Este martes el papa Francisco, electo el miércoles pasado, mantuvo un encuentro muy informal con la presidenta argentina Cristina Fernández, junto a quien compartió un almuerzo en su residencia provisional en el Vaticano.
El pontífice argentino y la mandataria de ese país mantuvieron una reunión privada por alrededor de “15 o 20 minutos”, indicó el vocero de la Santa Sede, Federico Lombardi.
Pese a que el sacerdote negó la posibilidad de una rueda de prensa al respecto, la presidenta Fernández convocó una alrededor de las 12:30 GMT (09:30 horas de Chile) en el hotel Edén, donde se está alojando.
La mandataria y el Papa se caracterizaron por mantener tensas relaciones mientras éste ocupaba su cargo como arzobispo de Buenos Aires. Por este motivo se esperaba que este encuentro, sirviera para limar asperezas antes de la misa de entronización de Francisco.
Las divergencias entre ambos comenzaron durante la presidencia de su marido, el fallecido Néstor Kirchner, quien no apreciaba las críticas en las homilías del arzobispo bonaerense, que denunciaba con frecuencia “el escándalo” de la pobreza o el “flagelo” de la droga y la delincuencia en Argentina.
Néstor Kirchner llegó a calificar a Bergoglio de “líder de la oposición” y su relación se tensó todavía más con la legalización del matrimonio homosexual en Argentina durante 2010.
Desde su elección el miércoles, la única sombra en el inicio del papado de este austero papa jesuita que ha seducido a los fieles con su humildad, su cercanía y sus sencillos discursos, han sido unas acusaciones sobre su presunta pasividad durante la dictadura que azotó Argentina entre 1976 y 1983, resucitadas en su país y retomadas por la prensa mundial.
Al Papa, que en aquel entonces era principal de los jesuitas argentinos, se le reprocha no haber hecho lo suficiente para proteger a dos sacerdotes de su orden, Francisco Jalics y Orlando Yorio, secuestrados y torturados por los militares. Ante las proporciones que estaba tomado el asunto, el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, hizo pública el viernes una declaración que rechazaba esas acusaciones como “calumniosas” y atribuía su origen a “la izquierda anticlerical”.