El límite de las comunas de Tomé y Penco, en la región del Biobío, alberga un lugar especial que destaca por ser cuna de una rica biodiversidad. Hablamos del sendero “El Queule”, el cual en sus cerca de 2,5 kilómetros, recorre un bello parche de más de 6 hectáreas de bosque nativo, todo esto en medio de grandes extensiones de plantaciones forestales.
Este lugar, se encuentra al interior del fundo “San José”, propiedad de la familia Escalona Inzunza, el cual conserva una importante población de pitaos, avellanos, robles y también de queules, una especie de árbol que solo crece en Chile -en particular en sectores de las regiones del Maule, Ñuble y Biobío- y es considerado un fósil viviente, ya que es una de las primeras plantas con flores que aparecieron en el planeta al inicio del Jurásico, hace unos 100 millones de años, pero que actualmente figura en la lista de especies “En Peligro de Extinción”.
Si bien este sendero forma parte del trabajo iniciado por un proyecto Gef (Global Environment Facility, GEF, en inglés) del Ministerio del Medio Ambiente, el cual apunta a contribuir a la protección del medio ambiente mundial y promover el desarrollo ambientalmente sostenible, lo cierto es que su origen se debe a los grandes esfuerzos realizados por la familia Escalona Inzunza de Tomé y en particular de Héctor Escalona, quien hasta sus últimos días de vida buscó transmitir el profundo amor por los bosques nativos e incentivar a la población a abogar por el cuidado y la defensa de estos.
Amor por el bosque nativo
Héctor Escalona destacaba por ser una persona inquieta. Siempre estaba haciendo algo y disfrutaba enormemente los paseos por el bosque cargando un morral, en el que guardaba los frutos de queule, avellanos y otros que encontraba en el camino, recuerda su compañera de vida por más de 50 años, Victoria Inzunza, con quien formó una familia compuesta por sus cuatro hijos y a quienes lograron inculcar su amor por el cuidado de los bosques.
Según el relato de Victoria, desde muy pequeño Héctor demostró un profundo lazo con los bosques y cuenta que según le contaron sus cuñadas, era común que siendo muy pequeño se internara en estos y regresara feliz a casa con un bolso atiborrado de frutos del bosque que encontraba en sus excursiones.
Hoy, a pocos meses de su deceso a causa de un cáncer fulminante, la casa familiar luce un especial rincón, donde -siguiendo con la tradición- la ánfora de Héctor se encuentra acompañada de un recipiente que contiene los frutos que solía recoger en el sendero, además de un pequeño vaso con licor de queule, que su esposa sagradamente mantiene en el lugar junto a una serie de fotografías de su esposo, que recorren su vida, junto a sus hijos, sus nietos y donde en un importante espacio destaca la bella fotografía de una de las escaleras del sendero al que Héctor tanto amor y esfuerzo dedicó en vida y que sin duda lo llenaba de orgullo.
Del mar al bosque
Durante más de 20 años Héctor Escalona trabajó en el mundo de la pesca artesanal. Según recuerda su compañera de vida, él tenía la necesidad de contar y transmitir todo lo que veía en el fondo marino mientras buceaba, ya que había logrado establecer algunos paralelos entre lo que observaba en su trabajo día a día y lo que encontraba durante sus incursiones en el bosque.
Así, Héctor disfrutaba compartiendo con sus cercanos todo aquello que lo asombraba y encontraba bello. Primero en su trabajo y luego intentando que el resto de las personas se interesaran por la naturaleza y por el cuidado de las diversas especies que se encontraban en los alrededores de la comuna que lo vio nacer.
Fue el terremoto y posterior tsunami de 2010, uno de los hechos que hizo que definitivamente Héctor Escalona se enfocara en los trabajos, a casi tiempo completo, que dieron vida a “El Queule”.
Pero lo cierto es que la génesis para esta obra tuvo lugar un par de años antes, a mediados de la década del 2000, motivado por el amor a otra Victoria en su vida: su pequeña nieta, que por ese entonces se encontraba en el jardín infantil.
Fue así como, en su afán de compartir su especial lazo con el bosque nativo de la zona, Héctor Escalona, con palas y picotas, comenzó a trabajar para habilitar un pequeño sendero en el predio para que su nieta y sus pequeños compañeros visitaran, se asombraran y disfrutaran con los parajes únicos se pueden encontrar en medio del predio “San José” y que representa un tesoro natural para la comuna.
Con esto se dio inicio a diversos intercambios con académicos de la Universidad de Concepción y sus estudiantes y colectivos de la zona, a quienes les abrió las puertas de su fundo para trabajar por los queules y las diversas especies que habitan en el parche de bosque nativo, comenzando así un proceso que finalmente tomó mayor ímpetu con el proyecto GEF para la conservación del queule y el cual se terminó de materializar con la habilitación del extenso sendero que lleva de nombre “El Queule”.
Sin embargo, su esposa se esmera en destacar: “Si eso no lo hubiese hecho Héctor, no estaría ese sendero. Como a él le gustaba y era para él, puso todo su esfuerzo para realizarlo, trabajando casi sin descanso. Si bien el programa entrega recursos, yo sé lo que él hizo ahí… Y nadie más lo habría hecho, por todo el esfuerzo, dinero y trabajo que significó”.
Según relata, las primeras tareas para concretar este proyecto, consistieron en sacar a todas las especies exóticas que se encontraban en ese parche de bosque, como pinos, eucaliptos y otros, para así dar espacio y condiciones para el crecimiento de árboles nativos. De hecho, cuenta Victoria, que muchos de los tramos se hicieron a pulso y sin la ayuda de maquinaria, ya que Héctor no quería causar mayores intervenciones al terreno, por lo que se ayudó de yuntas de bueyes para sacar malezas y algunos de los árboles.
Asimismo esta ruta sigue la huella que dejaron algunos animales que habitualmente transitaban por el lugar, todo ello buscando causar la menor alteración del bosque nativo, que hoy alcanza más de 6 hectáreas de extensión.
Luego, con la ayuda de sus hijos, conocidos y trabajadores comenzaron las tareas para construir las escaleras que hoy permiten recorrer el sendero y llegar hasta el río, pasando por una especie de balcón para descansar, el cual hoy sirve como una pequeña explanada que permite contemplar la belleza del lugar y el cual ha sido visitado por un sin número de autoridades, comprobado in situ el trabajo realizado, sirviendo de ejemplo para replicar estas iniciativas a lo largo del país.
Según destaca Victoria, si bien desde el GEF se destinaron recursos para la construcción del camino, lo cierto es que las obras se pagaron una vez que estas fueron finalizadas, por lo que el predio y en particular el sendero tiene un valor emocional incalculable, ya que ahí residen los grandes esfuerzos que realizó su compañero de vida y el cual visitó con entusiasmo hasta casi sus últimos días.
“Se quiere lo que se conoce”
Cuando Victoria habla de la conexión que su familia tiene con los bosques, señala que al crecer en la comuna de Tomé, “todo esto era bosque nativo, nosotros nos criamos cerca de ellos, nos criamos en contacto con los queules, los abundantes frutos de este árbol que Héctor recogía en sus caminatas y la conocida mermelada de queule que se prepara… Entonces nosotros por eso queremos al queule, porque queremos lo que conocemos desde niños”.
Sin dudas ese amor por la naturaleza de la zona es algo que Victoria y Héctor lograron transmitir a toda su familia: “Todos nuestros hijos, mi nuera y mi toda la familia quiere que se preserve (el sendero) porque Héctor lo quería así y por todo el sacrificio que hay en el lugar” cuenta ella, a meses del fallecimiento de su esposo por más de 50 años.
Según cuenta, junto a Héctor dividieron la parte alta del terreno, para que cada uno de sus hijos construyera una casa -todo esto sin afectar al sendero- donde pretenden continuar dando acceso a visitantes, a fin de que conozcan el bosque nativo y se interesen en proteger y defender a las diversas especies que habitan en él, y que era parte de la motivación y lo que hacía que Héctor fuera destacado y recordado hasta el día de hoy por decenas de personas de la región y que se dedican a la educación ambiental a través de diversos espacios y plataformas.
De hecho, una de los últimos proyectos en los que se embarcó Héctor Escalona, pese al rápido avance del cáncer que padecía, fue abrir las puertas del fundo “San José” para que fuera visitado por habitantes de la zona, todo esto esto en el marco del proyecto de Comunicación y Educación Ambiental que lleva adelante la Seremi de Medio Ambiente de Biobío y que ejecuta Fundación El Árbol por adjudicación de licitación pública.
“No podemos dimensionar su legado”
Pablo Azúa, quien se desempeña como extensionista de la Iniciativa Conservación de Especies Amenazadas, MMA FAO GEF, cuenta que hace cerca de unos 4 años conoció a Héctor Escalona, cuando se encontraban en la búsqueda de predios donde trabajar con el queule y señala “pude darme cuenta de inmediato que eran él y su familia eran personas que tenían bastante interiorizado el tema de la conservación del queule y lo venían realizando (de manera personal) desde hace años”.
De esta manera señala que el aporte realizado por Héctor es invaluable, “ya que por mucho tiempo siento que estuvieron entre comillas medios, solos (…) Entonces sin duda creo que el que el amor a la naturaleza, el amor a las plantas, el amor a sus recuerdos de infancia hizo que ellos fueran a por su cuenta a conservar el queule” y complementa señalando: ”Creo que el legado de Héctor, que en paz descanse, todavía no lo podemos dimensionar. Y no sólo por los senderos y el hecho de abrir los espacios al al al uso público, sino también por esa relación de amor, de cariño tan profunda que tenía con los queules. Por lo tanto, mi apreciación de su aporte es invaluable”.
Finalmente Pablo Azúa al ser consultado respecto de su experiencia trabajando junto a Héctor, sostiene: “para mí fue un una persona de gran inspiración, es decir que me que me llenaba de energía y me llena de energía todavía donde quiera que esté. Me motiva, me inspira, me alienta a seguir haciendo lo que lo que hago en mi trabajo y en mi vida, lo que me gusta, porque finalmente son relaciones humanas, de amistad, cariño, de amor lo que nos hacen realizar estas cosas. (Héctor) Fue una tremenda inspiración para mí. Estoy tremendamente satisfecho y agradecido de todo lo que lo que pudimos hacer, construir y yo aprender de él en estos años que que hicimos algo por el queule. Así que fue una experiencia maravillosa” finalizó.
Presente y futuro
El deceso de Héctor Escalona a comienzos de enero de 2023 fue un gran golpe para la familia y también para quienes conocieron su trabajo, por lo que las múltiples muestras de afecto al clan Escalona Inzunza no tardaron en llegar, dando cuenta de la pena y el vacío que deja su partida.
Para la familia y en particular para Victoria no ha sido fácil volver al sendero, pero mantiene firme la convicción de seguir adelante con la idea que siempre tuvieron como familia, como testigo de la dedicación de su esposo por preservar el bosque para que los niños y niñas de la zona, junto a sus familias, conozcan el queule y las diversas especies presentes en el lugar.
Respecto del apoyo necesario para seguir adelante con este proyecto, Victoria señala que en lo concreto, “para mí sería súper práctico, cómodo y fácil empezar a parcelar y vender. Claro, así tendría plata para hacer todo, pero si no lo hicimos cuando estaba mi compañero, cómo lo voy a hacer ahora”. Entonces, prefiero seguir con la idea que siempre tuvimos, de que el sendero sea algo que los niños conozcan, pero apuntando a las familias, porque a veces decimos, “le queremos dejar a las futuras generaciones” y qué pasa con los papás de esas futuras generaciones?” por lo que señala, esperan continuar siendo un espacio que permita que diversas generaciones de personas aprendan, se maravillen y se empoderen en el cuidado y defensa del medio ambiente.