Pese a la oposición que genera la instalación de la bandera Bicentenario en la región del Bío Bío, ya entró en tierra derecha la construcción de estas mega estructuras en todo el país. Lamentablemente mientras esta iniciativa avanza, el rescate de otras importantes obras patrimoniales se encuentra estancado.
El 17 de septiembre de 2010 se inauguró en la Plaza de la Ciudadanía de Santiago la Bandera Bicentenario con un mástil de 61 metros de alto y una dimensión de 27 metros de largo por 18 de ancho. Majestuoso emblema patrio que, como una mediática muestra de descentralización, será replicada (a menor escala) en todas las regiones del país.
Tras este anuncio varias ciudades rechazaron la medida por considerar excesivo el costo superior a los 400 millones de pesos de cada estructura, argumentando que existen otras necesidades más urgentes, especialmente tras el terremoto.
Una encuesta realizada en octubre del año pasado por el centro de estudios de Corbiobío determinó que un 56,4 % de los habitantes de la región rechazan su instalación.
Una situación similar se vivió en otras regiones, no obstante el Gobierno perseveró en el proyecto, el que ya fue aprobado por la Contraloría, iniciándose prontamente los trabajos de construcción.
En Concepción la bandera Bicentenario se ubicará en la plaza del mismo nombre atrás de la Intendencia en el sector Costanera; tendrá un mástil de 42 metros y una superficie de 216 metros cuadrados.
Quedará instalada cerca del denominado memorial del terremoto otra gigantesca estructura que tiene un costo aproximado de 2 mil millones de pesos.
Mega símbolos para reforzar el patriotismo, los recuerdos y llamados a convertirse en atractivos turísticos como consignan sus llamados a licitación. Lamentablemente otras estructuras, que representan parte importante de la historia del país, están literalmente abandonadas a su suerte.
Un ejemplo de esto es la central hidroeléctrica de Chivilingo, que tras el terremoto resultó seriamente dañada sin tener hasta ahora ninguna alternativa de arreglo.
No se trata de un edificio cualquiera: Chivilingo es la primera central instalada en Chile y la segunda en Sudamérica. Y como si eso no fuese suficiente mérito, su diseño fue realizado por el mismo Thomas Alva Edison, sin embargo a nadie parece importarle que este histórico edificio se deteriore día a día.
Los costos de cada bandera Bicentenario fluctúan entre los 350 y los 500 millones de pesos, mientras que la reparación del edificio de la central, según estimaciones del Seremi de Energía, bordearía los 200 millones de pesos.
Así las cosas, con una bandera se podría reparar dos construcciones como Chivilingo y entregar nuevamente a la comunidad este importante patrimonio… pero ¿quién decide por la comunidad? ¿Quién determina qué es importante o mejor dicho prioritario para el rescate de nuestra cultura?
Las autoridades de espalda a la gente, porque de nada sirvió el rechazo ciudadano o incluso una encuesta seria como la realizada por Corbiobío. A diario oímos que los políticos deben escuchar a la comunidad y todos dicen estar dispuestos, pero al parecer esto se da solo en el discurso.
Hace meses preguntamos en qué estaba la reparación de Chivilingo, que permanece cerrada hace más de tres años por los daños sufridos el 27 de febrero. Desde la Seremi de Energía se argumentó que se intentó realizar un catastro de daños mediante una licitación, pero no hubo oferentes. La misma autoridad reconoció entonces que no ha habido interés en restaurar la central.
Fuimos donde el intendente Víctor Lobos, quien manifestó, en ese entones, que era necesario hacer algo para levantarla, aunque hasta ahora nada ha sucedido.
Durante esta semana el Consejo de Monumentos Nacionales visitó el lugar para conocer en terreno la situación, pero sin mediar de por medio recursos ni anuncios. Solo a ver, a más de tres años de su cierre.
Mucho se dijo que Concepción debe dejar de darle la espalda al río, y de allí se planificaron millonarias inversiones en la Costanera, pero ¿qué pasa con la historia y la identidad? Parece que da lo mismo darle la espalda a los símbolos que son menos populistas, pero no por eso menos importantes.