33 cruces de ciprés son mudas testigos de una historia que mezcla tragedia y misterio en el extremo sur del país, a orillas del correntoso y apetecido río Baker. En medio de la húmeda selva patagónica se alza como macabro recordatorio un cementerio donde yacen los primeros colonizadores del indómito e inclemente sur de Chile.
Se trata del trágico hecho que tuvo su origen en septiembre de 1905, cuando un barco a vapor zarpó desde Dalcahue con 200 obreros chilotes a bordo, para abrir una ruta desde la desembocadura del río Baker hacia la provincia argentina de Chubut.
Los trabajos estaban a cargo de la Sociedad Explotadora del Baker, empresa que logró un contrato de arrendamiento con el Estado, instalándose en un sector conocido como Bajo Piragua, a seis kilómetros aproximadamente de la actual Caleta Tortel, según consigna el portal de educación EducarChile.
En ese lugar, los obreros instalaron su base de faenas para luchar con la hostil geografía, mientras esperaban la llegada de provisiones a bordo de un barco que les surtiría de alimentos y artículos de primera necesidad. Sin embargo, los meses se sucedieron rápidamente y el aprovisionamiento jamás llegó.
En medio del arduo trabajo, los obreros debieron conformarse con consumir tocino y carne salada, además de arroz y harina infestada de gorgojos. Sumado al inclemente clima, no era de extrañar que se registrara el brote de una extraña enfermedad cuyo principal síntoma eran moretones en las extremidades y hemorragias.
De acuerdo a Educarchile, finalmente una cifra de entre 77 a 120 hombres perecieron. Si bien algunos sostienen que los trabajadores fueron envenenados para evitar que cobraran sus salarios, otra teoría apunta a un brote de escorbuto principalmente por la comida descompuesta que debieron consumir ante el abandono.
Incluso, una hipótesis más increíble apunta a que los obreros habrían sido envenenados por curanderos alacalufes, ante el acercamiento que habrían tenido con mujeres de esa etnia.
En medio de la mortandad, los supervivientes colocaron los cadáveres en rústicas cajas de madera de ciprés y fueron enterrándolos en una esquina de la isla bajo una cruz sin nombre, de las cuales sólo 33 no sucumbieron al paso del tiempo y de los crudos inviernos.
Finalmente un 26 de septiembre, el capitán Guillermo Titus del vapor Araucanía que navegaba por el canal Messier a pocas millas de salir al Golfo de Penas, divisó a un puñado de trabajadores que hacían las veces de vigías en un islote donde se ubicaba la pequeña caleta de resguardo Hale.
Allí unos pocos trabajadores aguardaban atentos a la pasada de alguna embarcación que pudiera recoger a los sobrevivientes. Titus embarcó a los enfermos y a los que aún se sostenían en pie y continuó su viaje a Chiloé. En el Araucanía fallecieron seis u ocho trabajadores más.
Un 11 de octubre de 1906, el periódico La Alianza Liberal publicó un listado con los nombres de los trabajadores que perecieron en Bajo Pisagua, según consigna el antropólogo Mauricio Osorio Pefaur. Incluso, uno de los nombres aún es posible ver en la única cruz que mantiene su registro intacto, y que corresponde a Melchor Navarro, quien murió un 02 de agosto de 1906.
El cementerio, en tanto, se yergue a sólo metros del río posiblemente debido a las escasas fuerzas de los trabajadores aún con vida para cavar en un lugar más al interior. El actual emplazamiento junto al Baker mantiene en la incertidumbre el futuro de este Monumento Histórico Nacional -declarado en 2001- ante una eventual crecida del río.
De ser así, la naturaleza misma será la encargada de borrar los vestigios de una trágica historia de quienes dieron su vida por el avance de la civilización de nuestro país.