Las emisiones de metano alcanzaron nuevos máximos: son 2,6 veces mayores que en la época preindustrial

Créditos: Pixabay
Publicado por Sara Jerez
La información es de The Conversation

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Martes 01 octubre de 2024 | Publicado a las 17:23

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Según el último balance mundial del metano del Global Carbon Project, este gas está aumentando rápidamente y actualmente es 2,6 veces mayor que en la época preindustrial, alcanzando concentraciones de 1931 partes por mil millones en enero de 2024. El aumento del metano podría obstaculizar el Compromiso Mundial del Metano, que busca reducir las emisiones de metano en un 30% para finales de la década.

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El metano (CH 4) es el segundo gas de efecto invernadero antropogénico —es decir, causado por los humanos— más importante después del dióxido de carbono y ahora “está aumentando más rápido que cualquier otro gas de efecto invernadero importante“, según el cuarto balance mundial del metano del Global Carbon Project.

El estudio concluye que a actualmente este gas es 2,6 veces mayor que en la época preindustrial y sus “concentraciones medias mundiales alcanzaron las 1931 partes por mil millones (ppb) en enero de 2024”.

Su aumento podría significar un obstáculo para el ya bastante ambicioso Compromiso Mundial del Metano (2021), al que se han suscrito más de 150 países y cuyo objetivo es reducir las emisiones de metano en un 30% para finales de esta década.

Si se cumple este objetivo, ganaríamos tiempo vital para reducir las emisiones de dióxido de carbono, que hasta ahora son las más preocupantes. Sin embargo, la actividad humana dificulta este proceso.

Recordemos que las fuentes naturales de metano son la materia orgánica en descomposición de los humedales. Pero el ser humano ha disparado sus emisiones. Hemos seguido los cambios en las principales fuentes y sumideros de este potente gas de efecto invernadero y hemos descubierto que el ser humano es ahora responsable de dos tercios o más de todas las emisiones mundiales.

¿Por qué es tan importante?

Después del dióxido de carbono, el metano es el segundo gas de efecto invernadero más importante que contribuye al calentamiento global provocado por el hombre.

Aunque las actividades humanas emiten mucho menos metano que dióxido de carbono en términos reales, el primero tiene un poder oculto: es 80 veces más eficaz que el CO₂ para atrapar el calor en las dos primeras décadas desde que llega a la atmósfera.

Desde la era preindustrial, el planeta se ha calentado 1,2 °C (media de los últimos 10 años). El metano es responsable de aproximadamente 0,5 °C de ese calentamiento, según los últimos informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC).

En la atmósfera, el metano se mezcla rápidamente con el oxígeno y se convierte en dióxido de carbono y agua. En cambio, el dióxido de carbono es una molécula mucho más estable y permanecerá en la atmósfera, atrapando el calor, durante miles de años hasta que sea absorbido por los océanos y las plantas.

La combinación de su corta vida útil y su extrema potencia hacen del metano un candidato excelente para los esfuerzos por atajar rápidamente el cambio climático.

Las emisiones metano no se ralentizan

A principios y mediados de la década de 2000, las tasas de crecimiento de las emisiones de metano disminuyeron. Los análisis sugieren que se debió a una combinación de reducción de las emisiones de combustibles fósiles y cambios químicos en la capacidad de la atmósfera para destruir el metano.

Desde entonces, sin embargo, la presencia de este gas ha aumentado. Las emisiones de metano derivadas de las actividades humanas se incrementaron entre 50 y 60 millones de toneladas al año en las dos décadas transcurridas hasta 2018-2020, lo que supone una subida del 15-20 %.

Esto no significa que el metano atmosférico aumente en la misma cantidad, ya que se descompone constantemente.

Durante la década de 2000, entraron en la atmósfera 6,1 millones de toneladas más de metano al año. En la década de 2010, la tasa de crecimiento era de 20,9 millones de toneladas. En 2020, el incremento alcanzó los 42 millones de toneladas. Desde entonces, la adición de metano ha sido aún más rápida. Las tasas de crecimiento son ahora superiores a las de cualquier año observado anteriormente.

Emisiones de gas metano
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¿De dónde procede el metano?

Actividades humanas como la cría de ganado, la minería del carbón, la extracción y manipulación de gas natural, el cultivo de arroz en arrozales y el depósito de residuos orgánicos en vertederos contribuyen a cerca del 65 % de todas las emisiones de metano. De esta cifra, la agricultura (ganadería y arrozales) aporta el 40 %, los combustibles fósiles el 36 % y los vertederos y aguas residuales el 17 %.

Las emisiones de metano de los combustibles fósiles son ahora comparables a las de la ganadería. Los combustibles fósiles y los vertederos son los que más contribuyen al aumento de las emisiones (del gas natural que se escapa durante la extracción y el procesamiento).

Nuestro impacto es aún mayor si tenemos en cuenta las emisiones indirectas, como la lixiviación (paso de sustancias al agua y al suelo) de materia orgánica en cursos de agua y humedales, la construcción de embalses y los efectos del cambio climático provocado por el hombre en los humedales.

En 2020, las actividades humanas provocaron emisiones de entre 370 y 384 millones de toneladas de metano.

Las emisiones restantes proceden de fuentes naturales, principalmente de la descomposición de materia vegetal en humedales, ríos, lagos y suelos saturados de agua. Los humedales tropicales son emisores especialmente importantes. Las grandes extensiones de permafrost (suelo permanentemente helado) también producen metano, pero en proporciones relativamente bajas. A medida que el permafrost se derrite debido al aumento de las temperaturas, esto está cambiando.

¿Quién emite más? Por volumen, los cinco primeros países en 2020 fueron China (16 %), India (9 %), Estados Unidos (7 %), Brasil (6 %) y Rusia (5 %). Las zonas de mayor crecimiento son China, el sur de Asia, el sudeste asiático y Oriente Próximo.

Los países europeos han empezado a reducir sus emisiones en las dos últimas décadas, gracias a los esfuerzos por moderar las emisiones procedentes de los vertederos y los residuos, seguidos de recortes menores en los combustibles fósiles y la agricultura. Es posible que Australia también esté reduciendo las emisiones procedentes principalmente de la agricultura y los residuos.

¿Qué significa esto para el cero neto?

Las emisiones de metano no controladas son una mala noticia. Las concentraciones atmosféricas de este gas observadas recientemente son coherentes con escenarios climáticos de hasta 3 °C de calentamiento para 2100.

Para mantener las temperaturas globales muy por debajo de los 2 °C –el objetivo del Acuerdo de París de 2015– es necesario reducir las emisiones de metano lo más rápidamente posible. Debe reducirse casi a la mitad (45 %) de aquí a 2050 para alcanzar ese objetivo.

No es imposible. Ahora disponemos de métodos para reducir rápidamente el metano en todos los sectores.

Según la Agencia Internacional de la Energía, el sector del petróleo y el gas podría disminuir sus emisiones un 40 % sin coste neto.

En la agricultura, podemos conseguir reducciones rápidas mediante aditivos para piensos que reduzcan el metano eructado por vacas, ovejas, cabras y búfalos, y mediante el drenaje a mitad de temporada en los arrozales.

La captura del metano de los vertederos y su utilización para producir energía o calor ya está bien establecida.

Hace tres años, el mundo se comprometió a reducir drásticamente las emisiones de metano. Nuestros hallazgos muestran que necesitamos acelerar rápidamente las soluciones en todo el mundo para abordar y reducir estas emisiones.

Este artículo fue escrito originalmente por Pep Canadell, científica jefa de investigación de CSIRO Environment y directora ejecutiva del Proyecto Global de Carbono; Marielle Saunois, profesora e investigadora del Laboratorio de Ciencias del Clima y del Medio Ambiente (LSCE), la Universidad de Versailles Saint-Quentin-en-Yvelines (UVSQ) y la Universidad Paris-Saclay; y Rob Jackson profesor del Departamento de Ciencias del Sistema Terrestre y presidente del Proyecto Global de Carbono de la Universidad de Stanford. Se publicó en The Conversation.

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