Por siglos ha sido la amenaza de castigo para los pecadores y quienes no acepten a Dios en sus vidas. Sin embargo, el tormento de un infierno eterno podría ser puesto en duda por el propio Papa Francisco, quien ha afirmado que la Iglesia “no condena para siempre”.
En un reciente discurso a nuevos cardenales, el Papa señaló que la Iglesia “no condena a nadie para siempre”, lo que para el escritor y columnista del diario español El País, Juan Arias, “equivale a decir que el castigo de Dios no es ‘eterno’, ya que las puertas de la Iglesia de la misericordia y del perdón están siempre abiertas para el pecador”.
Esta invitación a meditar sobre el contraste entre la bondad que se predica y el fuego eterno para los condenados, viene del mismo Papa tan aclamado como cuestionado por sus ideas reformistas, con planteamientos de tolerancia, hacia la diversidad sexual por ejemplo, y fuerte crítica al conservadurismo económico y religioso de la sociedad actual.
De acuerdo a Arias, “el Papa sabe que esa doctrina teológica sobre la eternidad e irreversibilidad de las penas del infierno, fue sufriendo cambios a lo largo de la Historia de la Iglesia.”
En sus orígenes la Iglesia no profesaba el “infierno eterno”
En efecto, hasta el siglo III la Iglesia nunca defendió la doctrina de la eternidad del infierno. Por el contrario, se defendía la doctrina de “la apocatástasis”, la que señala que el “Dios de los Evangelios perdona siempre”.
Hacia el siglo V, San Jerónimo daba la pelea contra los propulsores de la condena eterna, pues no era conciliable con la misericordia de Dios. Sin embargo, en el siglo VI comienza a arraigarse la idea de un castigo irrevocable, principalmente en voz de San Agustín, quien también afirmaba que los niños no bautizados irían al infierno al morir.
“Dios tirano sediento de castigo eterno”
El Concilio de Florencia en el siglo XV oficializó finalmente el infierno eterno y desde entonces el Catecismo enseña que “las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, ‘el fuego eterno’”.
Para Juan Arias, millones de cristianos “han sufrido durante siglos oprimidos por la doctrina de un Dios tirano, sediento de castigo y de castigo eterno”. Una afirmación que encuentra eco en las propias palabras de la Iglesia, al advertir que el hombre debe usar con responsabilidad su libertad “en relación a su destino eterno”.
La consecuencia para quien no se arrepiente del pecado y se “autoexcluye” de Dios, es tajante, según describe el Catecismo: “Jesús anuncia en términos graves que ‘enviará a sus ángeles (…) que recogerán a todos los autores de iniquidad, y los arrojarán al horno ardiendo’ (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación: ‘¡Alejaos de mí malditos al fuego eterno!’ (Mt 25, 41)”.
La hora de acoger hasta a “los mayores pecadores”
Según Juan Arias, autor de una decena de libros sobre religión, el Papa jesuita busca acercar la Iglesia a sus raíces, donde no haya exclusión sino acogida para todos, “incluso para los mayores pecadores”.
Jorge Bergoglio “se inspira en aquel cristianismo antes que la teología liberal del profeta Jesús de Nazaret fuera contaminada por la severa teología aristotélica y racional” y hoy está exigiendo a los suyos, empezando por los cardenales, “ir al encuentro de los que el mundo olvida y margina en vez de perder su tiempo en los palacios del poder”.