Son la envidia del barrio. Los otros trabajadores del sector, almorzando para luego volver a sus puestos de trabajo, miran por las ventanas como ellos retornan a sus hogares. A las 15 horas no queda nadie. Los empleados de Iberdrola -compañía española de energía con oficinas a las afueras de Madrid- han terminado una día laboral más.
Son 7 años que han cambiado la cultura laboral de empleados y de empleadores de . Los primeros han dispuesto de horas de su día a actividades que antes le eran imposibles: fútbol, natación, lectura, paseos familiares, idas al cine. Y los segundos ven los beneficios que le trae a la empresa la gestión de trabajadores felices con su lugar de empleo.
Tal como lo indica el diario español El País, en 2008 la empresa acordó con su plantilla de aproximadamente 9 mil trabajadores fijar una jornada intensiva para todos: de 7.15 a 14.50 con 45 minutos de flexibilidad en la entrada o salida.
Ramón Castresana, director de recursos humanos de la compañía, lideró el cambio y hoy celebra la decisión con el apoyo que le dan las cifras: “Hemos mejorado la productividad y ganado más de medio millón de horas de trabajo anuales. Hemos reducido en un 20% el absentismo y un 15% los accidentes laborales”.
Trabajadores felices
Paz Montes, de 47 años, trabaja en el departamento de suministros y asegura que la propuesta de cambio provino de parte de la empresa. “Se vivió con cierto escepticismo. Pensábamos que pretendían eliminar el formato intensivo de verano. Cuando nos dijeron que su propósito era extenderlo, fue una sorpresa”, afirmó.
La conformidad y alegría con la decisión la comparte Teresa Roch de 31 años, quien trabaja en el departamento de recursos humanos: “Por la mañana llegas con otra mentalidad”. Roch además trabajó algún tiempo en Escocia y hace una distinción importante en cuanto a la idiosincrasia de diversos países que se reflejan también en el ámbito laboral. “En Glasgow llegaba a la oficina y no paraba hasta la hora de comer. Muchos compañeros lo hacían delante del ordenador y aprovechaban para mirar el correo, el periódico… Después de la hora de salida nadie se quedaba haciendo horas extra”, apuntó.
Sin embargo, la realidad española pareciera ser más similar a la chilena, en cuanto los trabajadores están acostumbrados a llegar al lugar de trabajo, saludar, compartir con algún compañero, beber café o leer la prensa, asumiendo que saldrán más tarde de su jornada. Cuando esta es la realidad “hay que llenar las horas, porque nadie es capaz de estar diez horas produciendo”, añade Roch, “por eso se buscan distracciones”.
Como todo cambio importante, a pesar de lo beneficios que parecían evidentes, hubieron algunos que se negaron a adaptarse en un comienzo, indicó Castresana, pero al poco tiempo todos se dieron cuenta de que la medida y la nueva jornada era mejor. “La adaptación fue fantástica”, afirmó el director de recursos humanos: “No generó ningún tipo de coste para la empresa. Los empleados se han concienciado de que tienen que aprovechar bien el tiempo para sacar el trabajo y salir a su hora. Evitan interrupciones y concentran el esfuerzo. El resultado: la productividad es mayor”.