamente a un concepto vertical e incontestable de la autoridad administrativa y militar.
El colectivismo en libertad, añadida a la entrega incondicional, al sacrificio, y a la lucha por lo que amamos, como dice uno de los personajes de este crédito (la soldado voluntaria Rose Tico, encarnada por la actriz Kelly Marie Tran), serían las máximas éticas que impulsarían a los generales y a los arrojados combatientes de esa Resistencia de características multinacionales.
La cámara de Rian Johnson, de esa manera, gestiona imágenes cuyo telón de fondo transcurre por planetas varios, por el espacio exterior, o en el corazón de esmeradas (en su construcción), y de excelentemente diseñadas fortalezas y bases intergalácticas.
Así, y pese al uso de elementos tecnológicos de avanzada, o que podríamos definir como de “punta o de “última generación” (utilización de drones, de ambientaciones delineadas en 3D, y la actuación de dobles que reemplazan a los roles protagónicos en las escenas de riesgo), la verdad es que el mérito de la dirección cinematográfica, en esta oportunidad, se registra en unir factores dramáticos múltiples (los simbólicos ya expuestos), bajo la sincronía de numerosos efectos “especiales”, sin perder jamás la destreza y la coherencia narrativa del relato audiovisual (gracias al montaje), propia de esta saga que se ha transformado en el universo de una cultura popular en sí misma, al interior de la sociedad globalizada y posmoderna de estos días.
Se despide la Princesa Leia (la actriz Carrie Fisher falleció durante el rodaje de este episodio), y reaparece el Jedi Luke Skywalker, perdido en un planeta confinado a un rincón de la galaxia, mientras medita en sus errores y se cuestiona su identidad y los propósitos trascendentales que han movido su accionar a lo largo de la vida entre sacerdotal y bélica que ha llevado.
Amores imaginarios e imposibles, disfunciones familiares, iniciaciones esotéricas truncas, traiciones filiales y ambiciones desmedidas, el átomo de la indómita rebeldía en contra de los poderosos y a su dominio sin parangón dentro del gran teatro del universo, porque sí, y sin pensarlo más de dos veces. En buena hora.
Unidos místicamente, aún subyace la mínima lumbre de la pasión entre Kylo Ren y Rey: puestos en la elección de la existencia propia, ambos prefieren salvar a ese odiado, conocido y querido enemigo íntimo, y “aunque sé que te he perdido”, como escribiría tristemente resignado el poeta español Jorge Riechmann.
“Star Wars: Episodio VIII – Los últimos Jedi”, y al igual que la entrega que le antecedió de la saga (“El despertar de la fuerza”, de 2015) revitaliza al género y le otorga energía artística a sus sostenedores y productores con el objetivo de desentrañar los misterios religiosos que esconde el cosmos creado por George Lucas. Es la unión de aspectos dramáticos atractivos y complejos, recreados a su vez por actores que se ubican entre los mayores de su generación, en comandita con lo mejor de la tecnología audiovisual disponible para un equipo realizador hoy en día. Simplemente imperdible.