Aunque siempre hay tiempo y lectura para reparar el olvido. Especialmente rescatar a un Carlos Droguett (Santiago 1912, Berna 1996) inédito, su ética y estética narrativa, inclasificable como precursora, el singular imaginario de un país que siempre vuelve a ser el mismo y una novela del género policial donde la realidad termina despareciendo junto a otros crímenes de la época.
Por Marcel Socías Montofré
La historia comienza con los asesinatos. Los niños perdidos en un barrio popular. El asesino en serie y la fragilidad de las instituciones. Además de Mauricio. El periodista que investiga “las cabecitas degolladas de niños inocentes”.
No sólo eso. También piensa en su precariedad existencial. La propia y ajena. Una precariedad de realidades que mediante la alegoría se transforma en el victimario social. Sin duda una metáfora de Chile.
Como toda trama en las novelas de Carlos Droguett (“Eloy”, en su máxima expresión), en esta obra inédita ya se percibe –cual precuela- esa atmósfera tan propia de lo lírico, el simbolismo y lo onírico, las tonalidades, las escalas de la realidad y las vicisitudes de lo fantástico, características tan propias en la narrativa de Droguett.
– “Yo no creo nada, Mauricio, pero lo fabuloso, lo peligroso para ti y para el italiano es que estas historias se están repitiendo como explosiones en la oscuridad. Siempre en los sitios más abandonados, más olvidados por lo maravilloso o lo terrible. La maldad tiene un méto-do, es constante e implacable. La bondad también. En eso se parecen. ¡Se están repitiendo! ¿Y por qué?,- preguntó en un suspiro quedándose pensativa”, comenta Mauricio en la pági-na 59.
¿Parece actual? La verdad es que sí. Pero no lo es. Es una novela de 1968, nunca editada en España por la censura franquista. De Chile mejor ni hablar. Es escasa la difusión de Carlos Droguett. Ni siquiera por censura. Más bien por injusto olvido.
Sin duda la razón no es por falta de mérito. Fue un prolífico escritor de la Generación de 1938 -María Luisa Bombal, Andrés Sabella, Gonzalo Rojas, Mario Bahamonde Silva y Maité Allamand, entre otros-, y aportó con un talento creativo que lo hizo más reconocido en el extranjero que en Chile.
Suele suceder. Bien lo sabe Gabriela Mistral.
Y a propósito de esa “poética de la sangre”, esto es, el establecimiento de un testimonio de la sangre derramada en Chile, aquella de la que no dan cuenta los discursos oficiales, y que aparece expresada en las heterogéneas dimensiones de una suerte de intrahistoria que exhibe la cotidianeidad, el sentir y el pensar del mundo popular, por medio de narraciones en las que, junto a la muerte, se destacan los motivos de la injusticia, la violencia, la indefensión y el abandono”, tal como advierte en la presentación Fernando Moreno Turner en “El Hombre que había olvidado”.
Había.
Porque Carlos Droguett no está olvidado. Vuelve por escrito una y otra vez, aunque nunca regresó a Chile (tal vez otra de sus metáforas). Murió en Berna, Suiza, después de exiliarse en 1976. Pero dejó su obra. Como propósito de quien escribe para transcender junto con su época.
Una obra exigente para el que lee. Es necesario participar. Hundirse en la compleja y a veces vertiginosa prosa de Droguett, seguir sus intricados propósitos, atrapar al victimario social y saber quién o quiénes son los responsables de “las cabecitas degolladas de niños inocentes”.
Aunque -advertencia- leer a Droguett no es fácil. A ratos perturba. A ratos cualquiera se siente asustado, “muy asustado, los sentí que se juntaron rápidamente en la puerta del rancho y se fueron, los sentí caminar muy rápido, no te puedo decir si se fueron corriendo…”. (Pág. 231).
Suele suceder con Carlos Droguett. No tiene fácil entrada. Menos si se trata de una novela policial. Pero es magnífica su salida. Su propuesta de hacer literatura con la vida –al mejor estilo de Manuel Rojas-, de un Droguett que también sabe, al menos intuye, se arriesga y busca algo más que literatura:
– “Por eso lo hará, ese peligro es su seguridad o, más bien, su precio. Rubia, el peligro es lo más valioso del mundo, lo más grandioso, el gesto que menos se usa. Si tú haces algo bueno con sacrificio, más vale lo que haces. Si tus manos quedan llenas de sangre y ese trabajo es tu sangre, esa sangre es tu sudor, eso vale”.
– “¿Y lo van a matar, sin embargo? -dijo en un susurro y se quedó estupefacta y triste”. (Pág.259).
– Aunque, claro, primero hay que saber quién es el victimario social de “las cabecitas degolladas de niños inocentes”.
Sólo entonces será posible -con Droguett- ese “después, todos pudieron oír lo pasos del hombre que pausadamente iba subiendo la escalera…”.
El hombre que había olvidado
Carlos Droguett
Editorial Zuramérica