El valioso director Jesús Urqueta (“C (civil)”, “Todo se limita al deseo de vivir eternamente”, “Violeta”) se hace cargo del texto de Carla Zúñiga, dramaturga joven con proyección, que denuncia las malas condiciones laborales en nuestro país y los efectos graves en la salud mental de los trabajadores.
El relato tiene una referencia real: el negligente olvido de una parvularia que le provocó la muerte a uno de los niños que trasportaba en su vehículo, al no bajarlo cuando llega al establecimiento.
Una situación que se refleja en el título tremebundo de la obra y que, en la ficción, destroza a la mujer y la lleva a decir, diez años después, en una sesión con la psicóloga, que habría sido mejor que se la comieran los perros que vivir sufriendo un agudo sentimiento de culpa y fracaso.
Una propuesta interesante que, sin embargo, se entrega en un diálogo cuyo tono suena discursivo (incluso, como lectura dramatizada), excepto en la escena final, de alto vuelo.
Espacio y ritmo
Como director, Jesús Urqueta concentra en la palabra el mecanismo escénico y de encuentro entre estas dos mujeres que, además, casi siempre están sentadas una frente a la otra, en la estrecha oficina de la psicóloga.
Una lluvia de texto que alude a la relación conflictiva entre individuo y sociedad, con la soledad como rasgo inherente de la vida urbana y a regímenes de trabajo que impiden ser feliz.
Opción que, de alguna manera, limita expresiones más sencillas, emotivas y dislocadas que se propone para la relación entre parvularia y especialista. Es decir, aunque intervienen otros personajes, predomina la palabra que elabora materiales conceptuales sobre causas y efectos en las negativas relaciones de la vida laboral actual, mientras el cuerpo actoral evidencia menos los rincones más ocultos de la mente en situación de estrés.
Lo que no impide que se instale esa corrosiva sensación de pérdida que genera distorsiones que se acumulan y conducen a alguna forma de locura. La obra se favorece con el efecto de espejo de la escenografía (diseño de Belén Abarza), ya que contribuye a mostrar la distorsión de la realidad que afecta a ambos personajes, bruma que refleja también a los espectadores en sus butacas, incorporándolos como cómplices y/o testigos.
Alteraciones que también sugiere el universo sonoro, creado por Alvaro Pacheco, ya que alude al mundo de los niños, pero sin la ingenuidad que tradicionalmente se le atribuye.
Al final, en la última escena, la actriz Nona Fernández rompe el panorama en el que prevalece el discurso de la palabra y lo conceptual, llenando de sentido y vitalidad lo que antes anidaba de preferencia en los cerebros.
Transfigura cuerpo y rostro, y apela al público: un gesto que estremece porque la parvularia carga con su culpa, pero también responsabiliza de estos hechos a todos, a la sociedad y a cada uno de los espectadores.
Teatro del Puente. Parque Forestal s/n. Viernes y sábado, 21.00; domingo, 20.00 horas. Entrada general $ 6.000; tercera edad $ 4.000; estudiantes $ 3.000. Hasta el 27 de Agosto.